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El fin de las vacaciones. De la santidad al caos
"Lo único necesario para el triunfo del mal es que las personas buenas no hagan nada".
Edmund Burk
La Semana Santa conmemora los últimos días de Jesucristo: su generosidad y los milagros que dejó a su paso, la última cena con sus discípulos, la detención, el juicio, la muerte y la resurrección. Abrazada por millones de personas, en nuestro país la Semana Santa tiene un significado especial, pues además de abrir un espacio a la tradición, las representaciones de la pasión que se llevan a cabo en cada vez más lugares a lo largo y ancho de México, hablan de la batalla entre el bien y el mal, la traición y el perdón, pero más que nada, de la redención de un hombre a favor del mundo y un mensaje de bondad que busca inspirar a los creyentes, pero también a los no practicantes a ser mejores personas.
Quizá por eso me sorprende que tan sólo durante la pasada Semana Santa, cuando se supone que los ánimos amorosos y la fe estaban en su máxima expresión, el gabinete de seguridad reportara 334 homicidios dolosos, entre ellos la muerte de la niña Camila y el desesperado linchamiento de sus presuntos feminicidas en Taxco de Alarcón.
¿Cuáles son las condiciones para que un Estado deje de garantizar la seguridad de sus habitantes y viva una realidad tan desoladora como la que hoy transitamos?
Un país que se deja tocar por los discursos de odio, el menosprecio de la ley y la polarización que divide y distrae sobre lo urgente, es presa fácil para el desorden y la violencia, pero también para la impunidad que envalentona al ciudadano de a pie y lo convierte en criminal. La impunidad invita a robar, violar y matar por que los delincuentes, violadores, asesinos y feminicidas saben que no les pasará nada y la justicia no hará efecto en ellos. En pocas palabras, para que un país se transforme en lo que hoy nos hemos convertido, se requiere de una tremenda descomposición y la muerte de un tejido social que merecía más atención que olvido.
Del viacrucis, uno de los momentos más importantes y significativos es el que se dedica a María. Saco esto a colación para que reflexionemos en el enorme sufrimiento que viven las madres que pierden a sus hijos e hijas. ¿Cuántas madres en México sufren hoy lo que María? Seguramente miles, con la diferencia de qué, además de resignarse y penar la ausencia de quienes aman por el resto de sus días, las madres mexicanas denuncian, marchan y luchan por esclarecer los feminicidios y los homicidios de los suyos. Aunque les cueste la vida.
El caso de Camila y la brutalidad del linchamiento que lo siguió debe ser visto como un precedente y una amenaza: la combinación de la violencia, la impunidad y el hartazgo es una bomba de tiempo.
A pesar de las leyes de paridad de género y de la segura victoria de una de las candidatas presidenciales, la violencia simbólica y la difusión de mensajes, imágenes y conductas que refuerzan estereotipos y la desvalorización de las mujeres se ha vuelto un mecanismo de control social, de reproducción de desigualdades y del odio y la muerte que hoy nos roban la tranquilidad.
De cara al debate que hoy enfrentará a la primera presidenta de México con sus opositores, las mexicanas esperamos que la mujer que nos vaya a representar empatice con nosotras, se sume a nuestras consignas y mire de frente nuestro dolor y lo atienda. Las mujeres merecemos la garantía de una vida libre de violencia. No podemos aceptar un país donde mueren víctimas de feminicidio entre 12 y 13 mujeres cada día.
Además de colocar monumentos en las glorietas dedicadas a las mujeres que luchan, la mujer que nos gobierne debe terminar con la impunidad y hacer uso de la memoria, la verdad y la justicia, para esto tendrá que trabajar mucho en limpiar, reparar y sanar. Seguramente tendrá que vencer mucha resistencia y romper muchos prejuicios.
Nuestra futura presidenta tiene mucho trabajo por hacer. Ojalá no pierda el tiempo.