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Si se destruyen las instituciones, gana el populismo
Lo que salvó a la democracia de Estados Unidos de la intentona de insurrección azuzada por Donald Trump fue que a pesar de la descomposición populista que emprendió el presidente de ese país, las instituciones se mantuvieron sólidas.
Los legisladores, los jueces, las fuerzas policíacas locales y federales, el ejército, todos los niveles de gobierno repudiaron la invasión al Capitolio y eso permitió que la fuerza del estado controlara los intentos de autogolpe de Trump.
Es un hecho que el republicano siempre envidió las capacidades de poder que tenían otros líderes autoritarios del mundo. Se quejaba del poder de Xi Jinping en China para hacer lo que quisiera con el control de la pandemia y su información. Envidia la permanencia en el poder de Vladimir Putin en Rusia o de Recep Tayyip Erdogan en Turquía.
Nunca realmente hizo nada para frenar la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, se retrataba a gusto con el tirano norcoreano, Kim Jung Un, se cayeron bien él y Jair Bolsonaro de Brasil y es buen amigo de Andrés Manuel López Obrador.
En fin, Donald Trump pertenece a esa generación de políticos contemporáneos populistas que juegan en un péndulo que va de la retórica al poder absoluto, dependiendo el margen de apropiación del poder que le permitan sus países. Y en el caso de Estados Unidos, prevalecieron las instituciones.
Por lo que hay que tener cuidado con las estrategias de destrucción de las instituciones que emprenden ese tipo de liderazgos, porque ese es un paso fundamental para que sus alzadas funcionen.
México, desafortunadamente, está en pleno proceso de desmantelamiento institucional. El Congreso, con su mayoría afín al presidente, se rindió al Poder Ejecutivo. El Poder Judicial deja ver con frecuencia ese alineamiento y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación es un ejemplo bochornoso.
El desmantelamiento de los órganos autónomos del sector energético fue un primer golpe a la institucionalización de la administración pública, le han seguido otros tantos como la Comisión Federal de Protección de Riesgos Sanitarios hoy bajo la tutela del impresentable de Hugo López-Gatell. Y muchos más. Ahora la 4T va por el resto.
En la mira del control presidencial están ahora organismos como el Instituto Federal de Telecomunicaciones o el Instituto Nacional de Transparencia, para incorporarlos, junto con muchos otros, a las decisiones monolíticas de la 4T.
Ya hubo un primer intento de vulnerar la autonomía del Banco de México y entre las obsesiones gubernamentales está terminar con la autonomía y libre gestión del Instituto Nacional Electoral.
El único blindaje que tiene un país para no sucumbir ante los totalitarismos son sus instituciones. En la medida en que se vulneren esas capas protectoras de la democracia se degradan los países a niveles de, por ejemplo, Venezuela y el chavismo.
Pero Estados Unidos resistió. Hubo daños, algunos muy costosos y de reparación lenta con el paso de Donald Trump por la presidencia, pero la estructura democrática estadounidense está intacta.
Si México padece hoy de esa ola populista en esta era de los extremos (en alusión a Eric Hobsbawm), hay que ver en qué parte del espectro vamos a quedar con estos intentos de desinstitucionalización que están en marcha.