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Tienes razón, la paciencia siempre vale la pena…

Wawrinka ha mostrado que la paciencia siempre lleva, tarde o temprano, a una recompensa. Pero también el trabajo y quizás más aun, el talento.

No hay duda. Stan conoce a fondo la palabra perseverancia. Por eso quizá, la noche del domingo durmió relajado, con la certeza de que lo realizado en Francia le abre cada vez más las puertas a un mundo que hace años buscaba conquistar.

¿Lo conoce? Le llaman Stan. Stan Wawrinka. Y desde pequeño fue un niño fiel a su deporte, travieso, consciente, trabajador. Acaso su mayor defecto ha sido haber nacido en Suiza en tiempos del maestro, leyenda, Roger Federer.

El hijo de Wolfram e Isabelle Wawrinka ha mostrado que la paciencia siempre lleva, tarde o temprano, a una recompensa. Pero también el trabajo y quizás más aun, el talento.

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Hay un pasmo inesperado cuando la pelota amarilla es reventada por la raqueta de Stanislas Wawrinka. Parecen segundos convertidos en años luz cuando al otro lado de la cancha el serbio Novak Djokovic estira su humanidad para intentar contestar el ataque. ¡Punto para partido! Y entonces el pasmo desaparece.

Nole, el número uno del mundo, el imbatible en tierra batida esta temporada, estallaba en llanto, frustrado, herido en el orgullo por el aplastante 4-6, 6-4, 6-3 y 6-4 de un inspirado suizo que disfrutaba a brazos abiertos su conquista: un segundo Grand Slam en su palmarés.

Sucedió de nuevo. Ese revés a una mano, considerado el más bonito en el tenis profesional, el que hace que hasta el mismo Pete Sampras se ponga celoso, había dominado en tierras francesas. El golpe de derecha no podía perder.

Era entonces que Stan entendía que todo, absolutamente todo cobraba sentido... valía la pena.

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Acompañémoslo a los recuerdos de su infancia. Allá, en Lausana, Stan creció amando el campo... una granja, propiedad de sus padres, en la que a veces el pequeño Wawrinka colaboraba.

También encontró en su niñez el amor por el deporte. No el futbol, no el basquetbol, no el beisbol. Siempre el tenis. Y su afición por el deporte blanco le hizo apenas a los ocho años tomar en serio la disciplina que se requiere.

A los 15, abandonó todo por la raqueta y comenzó a ser famoso en los torneos juveniles. Cuando en el 2002 decidió hacerse profesional, su futuro parecía promisorio a no ser por un pequeño inconveniente.

El mundo ya conocía a los tenistas suizos gracias a un talentoso joven llamado Roger Federer, apenas tres años mayor que Stan. Para el 2003, Feds ya se adjudicaba su primer Grand Slam, en Wimbledon.

Y Stan, soñaba... sólo soñaba.

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El protagonismo de Stanislas ha sido postergado por años gracias a Roger Federer. Siempre había sido conocido como el número dos y hasta el 2013 sólo había ganado torneos menores. Acaso había tenido un poco de atención cuando en los Juegos Olímpicos del 2008 se colgó el oro en dobles con Roger Federer.

Insistente, perseverante, una y otra vez intentando ganar algo importante de manera individual.

El momento llegó en el 2014, cuando en el Abierto de Australia llegó a la final que disputó con Rafael Nadal, el entonces número uno del mundo. Lo derrotó en cuatro sets, luego de haber intentado ganarle en 13 ocasiones diferentes anteriormente. Su paciencia le recompensaba.

Entonces comenzaba a erigirse como figura.

El alcalde de San Bartolomé, pueblo donde vive Wawrinka, quería hacer un acto cívico en honor al héroe local, pero el tenista se negó. El alcalde está muy loco , dijo, le gusta estar en los periódicos . Y en Francia, refrendó su fama. Luego de 11 veces en las que Stan había intentado derrotar a Djokovic, finalmente el suizo fue implacable y por primera vez vio llorar al serbio, al mismo tiempo que le consoló. Algun día vas a ganar Roland Garros. Te lo mereces , dijo Wawrinka. Pero Nole no

* * *

Entrega es una palabra que implica todo en el diccionario Wawrinka. Acaso por ello, Stan ha sido capaz de apostar más por el tenis que por su propia vida. En el 2011, cuando el suizo sentía que no levantaba en su nivel de juego, le pidió a su esposa separarse.

Aun cuando ya tenían una hija, el suizo argumentaba que su juego estaba estancado. Un año después volvió con ellas. Hace unos meses volvió a separarse... y volvió a ganar.

Acaso tiene razón y su familia es un obstáculo. Pero si algo es cierto, es que su perseverancia le ha llevado ya a otros niveles. Aunque tal vez nunca va a lograr el estatus de ícono del 17 veces campeón de Grand Slam, en él no cabe resentimiento con ello.

Tal vez cuando en su mente llega algún pensamiento negativo, mira siempre su brazo izquierdo, aquél en el que lleva tatuada la frase del dramaturgo irlandés Samuel Beckett: Siempre lo intentaste. Siempre fallaste. No importa. Inténtalo otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor . Pero esta vez, Stan Wawrinka y su revés no fallaron.

cristina.sanchez@eleconomista.mx

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