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Cinco años de lecciones aprendidas: no podemos permanecer callados
Para la Dra. Maria Van Kerkhove, líder técnica de la respuesta a la pandemia de COVID-19 y la jefa de la unidad de enfermedades emergentes y zoonosis de la OMS, el silencio frente a la pandemia es tan alarmante como la propia crisis que vivimos en el último lustro. Durante la conferencia “Preparación para la próxima pandemia: evolución, patogenia y virología de los coronavirus” celebrada en Awaji, Japón en diciembre de 2024, Van Kerkhove habló fuerte y claro “la pandemia de COVID-19, según los datos que tenemos, cobró más de 20 millones de vidas, costó 16 mil millones de dólares, dejó a 1,600 millones de niños sin escuela y empujó a 130 millones de personas a la pobreza. Y no ha terminado: en octubre de 2024, al menos 1,000 personas murieron a causa de COVID-19 cada semana, y eso es en base a los datos, algunos de ellos cuestionables, de los 34 países que todavía informan de las muertes a la Organización Mundial de la Salud (OMS)…”. Además, sentenció, “en el mundo en el que vivo ahora, nadie quiere hablar de COVID-19, todo el mundo actúa como si esta pandemia no hubiera sucedido en realidad” según cita Jon Cohen en su artículo publicado en la revista científica Science la primera semana de 2025 (https://shorturl.at/GLiRl).
A cinco años de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunciara que había un nuevo virus en China, sin nombre y sin conocer qué enfermedad generaría, los editoriales y efemérides llenan los periódicos comentando sobre el primer quinquenio posterior a la pandemia, pero sin tocar los problemas de fondo que Van Kerkhove señala.
Así como carecemos del tiempo para leer miles de publicaciones que se han escrito y ponernos al día sobre el COVID-19 y sus consecuencias en la sociedad, también nos hace falta memoria colectiva para recordar las lecciones aprendidas y no seguir avanzando como si la pandemia hubiera sido una pausa inconveniente en la vida cotidiana. COVID-19 dejó de ser una emergencia y con ello una prioridad.
Las cifras mencionadas son devastadoras, pero no revelan cómo el SARS-COV-2 afectó de manera diferencial a la población. Para muchos adultos mayores, por sus comorbilidades preexistentes y deficiente sistema inmunológico por la edad, el virus fe letal; las generaciones más jóvenes (especialmente Milennials y Generación Z) no experimentaron los niveles de mortalidad de los mayores, pero están enfrentando consecuencias a mediano y largo plazo, sobre todo en términos de salud física y salud mental. Según estimaciones del Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud (IHME), 87% de las muertes por COVID-19 (entre 2020 y 2024) sucedieron en población de 60 años y más. Por otro lado, aunque sabemos poco de las consecuencias no letales, la prevalencia de “COVID Largo o persistente” es mayor en menores de 45 años. De ahí derivan preguntas urgentes ¿qué estan haciendo las autoridades sanitarias en el mundo para cerrar estas brechas de conocimiento e información sobre las secuelas del COVID-19? ¿hay recomendaciones para montar sistemas de vigilancia al respecto? ¿algún país está actuando en este sentido?
La pandemia de COVID-19 puso en evidencia muchas deficiencias en los modelos de liderazgo global y nacional, la coordinación internacional y la gobernanza. La ausencia de liderazgo exacerbó los efectos de la crisis, dejando una sensación de incapacidad para gestionar de manera eficaz una situación que reclamaba cooperación, adaptabilidad y mucha transparencia. Este déficit de liderazgo debería influir en cómo los gobiernos y organizaciones internacionales se preparan para futuros desafíos o las siguientes amenazas a la salud de la población.
Durante la pandemia, la ciencia y la tecnología se volcaron principalmente en el tratamiento inmediato de la enfermedad. El desarrollo de vacunas, los tratamientos antivirales y la gestión de hospitales fueron la prioridad absoluta. El mundo científico respondió con una rapidez sin precedentes a la pandemia: las vacunas fueron desarrolladas en tiempo récord, y se avanzó rápidamente en tratamientos para los pacientes más graves. Sin embargo, esta respuesta tan rápida fue principalmente dirigida a la enfermedad aguda y no a los efectos secundarios del COVID prolongado o las secuelas crónicas que seguirían afectando a muchas personas jóvenes.
En México se habla poco de COVID-19, pero lo que se dice es inexacto. El Sistema de Vigilancia Epidemiológica de Enfermedad Respiratoria Viral (SISVER) reporta a diciembre de 2024 (https://shorturl.at/RTuOs) 14,051 casos de COVID-19 confirmados y 684 defunciones por esa causa en el año, repitiéndose el error de los reportes del pasado. Con un número tan escaso de pruebas, la letalidad del COVID-19 presentada por la autoridad sanitaria es inaceptable nuevamente. Es imposible que un padecimiento contagioso en fase endémica presente una tasa de letalidad de 4.7%. Ni en los peores momentos de la pandemia se presentaron estos niveles en ningún país del mundo. La letalidad estimada en este momento a nivel mundial es de 0.012%. Bajo esas circunstancias la subestimación de casos reportados en México es altísima. Además, no hay información pública sobre la prevalencia del COVID largo en el país, a pesar de que muchas personas —particularmente jóvenes— reportan síntomas persistentes como fatiga crónica, dificultades respiratorias, dolores articulares y problemas cognitivos que pueden durar meses o incluso años.
La pandemia dejó cicatrices psicológicas profundas. El aumento en los niveles de ansiedad, depresión y estrés crónico afecta de manera desproporcionada a las generaciones más jóvenes, marcando una secuela significativa pero invisible a los ojos de muchos. Estas consecuencias no pueden ser ignoradas por un sistema de salud, sobrecargado y sin suficientes recursos para atender problemas de salud a largo plazo.
La pandemia de COVID-19 es un punto de inflexión en la historia moderna que se atrevió a desafiar los modelos tradicionales de liderazgo jerárquico en los hechos. La lección es que este tipo de crisis no se pueden manejar con un liderazgo único y centralizado, se necesita, como dicen los jóvenes, de un liderazgo colectivo, horizontal, participativo y transparente. No solo puso a prueba las estructuras de poder y los modelos de liderazgo, sino también exacerbó las fracturas sociales y la desconfianza en las instituciones. En este contexto es posible que la crisis de confianza en las instituciones persista a medida que las generaciones más jóvenes buscan formas de liderazgo más inclusivas y democráticas que desafíen las estructuras tradicionales de poder.
Aunque las palabras de Van Kerkhove sean un recordatorio incómodo a cinco años del inicio de la pandemia, la nota de Cohen sobre la reunión de Japón (https://shorturl.at/GLiRl) nos alerta en dos temas relevantes:
- La “extraordinaria velocidad evolutiva viral” del SARS-CoV-2 no solo significa que nuevas variantes “provocan continuamente reinfecciones”, sino que los tratamientos con anticuerpos y las vacunas pierden rápidamente su eficacia. ¿Cuántos de los tratamientos y vacunas aprobadas funcionan contra las cepas circulantes ahora?
- Predecir con precisión cómo evolucionarán los virus también podría permitir a los fabricantes de vacunas diseñar productos más duraderos. La IA está ayudando en modelos predictivos, pero hay un largo trecho por recorrer.
Ahora nos corresponde debatir sobre el papel de la investigación y la ciencia en las enfermedades infecciosas conocidas y emergentes. No podemos bajar la guardia, ni guardar silencio. ¿Seguiremos ignorando las lecciones del COVID-19 o construiremos sistemas de salud y de investigación más inclusivos, transparentes y preparados para el futuro? Las respuestas a esta pregunta definirán parte de nuestro futuro en salud y nuestra capacidad para aprender de las crisis y fortalecer nuestro sentido de humanidad.
*El autor es profesor Titular del Dpto. de Salud Pública, Facultad de Medicina, UNAM y Profesor Emérito del Dpto. de Ciencias de la Medición de la Salud, Universidad de Washington.
Las opiniones vertidas en este artículo no representan la posición de las instituciones en donde trabaja el autor.