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Opinión

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La crisis alimentaria global agravada por Putin

El uso de la seguridad alimentaria como una arma por parte del presidente ruso no es el único factor responsable de una crisis que ya era grave antes de que comenzara la invasión a Ucrania. La comunidad internacional debe abordar no solo el bloqueo del Mar Negro por parte de Rusia, sino también los problemas estructurales que dejaron al mundo vulnerable ante las crisis del suministro de alimentos.

LONDRES .– Tras la crisis climática que se agrava, la pandemia del Covid-19 y los crecientes precios de la energía, una guerra en Europa era lo último que necesitaba un sistema alimentario global frágil. Ahora que hay hasta 50 millones de personas en el mundo al borde de la inanición, no son solo los ucranianos quienes están pagando el precio de la invasión del presidente ruso, Vladimir Putin, a su país.

El bloqueo del Mar Negro de Rusia ha dejado varadas aproximadamente 20 millones de toneladas de granos en puertos ucranianos –el equivalente al consumo anual de todos los países menos desarrollados-. Pero aún si se libera ese volumen, no será suficiente, porque la invasión de Putin es solo el último golpe a un sistema alimentario global ya quebrado. El mundo ahora debe prepararse para una crisis de alimentos que durará años, no meses.

Actualmente la crisis tiene que ver con los precios, ya que el índice mantenido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura está alcanzando un pico sin precedentes. Pero a esta altura del año próximo bien puede haber una crisis de disponibilidad de alimentos. Nuestro nuevo informe sobre las consecuencias globales de la guerra en Ucrania analiza de qué manera las temporadas de siembra alteradas minarán las exportaciones agrícolas de Ucrania, mientras que una crisis global de fertilizantes –exacerbada por el conflicto- pondrá en peligro la capacidad de muchos países de autoalimentarse.

La cosecha de trigo de este año en Ucrania, un país que normalmente aporta 10% de las exportaciones de trigo globales, probablemente sea un 42% menos que en 2021. El ex ministro de Agricultura de Ucrania Roman Leshchenko dice que la cobertura de cultivos en 2022 podría ser menos de la mitad que los niveles previos a la guerra, lo que sugiere que el daño a la cosecha del próximo año ya está hecho. Y cuando los combates finalmente terminen, reparar las granjas, los suelos y las instalaciones de almacenamiento llevará años.

La crisis del sistema alimentario generada por la invasión de Rusia no termina en las fronteras de Ucrania. Los precios promedio de los fertilizantes, que se dispararon el 80% el año pasado, han aumentado otro 30% desde comienzos de 2022, debido a una combinación de restricciones rusas a las exportaciones y sanciones occidentales. Los fertilizantes químicos son el elemento vital de la agricultura moderna y a ellos se les adjudica haber triplicado la producción global de granos desde los años 1960 y haber permitido el crecimiento demográfico global más rápido de la historia. Una escasez global de fertilizantes significa que ahora, como nunca antes, los países necesitan cada vez más autoabastecerse.

Como demuestran las alzas de los precios en el Reino Unido y en Estados Unidos, ni siquiera el mundo desarrollado es inmune a los efectos globales del conflicto. Pero para muchos países que ya están tambaleándose al borde de la inestabilidad, la situación es desesperada. En Sri Lanka, donde la inflación anual actualmente está en el 54%, más del 80% de la población se ve obligada a saltear comidas. De la misma manera, el hambre en el Sahel ha alcanzado niveles récord.

Las organizaciones humanitarias también se han visto afectadas. Los precios sin precedentes de los alimentos y los crecientes costos del transporte –como consecuencia de la pugna de los países ricos para garantizarse fuentes de energía no rusas- hoy representan una combinación cada vez más letal para los 274 millones de personas que, según estima Naciones Unidas, necesitarán ayuda humanitaria este año.

Y esto es solo el comienzo. Las crisis alimentarias globales de 2008 y 2012 demostraron que la inseguridad alimentaria exacerba los problemas existentes y, en los peores casos, provoca nuevos conflictos. Los manifestantes en Sri Lanka, país al que le cuesta importar alimentos y combustibles, han obligado al presidente a renunciar, mientras que agricultores peruanos han bloqueado caminos y saqueado negocios frente a la falta de suministros de fertilizantes. Un nuevo modelo de The Economist sugiere que decenas de países enfrentarán un aumento significativo de “episodios de agitación” como conflictos y turbulencia política en el próximo año, mientras que muchos otros podrían experimentar una disrupción económica. La comunidad internacional tiene que actuar ahora para impedir que se desarrolle un círculo vicioso.

Como sostiene David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, en el prólogo que escribió para nuestro informe, los responsables de las políticas no deben permitir que la guerra en Ucrania agobie a millones de familias atrapadas en una lucha mortal contra el hambre. A falta de remedios milagrosos para solucionar la crisis alimentaria, el mundo debería implementar un programa urgente de mitigación del daño manteniendo al mismo tiempo una perspectiva de largo plazo.

En el corto plazo, la comunidad internacional debe resistirse al bloqueo de Rusia y trabajar para establecer un paso seguro y una escolta naval para los buques de carga que transportan los 20 millones de toneladas de trigo atascados en puertos ucranianos. También hace falta una acción concertada para desalentar el proteccionismo irreflexivo. Desde la invasión de Rusia, por ejemplo, 23 países han restringido las exportaciones de alimentos, lo que representa el 17.3% de las calorías totales comercializadas.

En este sentido, los organismos multilaterales como la Organización Mundial de Comercio deberían alentar a las economías más importantes a coordinar y liberar las reservas de alimentos para impedir que los precios sigan aumentando. Los gobiernos también pueden abordar la crisis de precios de los alimentos ofreciendo alivio humanitario a los más vulnerables y aumentando el financiamiento de las organizaciones humanitarias que lidian con los crecientes costos de compra y transporte.

Pero el alivio humanitario por sí solo no bastará para impedir que la crisis de precios de los alimentos se convierta en una crisis de disponibilidad de alimentos. Necesitamos promover una mayor autosuficiencia alentando a los países en desarrollo a diversificar sus fuentes de importaciones y adoptar nuevas tecnologías de edición genética para impulsar los rendimientos de los cultivos, y también ayudar a los países africanos a aumentar su producción de fertilizantes. Muchos países, entre ellos Mozambique, Tongo, Túnez y Nigeria tienen importantes reservas no exploradas de las materias primas que se necesitan para fabricar sus propios fertilizantes y reducir la dependencia de África de los suministros rusos.

Finalmente, la crisis actual resalta la importancia de una mejor coordinación comercial. Por ejemplo, la Zona de Libre Comercio Continental Africana, recientemente creada, promete impulsar el comercio intrarregional y ofrecer cierta protección contra futuros shocks externos.

La utilización de la seguridad alimentaria como un arma por parte de Putin no es el único factor responsable de la crisis actual, pero la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha agravado una situación que ya era mala. Enfrentamos una lucha de largo plazo, porque debemos ocuparnos no solo del bloqueo del Mar Negro sino también de los problemas estructurales que, por empezar, dejaron al mundo en una situación de vulnerabilidad a las alteraciones del suministro de alimentos.

*Ruby Osman es investigador geopolítico sénior en el Instituto Tony Blair. Jacob Delorme es investigador político en el Instituto Tony Blair.

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