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Cómo podría beneficiarse Europa de un segundo mandato de Trump
Al menos en el frente comercial, un segundo gobierno de Trump podría brindar oportunidades, no sólo plantear amenazas, a la Unión Europea. Al adoptar un enfoque pragmático en las negociaciones comerciales, los fabricantes europeos podrían incluso convertirse en los principales beneficiarios de los aranceles a las importaciones propuestos por Trump.
MILÁN. Los votantes estadounidenses han decidido darle una segunda oportunidad al expresidente Donald Trump. El resto del mundo ahora debe aceptar esta realidad y adaptarse en consecuencia. Esto es especialmente válido en el caso de Europa, que desde hace mucho tiempo ha dependido del paraguas de seguridad de Estados Unidos y, más recientemente, del acceso a su enorme mercado de consumo.
El temor más apremiante de Europa en materia de seguridad es el deterioro de la situación militar en Ucrania. Pero al no haber logrado aumentar su propia producción militar, es poco lo que la Unión Europea puede hacer en este momento, salvo esperar el resultado de las negociaciones prometidas por Trump con el presidente ruso, Vladimir Putin.
Aunque la situación en Ucrania parezca sombría, las perspectivas son mucho más optimistas en el frente comercial. La UE es el mayor exportador del mundo, con exportaciones que representan aproximadamente el 25% de su PIB, un porcentaje significativamente más alto que el de Estados Unidos. Dado que Estados Unidos es el mayor mercado exportador del bloque, el retorno de Trump, que se autodefine como el “hombre de los aranceles”, parece una amenaza seria.
Sin embargo, con una diplomacia habilidosa por parte de la UE, la administración Trump podría brindarle a Europa algunas oportunidades valiosas. La política comercial sigue siendo una de las pocas áreas en las que el bloque puede actuar como una entidad unificada, permitiéndoles a los países europeos coordinar una respuesta estratégica.
El interrogante ahora es cómo debería responder la UE a los potenciales aranceles de Trump. Los análisis económicos sugieren que responder a los aranceles con aranceles hace más mal que bien. El argumento habitual para adoptar una estrategia de “ojo por ojo” es que puede disuadir a la otra parte de empezar una guerra comercial, a la vez que les indica a las industrias nacionales que los responsables de las políticas defenderán sus intereses. Este razonamiento puede haber tenido sentido cuando los gobiernos usaban estas herramientas con moderación para proteger a industrias específicas, pero los tiempos han cambiado.
La obsesión de Trump con los aranceles surge en parte de su creencia de que Estados Unidos está perdiendo terreno en el comercio global porque otros países tienen aranceles mucho más altos. Si los aranceles estadounidenses son realmente más bajos o no que los de la UE o China es discutible, pero lo que importa es que Trump percibe que los aranceles europeos son un 50% más altos que en Estados Unidos.
Si bien “50% más altos” suena dramático, la diferencia real está entre una tasa arancelaria promedio del 3.5% en Estados Unidos y del 5% en la UE. No hace mucho, cuando los responsables de las políticas europeos y estadounidenses negociaban un acuerdo transatlántico de inversión y libre comercio, esa diferencia era apenas un punto de discordia.
Dado el énfasis de Trump en la reciprocidad, la UE debería considerar reducir algunos de sus aranceles restantes. En concreto, los responsables de las políticas europeos podrían proponer reducir el arancel del 10% a la importación de automóviles, incluidos los vehículos eléctricos (VE), al arancel del 2.5% impuesto por Estados Unidos o, inclusive, eliminarlo por completo.
Sin duda, los líderes europeos tendrían que dejar de lado su orgullo para hacer una oferta de esta naturaleza. Pero deberían seguir el ejemplo de Jean-Claude Juncker, el antecesor de Ursula von der Leyen en la presidencia de la Comisión Europea, que logró desactivar una guerra comercial transatlántica durante el primer mandato de Trump.
Al adoptar la estrategia diplomática de Juncker, Europa podría beneficiarse de los aranceles de Trump. De hecho, el plan de Trump de imponer aranceles de hasta el 60% a los productos chinos y del 10-20% a otros países podría darles a los productores europeos una ventaja competitiva. Esta dinámica ya es evidente en el mercado automovilístico estadounidense, donde las empresas radicadas en la UE están prosperando, mientras que los VE chinos han quedado efectivamente excluidos por los aranceles prohibitivos del 100%, impuestos por el presidente Joe Biden.
Por lo tanto, mantener unas relaciones comerciales relativamente tranquilas entre la UE y Estados Unidos debería ser una máxima prioridad para los responsables de las políticas europeos en los próximos cuatro años. Por supuesto, estos esfuerzos serían inútiles si otros países siguieran el ejemplo de Estados Unidos. En los años 1930, por ejemplo, Estados Unidos exacerbó la Gran Depresión aumentando los aranceles y desatando una guerra comercial que hundió la economía global.
Pero esta vez las cosas pueden ser muy diferentes. La mayoría de los países no parecen interesados en adoptar el enfoque de Trump, que entra en conflicto con los intereses de las numerosas economías pequeñas y abiertas que conforman la columna vertebral del comercio global. Hasta China podría responder a los aranceles de Estados Unidos, pero tiene pocos incentivos para imponer aranceles arrolladores a las importaciones de otros países. En consecuencia, la guerra arancelaria que Trump espera intensificar puede seguir siendo un asunto sino-estadounidense. Lo importante es que, si bien Estados Unidos y China son las dos economías más grandes del mundo, el comercio entre los dos países representa una fracción del comercio internacional: las importaciones estadounidenses de productos chinos representan aproximadamente 500,000 millones de dólares, lo que equivale a apenas el 0.5% del PIB global y el 2% del comercio mundial.
Por ende, en lugar de lamentarse por el fin del sistema internacional basado en reglas, los responsables de las políticas en la UE deberían centrarse en la tarea pragmática de aplacar las tensiones comerciales con Estados Unidos, lo que mantendría, al mismo tiempo, los mercados europeos abiertos al resto del mundo.
El autor
Daniel Gros es director del Instituto para la Elaboración de Políticas Europeas en la Universidad Bocconi.
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