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El miedo al hambre, ¿por qué es tan alto en México?
¿Es el miedo al hambre una preocupación que no estamos registrando bien en México? “Con frecuencia me preocupa que mi familia vaya a padecer hambre”. Ocho de cada diez mexicanos están de acuerdo con la frase anterior, de acuerdo con una encuesta realizada por Data Praxis y You Gov y patrocinada por la Open Society de George Soros. El porcentaje exacto de los mexicanos con miedo al hambre es 83% y es el más alto entre los 22 países donde se levantó la encuesta, entre fines de julio y principios de agosto del 2022.
De la encuesta, llama la atención que este miedo sea más agudo en México que en algunos países africanos menos desarrollados, por ejemplo Kenia, Nigeria, Senegal o Sudáfrica. El sentimiento es similar, pero más alto que en Brasil o Colombia y claramente más intenso que en los países de Europa del Este. Estos padecen ahora los efectos de la invasión de Rusia a Ucrania. En esa región, el miedo a padecer hambre está en torno al 58 por ciento.
¿Estamos de regreso en el medievo? En la Edad Media, el miedo a la enfermedad y al hambre aterrorizaba a la mayoría de la población, nos cuenta el gran historiador Georges Duby en El Año Mil. Estos temores eran parte de un catálogo de padeceres de una sociedad que veía cercano el fin del mundo. En 2022, el miedo al hambre está de regreso. No es sólo un sentimiento que se presenta en países pobres o en vías de desarrollo. En Estados Unidos, 9% de la población tiene un fuerte sentimiento de temor de padecer hambre, dicen Data Praxis y You Gov. En Europa Occidental, el 6 por ciento. Si incluimos a aquellos que tienen miedo moderado al hambre, el porcentaje en Estados Unidos sube a 39% y en Europa Occidental llega a 32 por ciento.
La encuesta forma parte de un trabajo que se llama Líneas de Falla, perspectivas globales acerca de un mundo en crisis. Se aplicó a 21,413 personas y se diseñó como una forma de tomar el pulso al mundo, justo antes de la 77 Asamblea de las Naciones Unidas que se celebrará en Nueva York a mediados de septiembre.
Es un poco estremecedor que México encabece la lista de 22 países donde hay más miedo a que la familia propia padezca hambre. Frente a los datos, podemos ejercer nuestro derecho a dudar de la investigación demoscópica y recordar todas las cosas terribles que se dicen de George Soros, ese especulador financiero multimillonario que quiere desestabilizar regímenes autoritarios. Podemos también aprovechar la oportunidad para vernos en el espejo y revisar las estadísticas mexicanas. Quizá nos falta unir los puntos para entender ese sentimiento que tiene mucho de racional. En México, 4.8 millones de personas no pueden comer todos los días, según el Coneval. El número crece significativamente cuando incluimos a aquellos que viven con la incertidumbre sobre su capacidad de alimentarse. Son 26.1% de la población, alrededor de 33.5 millones de personas.
Incertidumbre tiene que ver con la sensación de que está en riesgo la cantidad o calidad de la comida a la que podrá acceder una persona y su familia. No deben extrañarnos esos números. Somos un país donde 38% de la población trabajadora padece una enfermedad social llamada pobreza laboral: es una situación donde el ingreso producto del trabajo no es suficiente para alimentar a todos los miembros de un hogar. La solución a este déficit viene para muchos de las remesas o de programas sociales.
La línea que marca la frontera de la pobreza laboral se sitúa en torno a los 1,600 pesos mensuales por persona. Esta frontera tiene un componente de género, porque en el caso de las mujeres está alrededor de 45%, mientras que para los hombres “sólo” es 30 por ciento. Tenemos, por supuesto un componente geográfico. En tres estados, más de 60% de la población ocupada no gana suficiente para comprar una canasta alimenticia. En Chiapas (65.3%); Guerrero (61%) y Oaxaca (60.4%). Sólo en la península de Baja California este porcentaje es inferior al 20%, en BC es 17.8% y en BC Sur, 17.2 por ciento.
¿Cómo afectan al hambre y al miedo a padecerla las alzas de los precios de los alimentos? Esta cuestión merece una encuesta y mucho más. Estamos hablando de la realidad, pero también de la percepción. La canasta alimentaria ha subido casi el doble que la inflación y no ha tocado techo. Se dice, de manera casi automática que las familias de bajos ingresos son las que más padecen estos incrementos, pero se deja de lado el papel de rescate de las remesas y los programas sociales. Las remesas llegan a 11.7 millones de hogares y los programas sociales alcanzan a más de 10 millones de personas. Nos ocupamos poco de las clases medias, ¿cómo están viviendo la pandemia y la inflación alimentaria?, ¿cuántos de ellos sufren hambre o se ven reflejados en esta estadística del miedo a padecer hambre y tienen vergüenza de reconocerlo?