Lectura 4:00 min
Sheinbaum: vendedora de desconsuelo
Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces, decía mi abuela. Esta frase antigua nunca había sido tan actual. López Obrador y su hueste de orcos han repetido hasta la náusea su supuesta superioridad moral que, ya desde antes de que se destapara la cloaca, parecía sospechosa. Alguien que se dice a sí mismo humanista no es más que un carnicero. Alguien que se jacta de despreciar el dinero no es más que un avaro de closet. El gran saqueo a la Nación que representa el obradorato será más evidente conforme avancen las campañas presidenciales y la pestilencia de la pandilla que llegó para robar será inocultable. Las redes son claras: “el que roba para llegar, llega para robar”. Y López Obrador no ha hecho otra cosa desde que fue jefe de gobierno del Distrito Federal: cash y sobres amarillos han sido la constante: Bejarano, Ponce, el esposo de Sheinbaum, los hermanos de López Obrador, los diezmos de Delfina, los moches de Sanjuana, los amigos de Andy y Gonzalito, los millones de árboles que desaparecieron de la selva sin que nadie sepa a quién se vendieron o quién se embolsó el cash. Quizá tuvimos que caer en esta degradación para exorcizarla para siempre de nuestra vida pública. Quizá tuvimos que sufrir la arrogancia de los ignorantes para valorar el trabajo, el esfuerzo y la propiedad privada. Quizá tuvimos que ver nuestro rostro más repugnante para darnos cuenta de lo que no queremos ser.
El obradorato se derrumba y contiene dentro de sí la semilla de su propia destrucción. El régimen priísta del siglo XX mexicano no era democrático, pero era sabio. Aún latía en sus venas la sangre de la Revolución y la esperanza del cambio. Sabía que, como las serpientes, para sobrevivir tenía que cambiar de piel cada primavera. Sabía que, aunque las elecciones estuvieran definidas, el cambio de mando debía generar esperanza en el nuevo gobierno. Sabía que, para mantener sus privilegios y su impunidad, tenía que realizar el sacrificio ritual de cada presidente saliente para que el entrante pudiera acumular todo el poder. Todo esto lo sabían hombres que trabajaban para un sistema, no un sistema que trabaja para un hombre, como es el caso de Morena.
Sheinbaum y Morena van a perder porque en lugar de ofrecer esperanza, ofrecen desconsuelo; en lugar de revitalizar al gobierno con sangre nueva, ofrecen mantener a los mismos que ya han demostrado su incapacidad, su ignorancia y su corrupción. En lugar de ofrecernos la posibilidad de la justicia y de que los corruptos paguen por sus delitos, ofrecen protegerlos y mantenerlos en la impunidad. El PRI sabía que con la esperanza de cambio no se juega y sacrificaba cada sexenio a unos cuantos corruptos para dar la ilusión de que sí podía haber justicia. Con la sumisión de Sheinbaum a López Obrador, todos sabemos que ésta nunca tocará a los hijos, compadres o cómplices de López Obrador, por más que se hayan atascado en el sexenio. Sin duda, todos los que han robado en este sexenio infame —que son muchísimos— votarán por continuar con su impunidad y latrocinios, pero tampoco hay duda de que los que queremos verlos en la cárcel somos más, muchísimos más.
Hay y habrá una operación de Estado, en colusión con el crimen organizado, para mantener al obradorato en el poder, pero no les va a dar. Si aun para gobiernos exitosos es difícil vender continuidad, para un gobierno fracasado en seguridad, justicia, combate a la corrupción, salud, educación y economía, es, simplemente, imposible. Fracasaron en todo y esa es su oferta de continuidad. Quien no lo ve o busca impunidad o ya lo compraron.
@gsoriag