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Opinión

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Filas de autos para cargar gasolina, no es Caracas, es Londres

Nigel Farage agitó en 2016 el mal humor británico a través de la Unión Europea. Boris Johnson le hizo segunda.

Cinco años después, Farage se mantiene en la sombra, pero Johnson es primer ministro.

Nigel Farage prometió invertir 350 millones de libras (430 millones de euros) semanales al sector salud de Reino Unido si ganaba el referéndum del Brexit y, posteriormente, si se convertía en primer ministro.

La cifra fue usada por Boris Johnson y pintada en números gigantes en su camión de campaña a favor del Brexit. La cantidad de dinero se trataba, supuestamente, de la aportación que hacía Reino Unido a la UE: 17,800 millones de libras  (22,000 millones de euros) anuales. Pero la realidad es que la aportación semanal no superaba los 300 millones de libras, en promedio, a la semana. Las estimaciones de Infacts apuntaban a los 140 millones.

A Boris Johnson le gustó el traje de populista porque en su momento le quedó a la medida. Presionó, junto a la parte dura del Partido Conservador, al entonces primer ministro David Cameron para que convocara el referéndum del Brexit en 2016 a cambio de cerrar filas en sus intenciones electorales.

Boris le apostó al milagro, y ganó. David Cameron renunció tras los resultados del Brexit y, posteriormente, Theresa May no logró salir del laberinto de negociación con Bruselas.

Llegó Boris al número 10 de Downing Street prometiendo que sería muy sencillo disfrutar la soberanía antieuropea. Lo difícil ya había pasado. Era el momento de recuperar fronteras. Take back control, dijo Boris en alguna ocasión.

La lluvia de mentiras sobre lo bien que le iría a Reino Unido fuera de la Unión Europea surtió efecto, pero ahora, pocos desean experimentar las muestras de caos que vive el país.

El Brexit ha puesto en riesgo el Acuerdo de viernes santo, con el que se puso fin al conflicto de Irlanda del Norte, y la cohesión de Reino Unido por la propensión a la independencia de Escocia quien votó en contra del divorcio con la Unión Europea.

Como si se tratara de un político chavista, Boris Johnson ha puesto en vilo el acuerdo formado con Bruselas, en particular, no le gusta que la frontera con la Unión Europea se encuentre dentro de Reino Unido y deje fuera a Irlanda del Norte. Es decir, si por él fuera, poco le importaría poner en riesgo el acuerdo de viernes santo.

La migración fue la variable protagónica en el Brexit. Farage y Johnson en contra de los migrantes polacos, húngaros o españoles. Las escenas que se han visto en las gasolineras del país durante el fin de semana tienen un componente del Brexit. Faltan choferes de camiones. La industria suma 90,000 conductores. De ellos, cerca de 50,000 abandonaron su trabajo por diversas razones: la pandemia, jubilación, cambio de actividad, y por supuesto, por las nuevas condiciones que impone el Brexit a los comunitarios, es decir, miles de choferes regresaron a sus países de origen o probaron suerte en otro país europeo.

La demanda de gasolina ha provocado que entre el 50% y el 90% de los surtidores estén vacíos en algunas zonas de Gran Bretaña, según la Asociación de Minoristas de Gasolina (PRA).

La espiral de la demanda de gasolina ha sido catapultada por el efecto psicológico que produce el pánico. El problema no es la escasez de gasolina, hay escasez de mano de obra en la industria de transporte. El gobierno de Boris trata colocar un parche al problema otorgando 10,500 visas de trabajo temporales, es decir, trata de enmendar disposiciones del Brexit que él mismo apoyó.

Ahora, Johnson amaga con sacar al ejército de los cuarteles para impedir que el caos se dispare.

El nacionalismo sirve para fabricar banderas, pero no para solucionar problemas de mercado.

Boris tendría que renunciar por mentiroso.

@faustopretelin

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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