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Opinión

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Respirar, un derecho fundamental bajo asedio

“En la era de la información, la ignorancia es una elección”

La calidad del aire que respiramos se ha convertido en una preocupación secundaria en las agendas urbanas, relegada detrás de la economía y la infraestructura. Pero, ¿qué valor tiene el progreso si el aire que sustenta la vida se vuelve veneno? Monterrey y la Ciudad de México emergen, no por sus logros, sino por figurar entre las metrópolis con la peor calidad de aire a nivel mundial, según el Índice de Calidad del Aire. Un título que nadie desearía ostentar y que pone en jaque nuestro derecho básico a la salud.

En 2023, Nuevo León suspendió actividades de 347 empresas, aplicando multas millonarias por contaminación. Sin embargo, el "impuesto ecológico" recaudado parece un espejismo de justicia ambiental; las finanzas se recargan, pero el aire sigue siendo un coctel tóxico. ¿Dónde quedó el compromiso con la innovación para purificar el aire que nuestros pulmones demandan?

La situación es aún más alarmante en los espacios cerrados, donde pasamos el 90% de nuestro tiempo. Estudios de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos -EPA-y la Organización Mundial de la Salud -OMS- revelan que estos espacios pueden contener un aire hasta cinco veces más contaminado que el exterior. Las implicaciones son graves, especialmente en unidades hospitalarias, donde el aire debe ser sinónimo de curación, no de enfermedad.

Nuestros sistemas de ventilación, lejos de ser salvadores, se convierten en cómplices del crimen contra la calidad del aire, al recircular contaminantes y patógenos. Esto no solo agrava condiciones respiratorias existentes, sino que también pone en riesgo a los más vulnerables: nuestros pacientes y trabajadores de la salud.

La Universidad de Michigan destaca que es mil veces más probable contraer COVID-19 por el aire que por superficies contaminadas. Esta estadística debería ser una llamada de atención: el aire limpio no es un lujo, es una necesidad. Y aún así, seguimos confiando en intervenciones superficiales como vacunaciones y geles antibacteriales, ignorando la amenaza invisible pero palpable que flota a nuestro alrededor.

La calidad del aire interior es una crisis silenciosa, pero sus consecuencias resuenan con estruendo en la salud pública. Los espacios cerrados de oficinas, escuelas y, más críticamente, hospitales, deben ser santuarios de aire puro, no depósitos de veneno ambiental. Ahorrar energía no puede justificar la asfixia lenta de nuestra salud.

La exposición a aire de baja calidad es una sentencia a largo plazo de problemas respiratorios, enfermedades cardiovasculares y deterioro en la salud mental. Nuestro bienestar se desvanece con cada inhalación de aire tóxico. Por tanto, especialistas prevén que la inversión en purificación del aire ascenderá a más de 7,000 millones de dólares para 2028. Un mercado emergente que no puede ser ignorado.

Pero, el monitoreo de la calidad del aire en espacios cerrados sigue siendo una asignatura pendiente. El desafío lanzado por la EPA para mejorar la calidad del aire interior es un paso en la dirección correcta, pero es solo el comienzo. La implementación de tecnologías de purificación y monitoreo en tiempo real no es solo una medida de salud pública, es un imperativo ético.

La industria del agua embotellada nos enseñó que la calidad del agua es prioritaria. Hoy, el aire debe seguir esa senda. Las tecnologías existen; lo que falta es la voluntad colectiva para implementarlas. Monitorear y purificar el aire es una inversión en productividad, salud y vida.

La prevención es más rentable que la cura. La atención preventiva reduce complicaciones futuras y mejora la calidad de vida. Las estadísticas respaldan un enfoque preventivo en salud pública, con ahorros significativos en costos médicos y un impacto positivo en la economía y la sociedad.

En México, el Sistema de Monitoreo Atmosférico (SIMAT) es un ejemplo de vigilancia y acción. Sin embargo, este sistema se centra en el aire exterior, y es hora de que la misma rigurosidad se aplique al aire que circula en nuestros interiores, especialmente en hospitales donde la pureza del aire es cuestión de vida o muerte.

Imaginemos un sistema similar al SIMAT, pero para espacios cerrados (ANAPANA). Donde cada hospital, cada escuela, cada oficina cuente con sensores que proporcionen datos en tiempo real sobre la calidad del aire. Esto no solo permitiría reaccionar a tiempo frente a contingencias, sino también tomar medidas proactivas para prevenir la degradación de la calidad del aire antes de que se convierta en un problema de salud pública.

El aire que respiramos en interiores puede ser un vector de enfermedades, pero también es algo que podemos controlar. Los datos de la Secretaría de Salud indican que hasta un 40% de la población infantil en México padece de enfermedades alérgicas, una cifra alarmante que no podemos seguir ignorando. La calidad del aire en espacios cerrados es una pieza clave en el rompecabezas de la salud preventiva.

La salud preventiva no es solo más rentable; es más humana. La prevención significa menos enfermedades, menos hospitalizaciones, menos costos y, lo más importante, menos sufrimiento. Las políticas de salud preventiva tienen el potencial de transformar nuestra relación con el medio ambiente y con nosotros mismos.

Es hora de que las unidades de salud se conviertan en abanderadas de la calidad del aire. Como hospitales, su mandato es sanar, y eso comienza con asegurar que cada aliento dentro de sus muros sea uno que promueva la salud, no que la perjudique. Esto significa invertir en sistemas de purificación de aire y en tecnologías de monitoreo, educar al personal y a los pacientes sobre la importancia de la calidad del aire, y ser un ejemplo para otras industrias.

El monitoreo de la calidad del aire no solo es una inversión en la salud de las personas; es también una inversión en la salud de nuestra economía. Menos enfermedades respiratorias y alergias se traducen en menos ausentismo laboral, en empleados más concentrados y productivos, y en una reducción de los costos médicos. Las empresas y las instituciones que priorizan la salud del aire pueden atraer y retener talento más fácilmente y mejorar su reputación corporativa.

En la era de la información, la ignorancia es una elección. Ya no podemos darnos el lujo de no saber o no actuar sobre la calidad del aire que respiramos. Los beneficios de la prevención son claros: una población más sana, una fuerza laboral más vigorosa, y una reducción en la carga financiera de las enfermedades.

Finalmente, la salud preventiva es un acto de visión a largo plazo. La capacidad de predecir y prevenir brotes virales antes de que aparezcan síntomas, gracias a la medición de partículas de 0.1 micrones, no es ciencia ficción, es tecnología disponible hoy.

Como sociedad, debemos exigir y apoyar el monitoreo de la calidad del aire en nuestros espacios cerrados con la misma seriedad con que monitoreamos el aire exterior. Solo así podremos aspirar a una calidad de vida que no solo sea más larga, sino también más plena y saludable. La calidad del aire es un derecho, no un privilegio, y es nuestro deber colectivo protegerlo.

Espero, estimados lectores, que esta columna convoque a la acción y responsabilidad entre los ciudadanos y los tomadores de decisiones para mejorar la calidad del aire que todos respiramos. ¿Usted, qué piensa?.

*El autor es médico especialista en cirugía general, certificado en salud pública, doctorado en ciencias de la salud y en administración pública, y es diputado reelecto del grupo parlamentario del PAN en la LXV Legislatura.

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Éctor Jaime Ramírez Barba es médico cirujano, especializado en salud pública, doctorado en ciencias de la salud y en administración pública, y es diputado reelecto del grupo parlamentario del PAN en la LXV Legislatura.

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