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Opinión

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Finlandia y Suecia a la OTAN: ¿qué implica?

Finalmente, los 30 países de la OTAN iniciaron el protocolo de adhesión de Suecia y Finlandia a esa alianza. Ahora resta esperar a que los parlamentos y congresos ratifiquen dicha adhesión, lo que se espera para los próximos meses. La noticia tiene dos vertientes de gran relevancia: la primera es la reacción de Rusia y, específicamente, de Vladimir Putin; la otra tiene que ver con Turquía y cómo jugó sus cartas para aceptar la entrada de Suecia, después de semanas de vender caro su apoyo.

Los dos países nórdicos tenían una tradición de neutralidad de larga data, un equilibrio que habían logrado mantener a pesar de las muchas presiones. Suecia, por ejemplo, es neutral en los conflictos europeos desde el siglo XIX, e incluso durante la Segunda Guerra Mundial dejó pasar por su territorio a tropas nazis, aunque, por otro lado, dio asilo a los judíos.

Por su parte, Finlandia libró un conflicto bélico contra la Unión Soviética cuando ésta la  invadió en la denominada Guerra de Invierno (por ello, la URSS fue expulsada de la Sociedad de Naciones, acusada de perpetrar una guerra de agresión, un dato que resulta por demás significativo en estos momentos en que Rusia, que ha violado todos los tratados internacionales con la invasión a Ucrania, sigue teniendo derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, el organismo encargado de hacer que se respete esa legalidad internacional). Luego de 48 mil muertos en el lado finlandés, a ese país le fue arrebatado una gran parte de su territorio, que además representaba en ese entonces el 30% de su economía.

Después de esa mutilación, Finlandia fue obligada a firmar un “tratado de amistad” con la URSS, en el que se comprometió a no incorporarse a ninguna alianza militar occidental. A cambio, pudo mantener su soberanía y su economía de libre mercado, sin presiones excesivas para que se convirtiese en una república comunista más en la égida de su gigantesco vecino. Llevó a cabo una estrategia inteligente de equilibrismo y, llegado el momento, se acercó a la Unión Europea, pasando a formar parte de ella después del colapso soviético.

Sin embargo, conservó su neutralidad. Se desarrolló, al igual de Suecia, como uno de los ejemplos mundiales no solo en niveles de bienestar económico, sino en todos los indicadores posibles: democracia, educación, coeficiente de Gini (menos desigualdad), oportunidades, servicios de salud del más alto nivel, anticorrupción, etcétera. Además de todo, esos dos países no tienen una importancia militar menor, contra lo que pudiera pensarse. Y con su eventual adhesión a la OTAN Rusia tendrá prácticamente cerrado el acceso al Mar Báltico. Es, para Putin, una catástrofe geopolítica que sin embargo, ha querido minimizar.

Lo que buscan Suecia y Finlandia es el paraguas de protección de la OTAN por el cual si un país de esa alianza es agredido, los demás están obligados a defenderlo. El solo hecho de que solicitaran el ingreso causó preocupación en Europa de que, en los meses de espera, Rusia pudiera atacarlos. De inmediato salieron en su apoyo Reino Unido y Alemania, diciendo que considerarían cualquier agresión como propia.

Una histeria anti OTAN es la que llevó a Putin a invadir Ucrania, y ahora tendrá 1300 kilómetros más de frontera con dicha organización. Lo que pretendía Putin era finlandizar a Europa, y lo que está consiguiendo es OTANizar a Europa. La opinión pública en Suecia y Finlandia estaba en niveles de 20% a favor de unirse a la alianza atlántica antes del ataque a Ucrania, pero después de ver la brutalidad de la intervención, los niveles subieron a cerca de 80%. “Ambas poblaciones reconocen la nueva realidad de Europa –escribió Anders Rasmussen, ex secretario general de la alianza, y quien en su momento, en 2010, firmó un acuerdo de amistad entre la OTAN y Rusia que después este último país se encargó de tirar a la basura. “Un dictador al mando de un estado con armas nucleares ha lanzado una invasión a gran escala de un país vecino. Unirse a una poderosa alianza militar con un compromiso específico de defensa colectiva es la respuesta lógica”.

A pesar de sus bravuconadas y sus inenarrables amenazas nucleares, las que el mundo nunca debería de normalizar, Putin no ha atacado a ningún país de la OTAN, a pesar de que envían armas y suministros a Ucrania. Evidentemente el paraguas de protección del artículo 5 de la organización es el que lo está deteniendo. Lo mismo pasa con Lituania, que al imponer las sanciones internacionales impide que pasen ciertas mercancías por su territorio, para llegar a Kaliningrado, un exclave ruso fuera de su territorio.

Lo mismo sucederá con Finlandia y Suecia, sobre quienes había externado las mismas amenazas apocalípticas que le encantaba proferir al inicio de la guerra. Pero ahora dice que “Rusia no tiene problemas con esos estados”, y que “no suponen una amenaza directa para nuestro país”. Evidentemente no lo suponen, como no lo suponía Ucrania.

La segunda vertiente de este desenlace es Turquía, que había dicho que no iba a permitir que Suecia y Finlandia entraran a la OTAN, acusándolos de albergar a “organizaciones terroristas” kurdas. Cabe recordar que un solo miembro puede vetar el ingreso de un solicitante, como pasó durante muchos años con Macedonia ante el veto de Grecia, hasta que cambió su nombre a Macedonia del Norte. Suecia, particularmente, tiene una amplísima comunidad kurda y Erdogan, el autoritario líder turco, acusa que muchos de ellos son parte del PKK, el partido milicia calificado como asociación terrorista por la Unión Europea.

El conflicto kurdo es por demás complejo y, efectivamente, el PKK ha llevado a cabo actos terroristas, pero también es cierto que Erdogan acusa con demasiada facilidad; hay casos en los que le confiere ese sambenito a activistas pacíficos o incluso a periodistas. No obstante, ha logrado atraer la atención mundial hacia su “causa”. Después de su aceptación a las solicitudes, ha dicho que esperará a que Suecia cumpla sus compromisos de deportaciones (hay una lista de 73 personas) antes de que mande el proyecto de ratificación a su brazo legislativo. En Suecia ha trascendido que no va a haber tales deportaciones, porque dependen del poder judicial, y aunque se resolvieran a favor de Turquía, el gobierno las podría vetar, así que aún queda una incertidumbre de qué puede pasar.

En realidad, esa capacidad de veto le vino bien a Erdogan, pues ya ha obtenido su principal objetivo, que es posicionarse en lo interno, en un momento en que su país vive una severa crisis económica, con una inflación que ya supera el 70%. Ya obtuvo concesiones, al menos en el papel, y eso le funciona bien con sus aplaudidores profesionales, que los hay en todas partes. Uno de los diarios a favor del gobierno, Yeni Akit, no pudo ocultar su entusiasmo y puso en sus titulares lo siguiente: “¡Turquía golpeó la mesa y Europa se puso de rodillas!”

El país euroasiático tiene un delicado equilibrio en lo que respecta a Putin (condenó la invasión a Ucrania pero no se sumó a las sanciones; se apresuró a postularse como mediador, pero mantiene bloqueado el Mar Negro para Rusia), y eso también le sirve a sus intereses. Ya Estados Unidos anunció que le puede volver a vender los codiciados aviones de combate F-16 que tenía detenidos.

El mundo, como lo conocíamos, cambió después de la invasión a Ucrania. Es uno de esos puntos de inflexión en la historia que serán recordados por las profundas transformaciones que traerán. Los países siguen reaccionando ante la nueva amenaza, como Alemania, que cambió su vieja política de no militarizarse, y con toda Europa buscando dejar atrás la dependencia de la energía de Rusia. En los meses que vienen veremos hacia dónde se siguen encaminando todos esos reacomodos.

José Manuel Valiñas es articulista de política internacional. Dirigió la revista Inversionista y es cofundador de la revista S1ngular.

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