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Venezuela vista por Uruguay
“Este no es un tema de ideología, de derechas o de izquierdas, de bloques o alineamientos geopolíticos, es un tema de derechos humanos y de democracia. Hoy la cuestión es entre democracia o dictadura, entre transparencia o fraude, entre libertad o represión”. Estas palabras podrían haber sido dichas por muchas personas. Podrían haber sido expresadas, por ejemplo, por quienes desde otros países presionaron desde sus lugares para que retornara la democracia en Uruguay y en la región en la oscura década de los 70.
Pero fueron pronunciadas hace dos semanas por el canciller uruguayo Omar Paganini, en el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) en el que se discutió, de nuevo, lo que pasó en las elecciones en Venezuela. Lo que pasó fue que millones de venezolanos fueron a votar, incluso con candidatos y partidos proscritos, y que lo hicieron seguramente con la esperanza de que su país comience a recuperarse de una crisis que parece a esta altura eterna, no sólo por los enfrentamientos políticos sino también por los problemas económicos que han hecho que uno tras otro sigan emigrando casi ocho millones de venezolanos.
Pero la esperanza, incluso con dudas lógicas porque el gobierno de Nicolás Maduro no daba las garantías necesarias para que la elección fuera indiscutible, no fue suficiente. Paganini lo resumió así: “se proclamó un presidente electo sin finalizar el escrutinio; nunca se mostraron las actas originales ni se dio lugar a la auditoría de la oposición o de entidades independientes; se presentaron números inverosímiles, con falencias hasta matemáticas; se desoyó el clamor de la comunidad internacional reclamando transparencia y respeto a la voluntad popular”.
Uruguay es uno de los países que levantó la voz y eso le valió el rechazo madurista y la expulsión del embajador en Venezuela. La declaración que pretendía aprobar la OEA exigía que el órgano electoral “publicara inmediatamente los resultados de las presidenciales a nivel de cada centro de votación", así como "una verificación integral de los resultados en presencia de observadores internacionales para garantizar la transparencia, credibilidad y legitimidad" de los comicios.
Más allá de lo que pasó en Venezuela, de lo que pasa (protestas, muertos, prisioneros), y de lo que seguirá pasando, es hora de que en Uruguay todos los partidos políticos empiecen a desvestirse de ideologías perimidas que, a esta altura, no son más que una frase pegadiza para estampar en una remera.
El debate que se realizó la semana pasada en el Senado uruguayo no fue productivo para el propio Uruguay. Se aprobó la propuesta por los integrantes de la coalición, en la que se destaca que Nicolás Maduro incurrió en un “fraude electoral”. El Frente Amplio (FA) no votó esta moción, porque consideró que lo que se discutió en sala fue una provocación y un intento de legitimar el supuesto fraude con la complicidad del propio Frente Amplio.
El tiempo siempre trae cambios y lo que ahora parece inevitable luego será historia. Paganini recordó en su oratoria en la OEA que “cuando Venezuela era una democracia plena y Uruguay estaba bajo una Dictadura, el Estado venezolano acogió exiliados uruguayos, influyó en la comunidad internacional para contener al régimen, rompió relaciones con el Gobierno de facto cuando el secuestro de Elena Quinteros”.
Le corresponde al gobierno pero sobre todo el sistema político uruguayo, ponerse los pantalones largos a la hora de apoyar a los venezolanos en la búsqueda de democracia y estabilidad. Si esto lo consigue Maduro, aunque parece improbable dadas sus intempestivas reacciones, bienvenida sea. Pero si la solución es otra, también hay una cuota de responsabilidad del sistema político local que tiene que ver con apoyar a la democracia de izquierda, derecha y centro, cualquiera sea la que elijan los votantes, que son los únicos que pueden decidir el destino de un país, cuando se les permite.
@carinanovarese