Lectura 4:00 min
Brexit, el miedo a un nuevo cambio de siglo
Sesenta años después de su nacimiento, el concepto de la Unión Europea (UE) es tan ingrávido por intangible que la demagogia permite desvirtuar los costos del Brexit.
La Unión Europea pagaría más cara la salida de Gran Bretaña que la propia nación (conformada por Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte), por la sencilla razón de que la UE es un ente supranacional y no un país.
La esencia supranacional de la UE no nació por un berrinche. Seis países estuvieron de acuerdo en ceder soberanía con un objetivo vital: evitar la tercera guerra mundial. Francia y Alemania fueron los países señalados como los más vulnerables ante los huracanes del nacionalismo durante la primera mitad del siglo pasado. Una generación de políticos pensó en las próximas generaciones; es decir, actuaron como estadistas. Los acompañaron en la aventura Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos. Sin embargo, el mantenimiento de la paz no es un tema a discusión alrededor del Brexit.
Los costos económicos del Brexit a corto plazo no se acercan a las externalidades negativas que ocasionaría el desmantelamiento de la UE. Resulta baladí calcular el número de décimas que el PIB británico se deslizaría ni el porcentaje de depreciación de la libra esterlina producto de un incremento en la demanda de dólares o yenes, frente a la posibilidad de una guerra europea. El costo político del Brexit para la UE es exponencial.
Si el Brexit se impone el jueves, Gran Bretaña se convertiría en el primer país en abandonar la UE y el efecto dominó pondría en riesgo cualquier tipo de modelo que elimine soberanías. Polonia no esconde su hartazgo por la UE. O qué decir del crecimiento de los partidos eurófobos en Francia, Holanda, Suecia, Austria y Alemania.
Hoy, como lo pensaba Winston Churchill en su momento, los británicos saben que están en Europa, pero no se sienten europeos. El reconocido euroescepticismo de Gran Bretaña lo ha mantenido al margen de las decisiones evolutivas de la UE. Por ejemplo, Gran Bretaña nunca ha querido desarrollar dos órganos vitales comunitarios: el euro y Schengen (libre circulación a través de las fronteras), auténticos pulmones del club europeo. Por lo anterior, el costo sentimental del Brexit para los británicos carece de relevancia.
Desde que el presidente francés Charles de Gaulle impidió el ingreso de Gran Bretaña a la entonces llamada Comunidad Económica Europea (CEE) en 1963, los dos grandes partidos políticos británicos no han escondido su distanciamiento con la UE: Harold Wilson propuso el primer Brexit en 1975, ¡dos años después del ingreso de Gran Bretaña a la CEE! Margaret Thatcher, John Major, Tony Blair, Gordon Brown y el propio David Cameron han sido ambivalentes frente a Europa a lo largo de sus gobiernos.
La batalla de las percepciones que recogen las principales encuestas alrededor del Brexit se centran en dos grandes grupos: el que conforman la ultraderecha y los indignados frente al grupo integrado por miembros que se sienten confortables con el statu quo comercial y financiero, junto a los jóvenes de la llamada generación Easyjet (entre 18 y 29 años que han sido beneficiados por becas Erasmus, lo que les ha permitido estudiar en países de la UE, y lo hacen en aerolíneas de bajo costo, por ejemplo, la británica Easyjet).
La síntesis de la campaña del Brexit lamentablemente refleja con claridad la frase que mencionó Thomas Mair momentos antes de asesinar a la diputada laborista Jo Cox el pasado jueves: Primero, Gran Bretaña; mantengamos a Gran Bretaña independiente .
El nacionalismo y el miedo tienen correlación positiva. Donald Trump, Marine Le Pen o Nigel Farage son expertos en catalizar el estrés social en las urnas.
El 31 de diciembre de 1999 la atención global se dirigió a los sistemas cibernéticos por el posible caos provocado por el cambio simultáneo de cuatro dígitos (2000). Hoy, la tensión la provoca la posible resta de países que conforman la UE: 28-1.