Buscar
Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

Las heroínas del balón no están fatigadas

En una época donde el futbol femenil se ha vuelto un hito, surge la historia empolvada de las pioneras de la selección mexicana de1971.

Encontrar una metáfora tal vez sea el último paso para entender y dimensionar el periplo de las pioneras del futbol mexicano femenil. Quizá el camino del héroe (o de las heroínas, para honrar la equidad de género) marque el origen, las rutas y el destino del grupo que conformó la selección femenil mexicana que en 1971 conquistó el subcampeonato mundial.

Más allá de la orfandad de la autoridad futbolística mundial, la epopeya de las mexicanas, que se gestó y –con la misma rapidez– se sumió de nuevo en la bruma, es redescubierta 52 años después para retomar el sendero y compartir la historia casi inédita de las Martínez, Aracén, Rubio, Rangel, Chávez, Orduña, Coronado, Zaragoza, quienes en ese 1971 provocaron en el Estadio Azteca igual o más pasión que los varones un año antes, con el toque anecdótico de que en ambas finales hubo en la cancha alguien llamado Pelé.

Contra lo que muchos creen, el futbol femenil en México no es novedad. Se juega hace décadas. En los años 60 del siglo pasado ya había equipos y ligas femeniles en varias ciudades del país. En algunos casos con mayor éxito y con más participación que en otros, la suficiente para que, cuando en 1970 cayó en las manos del periodista y promotor del deporte amateur Manelich Quintero una invitación para participar en un torneo internacional de futbol femenil, se encendiera la mecha que hizo estallar de emoción a más de 110,000 espectadores en el Estadio Azteca una tarde de verano de 1971, cuando el grupo de jóvenes mexicanas disputó con su par de Dinamarca la final del II Mundial Femenil.

Fue el momento de la catarsis de los aficionados, la oportunidad de liberar el grito ahogado cuatro veces, un año antes, por la Italia de Luiggi Riva y Gianni Rivera en la Bombonera de Toluca. Nadie se detuvo a pensar en el futuro. Lo importante era vivir el momento y guardarlo en la memoria.

Atrás quedaron años de ir cada fin de semana a los juegos de la liga del barrio, la emoción de saber que se iba a formar una selección femenil y, como después rememoró Alicia Vargas, cambiar la expectativa de Xochimilco por Roma. El camino no estuvo exento de vicisitudes, como cualquier historia digna de ser contada.

Y en un segundo plano, el tejedor de todos los retazos de memoria, colores, emociones, palabras, pensamientos y deseos, dedicó seis años a dar vida a una historia perdida en “un hoyo negro de 30 años o más”, como sentenció Elvira Aracén, la portera mexicana, quien 50 años después rebosa vitalidad y dinámica, aún le brillan los ojos y tiene frescas en su memoria imágenes y sucesos que vivió junto con sus compañeras de la selección femenil, cómo inició todo en aquellas mañanas jugando para el Guadalajara femenil, a la orden del técnico José Morales, y que tuvieron su cenit en Santa Úrsula, dirigidas por el entrenador Víctor Manuel Meléndez.

Manuel Cañibe, egresado del CCC, tuvo el tiempo, la paciencia y capacidad para recrear un episodio que cada vez menos aficionados pudieron ver y muchos ni lo imaginaban. En su tercer largometraje, el director confronta realidades más allá del rectángulo verde, el origen, el ascenso, de alguna manera el olvido y la sanación de los personajes, en una metáfora deportiva y social contemporánea del camino del héroe, en versión colectiva y con una narrativa propia.

Para la narrativa emocional, la metáfora que describe a la selección femenil que metió más de 110,000 espectadores al Azteca podría ser: las mujeres que se subieron a la ola y llegaron Tan cerca de las nubes.

hugo.valenzuela@eleconomista.mx

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Noticias Recomendadas

Suscríbete