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Diderot frente a Amélie: la nueva batalla en Francia
La ira se ha instalado en Francia. Miembros de protección civil evacuaron los museos del Louvre y de Orsay por la elevación en el nivel de las aguas del río Sena; cuatro jugadores de la selección francesa de futbol se lesionaron en 15 días y no jugarán la Eurocopa; otros dos tampoco lo harán por problemas éticos. Estados Unidos alerta a sus ciudadanos sobre posibles atentados terroristas en tierra gala durante el verano.
La Confederación General del Trabajo (CGT), el principal sindicato francés, promete paralizar el país en junio durante la Eurocopa. La CGT desconectará a usuarios de trenes y aviones, y ya está paralizando plantas energéticas (en tres de cada 10 gasolineras ya no hay servicio), hasta que el gobierno de François Hollande no desmantele la ley laboral que entró en vigor sin el consentimiento de la Asamblea Nacional (Congreso).
El mal humor se globaliza. Lejos, muy lejos la época de Diderot. Los pensadores de la Ilustración radical querían cambiar la manera general de pensar , y a tal fin estaban obligados a intervenir en el debate público, cosa que hicieron, indirectamente, en la Encyclopédie de Diderot ; escribe Philipp Blom en Gente peligrosa; el radicalismo olvidado de la Ilustración europea (Anagrama, 2012). Hoy, Diderot se toparía con una clase política sin imaginación y en búsqueda de suplantación de ideologías.
Nicolas Sarkozy intentó retener la presidencia francesa en 2012 ofertando ideología patentada por el xenófobo partido Frente Nacional. Perdió.
El François Hollande de 2016 es distinto al que ganó las elecciones cuatro años antes. Sigue la pauta de Sarkozy: intenta imitar parte de la identidad ideológica del Frente Nacional para evitar que su partido, el socialista, quede eliminado durante la primera vuelta de las elecciones presidenciales del próximo año.
Los obreros y trabajadores industriales de barrios marginales en grandes ciudades confían más en el discurso xenófobo de Marine Le Pen que en el de Hollande.
El problema de la suplantación de identidad ideológica son las inconsistencias. Hollande ordenó suspender la libre circulación (Schengen) cerrando las fronteras después de los atentados terroristas de noviembre; al mismo tiempo, instruyó a su primer ministro, Manuel Valls y al encargado de las finanzas, Emmanuel Macron, a impulsar una reforma laboral asimilable al siglo XXI, es decir, a la realidad.
Francia es uno de los países europeos con mayor gasto público en términos relativos: 57% del PIB. El FMI estima que su deuda crecerá en 2017 a niveles del 98% de su PIB por lo que le recomienda al gobierno de Hollande realizar ajustes anuales del 0.5% del PIB. Para conseguirlo tendrá que reducir la burocracia o bajar sueldos.
Si Donald Trump promete algo así como la estatización del sueño americano, Marine Le Pen, promete una Francia como la de la película Amélie, sin negros, y ahora, sin sirios, eritreos e iraquíes.
La política se ha convertido en una clínica de botox. Sarkozy ordenó el cambio de nombre de su partido: el extinto Unión por un Movimiento Popular (UMP) ahora se llama Los Republicanos. Manuel Valls también pide que se le cambia de nombre al Partido Socialista. Mientras los cambios de ornamento estético cambian, el caos en las calles revela el mal humor francés.