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Opinión

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Defensa de la educación y del conocimiento

El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina es una de las instituciones impulsoras de la investigación científica más importantes de América Latina. Sus trabajos se inscriben sobre todo en las ciencias “duras” y aplicadas, con investigaciones de punta en biotecnología y otras áreas. En su afán de austeridad, el presidente Milei dirigió su “motosierra” (brutal imagen suya) contra éste para cercenar en 20% el personal administrativo y técnico, mientras su vocero tachaba de “superfluas” sus investigaciones. No es casual que un régimen autoritario ataque a una organización científica: el desarrollo del conocimiento requiere de pensamiento crítico, imaginación e independencia intelectual, formas de pensar contrarias al pensamiento uniforme, favorito de los gobiernos que buscan obediencia y sumisión.

Tampoco es mera coincidencia la precarización destructiva del servicio público, en particular del personal especializado o de carrera, que ha arrasado en México con instituciones y áreas esenciales, aun a costa de necesidades y derechos básicos en salud, educación y cultura, despreciadas por un presidente también autoritario que prefiere derrochar nuestros recursos en megaproyectos ecocidas y en una militarización ominosa. Aunque aquí se estigmatice a científicas, investigadores, intelectuales, voces críticas como “conservadores” o “corruptas”, el sesgo neoliberal y anti intelectual, contrario a los derechos sociales y culturales, es semejante.

En este contexto adverso al pensamiento crítico y a la búsqueda de conocimiento, en todas las áreas, destaca la valentía y lucidez con que, en el foro “Sin Miedo al Conocimiento”, respetables investigadoras, académicos y creadores reivindicaron ante Xóchitl Gálvez el valor de la educación pública, la investigación científica y la creatividad artística e intelectual.

El saldo de la política actual no puede ser más preocupante y triste: el desdén del presidente y sus cortesanos/as por el conocimiento y el pensamiento independiente ha llevado a ideologizar la educación pública y el Conacyt, a mutilar la vida académica con el recorte de becas y la imposición de directores mediocres en centros de investigación; a asfixiar a personas y empresas dedicadas al arte, a desmantelar instituciones especializadas, como el FCE. Ha llevado incluso a inventar delitos y violar y cambiar ilegalmente la Ley de Ciencia (como recordó el investigador Antonio Lazcano), a ignorar la obligación de los Estados de invertir el 1% del PIB en cultura.

El recuento de los daños es largo. Indigna más todavía en un país con grandes desigualdades e injusticias, que necesita pensar e imaginarse hacia el futuro y no dormirse en fábulas nacionalistas trasnochadas.

Si sabemos que las decisiones de hoy tienen efectos a 40 años en la educación, que la educación y formación en los primeros mil días es la más importante, que el estudiantado de 15 a 18 años es el que más abandona la escuela, que la inversión del Estado en educación y ciencia ha caído estrepitosamente, como explicaron las y los especialistas reunidos ante la candidata opositora, ¿qué estamos esperando para exigir una educación pública gratuita y de excelencia que abra las puertas a un futuro mejor?

La juventud hastiada de estudios sin salida es la que se pierde en la violencia. Para atraerla, no bastan las becas, hay que darle un nuevo sentido a sus estudios, fomentar sus intereses, cultivar sus talentos, encauzar su curiosidad. Quienes enseñamos en escuelas o universidades hemos conocido a estudiantes que no leen bien, que no saben escribir... y que tienen la capacidad y el entusiasmo de aprender y entender, de interpretar una gráfica o un texto; que se emocionan con un poema o una novela, que se animan a investigar sobre historia o ecología, a dibujar o escribir...

Nuestra educación pública no debe ser un fraude. Ofrecer mediocridad por falso igualitarismo es desperdiciar un enorme potencial intelectual y creativo. No basta con “preparar para el trabajo”. Invertir en educación de calidad, ciencia y cultura es apostar por una vida más plena y un país mejor para todos/as.

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Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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