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La inflación en México
Prácticamente desde el inicio del 2021, México ha presentado un fenómeno de crecimiento de precios y, evidentemente, un crecimiento del índice inflacionario. Esta inflación lleva a que la mayoría de los analistas pronostiquen que, en el año, se acumulará una inflación general cercana a 6.5 por ciento.
Esta cifra parecería no tan alarmante como algunas situaciones que se han presentado nuestro país en la década de los 70, 80 y 90, sin embargo, en primer lugar, representa una variación de más de doble respecto del objetivo inflacionario del Banco de México y de 1.5% arriba del límite superior que el propio Banco de México establece dentro de sus objetivos en la materia.
Ese fenómeno inflacionario responde a causas diversas y complejas. Por un lado, existe una presión de energéticos, que de manera simplista en ocasiones se ha tratado de atribuir a las prácticas de las empresas dedicadas a la distribución por ejemplo del gas en nuestro país. Sin embargo, esta presión inflacionaria en energéticos se presenta en otras partes del mundo. Una de las explicaciones en ese sentido, se refiere a que el año pasado, al caer la actividad económica en todo el mundo, y consecuentemente al reducirse necesidades de consumo de combustibles y energéticos, se produjo una contracción de la producción y oferta de este tipo de bienes.
Al darse una recuperación económica a nivel mundial más acelerada de lo anticipado, muchos de los productores de materias relacionadas con el combustible y energéticos incluyendo el gas, no han logrado reactivar sus niveles de producción al mismo ritmo de la recuperación, lo que genera escasez y, consecuentemente incrementos en precios. Este fenómeno no es privativo de México. España presenta hoy un crecimiento importante del precio del gas que será grabado por la provisión de un invierno que acentuará la presión de consumo y consecuentemente el nivel de precios.
Adicionalmente, en otros segmentos como los de mercancías, parte de la explicación se debe al hecho de qué muchas cadenas logísticas de producción y distribución de bienes se vieron aceptadas en un inicio por los cierres de actividad económica y las restricciones de la movilidad de mercancías y personas. Y esas afectaciones generaron despachos estructurales que han llevado a un déficit tanto de insumos como de materias primas, alimentos y mercancías finales, que a su vez se traduce en incremento de precios.
En la medida en que estos desajustes se estabilicen, debería disminuir la presión de desabasto y consecuentemente sobre los precios.
Finalmente, hoy se habla del término “reflación”. Y se refiere a que, más que un crecimiento de los precios, el movimiento porcentual que enfrentamos este año está relacionada con una caída de muchos precios en el 2020 que, al regresar este año a su nivel actual, presentan un crecimiento porcentual, pero no una variación significativa respecto del nivel de precios que presentaban antes de la pandemia.
Sin importar las explicaciones, la realidad es que este año tendremos una inflación muy similar a aquella que enfrentó el país como resultado del incremento brusco la gasolina, ante una presión de las finanzas públicas durante la administración anterior.
Simplemente por un efecto en el cambio de la base de comparación, a partir del segundo trimestre del 2022 deberá existir un nivel porcentual inflacionario más reducido que el que hemos presentado este año.
Pero en un entorno donde muchos hogares han enfrentado reducciones de sus ingresos, las presiones inflacionarias aumentan el efecto negativo sobre su capacidad de atención a sus necedades básicas.