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Opinión

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Estimación contable de CO2 como decisión de consumo

Hablando de cambio climático, es muy común escuchar que es necesario alcanzar el objetivo de emisiones netas cero de Gases de Efecto Invernadero (GEI), esto casi siempre se refiere a tener un balance perfecto, pero inalcanzable, entre emisión y captura de CO2. Para lograr esta descarbonización, los sistemas de producción están tratando de alejarse del uso de combustibles fósiles como fuente de energía y están volteando hacia alternativas energéticas, como la solar, eólica, hidráulica y nuclear. También existen desarrollos de captura de CO2, que son insuficientes ante la exponencial emisión en la era industrial.

La diferencia entre el uso de energías renovables y el de combustibles fósiles tiene importantes consecuencias para la economía y las decisiones de los gobiernos, empresas, instituciones financieras y consumidores en general. La transición hacia un mundo descarbonizado requerirá grandes cantidades de cobre, litio, cobalto y otros materiales críticos para la producción de instrumentos como paneles solares y baterías para generar y almacenar energía. Es decir, también las llamadas energías limpias generan huella de CO2, pero en diferentes momentos del proceso productivo, sin mencionar las implicaciones sociales que derivan de sus procesos.

La mitigación de las causas del cambio climático requiere reconocer que, así como todos los seres vivos por el simple hecho de existir producimos una huella de carbono, en todo proceso de producción y disposición final de bienes, también se emiten GEI en mayor o menor medida. En concordancia, sería útil considerar en la definición de medidas de adaptación, la viabilidad de integrar las decisiones de consumo a la ecuación para la reducción gradual de GEI emitidos por las industrias.

La respuesta para la reducción de GEI, está en el consumo. Poder estimar y reportar la cantidad emitida de CO2 de cada uno de los productos que consumimos, sería una herramienta útil para combatir el cambio climático al informar a los consumidores para hacer valer su poder de decisión.

En cada etapa del proceso productivo, la transformación de la materia prima a su producto final agrega emisiones de CO2 a través del consumo de energía directo. La medición exacta de emisiones de CO2 puede ser muy complicada, pero una buena aproximación podría ser contabilizar la cantidad de energía que se utiliza en cada etapa de la producción de un bien final y poderla reflejar en un indicador que sea fácil de entender y comparar, esto es, un valor de CO2 agregado en cada paso de producción.

De esta manera, cada bien o servicio tendría asociado su contribución de emisiones de CO2 a la atmósfera; por ejemplo, la huella de carbono de una fotocelda solar no estaría en su uso, pero sí en los procesos de fabricación y disposición final. Con ello, las emisiones de CO2 de industrias generadoras de energía, cualquiera que fuera la fuente, estarían reflejados en los bienes de consumo que utilizamos.   

Un indicador con estas características, que podría utilizar principios de cálculo similares a los que se usan en el Impuesto al Valor Agregado (IVA), proporcionaría al consumidor una indicación de la huella de carbono del bien a consumir. El beneficio general de este enfoque sería que los consumidores podríamos elegir entre productos donde una de las diferencias sea su huella de carbono.

El Consejo de Normas Internacionales de Sostenibilidad (ISSB por sus siglas en inglés) publicó esta semana los requisitos generales para que las entidades revelen información financiera relacionada con sostenibilidad. Una vez publicadas estas guías, el reto es aterrizarlas en herramientas que sean simples de entender, verificables, aplicables a toda la cadena de valor y que ayuden a tomar decisiones de inversión y consumo.

Lucía Buenrostro es Maestra en Economía por El Colegio de México y Maestra en Matemáticas y Finanzas por el Imperial College (Reino Unido). Es Doctora en Economía por la Universidad de Warwick (Reino Unido). Ha desempeñado labores de docencia e investigación en la UNAM, en la Universidad de Warwick y en la Universidad de Oxford. Cuenta con una amplia y sólida trayectoria en el sistema financiero internacional donde laboró por casi 15 años en Londres como responsable de áreas de administración de riesgos en la banca de inversión.

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