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Opinión

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El aporte del Estado al éxito chino

La élite política de China sigue siendo un impulsor poco reconocido del rápido y sostenido crecimiento económico del país. La transformación de la economía china en una potencia mundial reflejó no solo las reformas orientadas al mercado del país posteriores a 1978, sino también la historia y el carácter de su poderosa burocracia gubernamental

SHANGHÁI – Cuando los economistas e historiadores occidentales analizan la espectacular transformación económica de China durante las últimas cuatro décadas, tienden a poner el acento en el gran aumento de la productividad liberado por el inicio de las reformas promercado en 1978. Pero no se ha examinado lo suficiente el papel que tuvo la élite política del país como factor clave de su conversión en potencia económica.

Esto se debe en parte a que el aporte de las élites políticas al desarrollo económico de los países es difícil de medir. Felizmente, un nuevo estudio de Tomas Casas i Klett y Guido Cozzi, de la Universidad de St. Gallen, ofrece un marco conceptual útil para entender el modelo económico chino. Casas y Cozzi crearon un índice de calidad de las élites conocido por la sigla EQx. Este índice, que se actualiza todos los años, hace una medición comparativa del valor que crean las élites nacionales para sus respectivos países.

Igual que muchos otros países del este de Asia, China apeló a una fuerte capacidad estatal y a una burocracia eficaz para fomentar y coordinar el desarrollo económico. En la última edición del índice EQx, el país figura en el lugar 27 lugar (entre 151); es la mayor puntuación de las economías de ingresos medianos altos. En el apartado correspondiente al poder político, que mide la influencia de las élites nacionales sobre la regulación de las empresas, la definición de normas y la legislación laboral, China figura en el lugar 60.

Aunque las élites chinas mantienen un firme control de las instituciones del Estado, el índice reconoce claramente el enorme aporte que han hecho al desarrollo económico de China. En lo referente al papel de las élites en la redistribución de los ingresos y en la seguridad y el bienestar públicos, China figura en sexto y noveno lugar, respectivamente. Y aunque el informe halla que las élites crean valor para la sociedad china en el ámbito político, China se sitúa en el lugar 32 por el aporte de las élites a los mercados y al crecimiento económico.

La teoría económica estándar que prevalece en Occidente no puede explicar el inigualado modelo de crecimiento de China. La combinación de mercados y política industrial que hace China confunde a los observadores occidentales, que ponen demasiado el acento en las tendencias extractivas del Estado y subestiman su función de estímulo al crecimiento. El informe, en cambio, destaca la función del Estado chino como motor de dinamismo y éxito económico. En lo referido al “predominio de coaliciones”, que expresa el poder de determinados grupos sobre el sistema económico del país, China figura en el lugar 138. Al mismo tiempo, se sitúa en sexto lugar en cuanto a “destrucción creativa”, un indicio de que su sistema de orientación elitista es mucho más capaz de adaptarse a cambios en las condiciones externas de lo que creen algunos economistas occidentales.

La naturaleza schumpeteriana de la élite política china puede desconcertar a los observadores extranjeros. Pero no sorprenderá a personas versadas en la larga historia del país y conocedoras de la forma en que surgió el Estado chino hace ya varios milenios. Como observó el difunto historiador chino‑estadounidense Ray Huang, China es un país políticamente precoz que completó el proceso de convertirse en un Estado moderno mil quinientos años antes que Europa.

A Huang (lo mismo que al politólogo Francis Fukuyama) le llamó la atención lo poco que duraron los reinados feudales chinos. Los minúsculos reinos guerreros que precedieron a la China Imperial no podían resistir las frecuentes invasiones de los pueblos nómadas del norte ni manejar los desastres naturales, lo cual creó la necesidad política de tener un gobierno unificado. Este surgió en la forma del primer emperador de China, Qin Shi Huang, que gobernó China entre el 221 y el 210 a. C., y cuyo proyecto político fue establecer un régimen centralizado poderoso.

La China de Qin fue, en muchos aspectos, antecesora del Estado moderno, según la definición del sociólogo Max Weber, con una vasta burocracia centralizada y un sistema tributario bien estructurado. Europa, en cambio, no dio sus primeros pasos hacia la modernización política hasta el siglo XV.

Pero el desarrollo temprano también tuvo desventajas. Los mercaderes europeos pudieron acumular influencia política antes de la formación de los estados centralizados, pero en China, el poder consolidado del régimen le permitió cortar de raíz ese fenómeno. Por eso, en la antigua China, a pesar de sus instituciones estatales relativamente modernas, no había lugar para que surgiera el capitalismo. El resultado fue la “Gran Divergencia”, en la que los estados occidentales se industrializaron antes y superaron a China.

Después de la unificación, la inmensa población de China y su eficiente burocracia permitieron a sucesivos imperios experimentar largos períodos de prosperidad y lograr avances notables en ciencia, tecnología y cultura. Pero China también estuvo muchos siglos aislada del mundo, y el resultado fue su gradual declive.

La experiencia china de los últimos cuarenta años muestra que el crecimiento económico va de la mano con la integración a la economía global. Es un proceso que aún continúa, y el camino que falta recorrer es largo, ya que en el índice EQx, China es el país número 80 en términos de libertad comercial y el 104 en términos de globalización económica. Pero el rico legado institucional de China es favorable a un fuerte crecimiento económico, lo mismo que el énfasis (atribuible al confucianismo) de la cultura china en la educación y el ahorro.

Hoy muchos países no consiguen estimular el crecimiento por culpa de la incompetencia burocrática, la captura de los organismos regulatorios y la corrupción desenfrenada. Pero la trayectoria de China resalta el aporte que una élite política capaz y dinámica puede hacer a la prosperidad, así como el peligro de subestimar el papel económico crucial de un Estado fuerte y eficiente.

El autor

Es decano de la Escuela de Economía de la Universidad Fudan y director del Centro de Estudios Económicos de China con sede en Shanghai.

Traducción: Esteban Flamini

Copyright: Project Syndicate, 1995 - 2022

www.projectsyndicate.org

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