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Opinión

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La tormenta japonesa y México

Este fin de semana se desató una tormenta en los mercados financieros globales, creando nuevas condiciones que inevitablemente nos afectarán y pueden ser decisivas para el próximo gobierno.

El principal detonador fue el aumento de la tasa de interés en Japón. El Banco de Japón había mantenido su tasa de interés en cero desde 2015 para combatir la deflación crónica. Pero, el BOJ la llevó a 0.25%, lo que, junto con declaraciones de su subgobernador, desató el unwinding del carry trade. Esta estrategia, que busca capitalizar los diferenciales en tasas de interés, pide prestado en monedas de bajo costo, como el yen y “presta” en monedas con altos rendimientos, como el peso. El carry trade yen-peso explica en gran parte el “súper peso” del último año. Con el aumento de tasas y expectativas en Japón, aunque marginal, el yen se apreció, erosionando rendimientos y generando margin calls que obligaron a inversionistas a liquidar sus posiciones rápidamente. Esto, sumado a señales de desaceleración en Estados Unidos y la posible escalada del conflicto en Medio Oriente, creó miedo en los mercados, llevando a inversionistas a refugiarse en activos seguros como bonos del tesoro de EU, apreciando el dólar.

Aunque la tormenta viene de fuera, es iluso pensar que no nos afectará. Nuestra economía está en un claro proceso de desaceleración. La creación de empleo está estancada, el consumo paró de crecer y el boom de inversión en construcción de 2022 y 2023 se está enfriando. Además, el problema fiscal del gobierno mexicano sigue creciendo. Las pensiones, los programas sociales plasmados en la CPEUM y Pemex siguen ahí. Ante un panorama de menor crecimiento, será más complicado implementar la “consolidación fiscal” el próximo año para reducir el gasto.

La depreciación del peso, cerca de 15% en los últimos dos meses, podría beneficiar a largo plazo a productores agrícolas e industriales, pero no al próximo gobierno. Un tipo de cambio de 19.5 —aunque el miércoles presentaba una mejoría, no parece que vuelva a niveles previos— es bueno, pero no con una tasa de referencia de 11 por ciento. Esto creará presiones inflacionarias, especialmente en alimentos y otros productos importados. Gran parte del crecimiento en consumo ha sido de bienes importados.

Esto limitará la capacidad del Banco de México de relajar la política monetaria, a reserva de lo que haga la Fed. Así, la esperanza de reducir gastos de fondeo y servicio de la deuda a través de una reducción de la tasa de referencia parece haberse esfumado. Las tasas en México probablemente seguirán altas a corto plazo y, si hay una reducción, será gradual y no significativa para el presupuesto del próximo año.

Del lado del ingreso, un menor crecimiento implicará menos recaudación, por lo que las presiones fiscales seguirán, a menos que el gobierno recorte drásticamente el gasto en su primer año, lo cual probablemente provocaría una recesión, lo que parece poco probable. El déficit inercial seguirá creciendo y habrá recursos limitados para grandes inversiones que sí urgen: generación y transmisión de energía, puertos y carreteras.

La gran pregunta es qué tan pragmático será el próximo gobierno. ¿Seguirá la línea obradorista, que rechaza la participación privada en estos sectores? ¿O estaremos ante un gobierno más pragmático que entienda que estas inversiones urgen y que el Estado no tiene los recursos? La respuesta a esto podría ser clave para definir el desempeño económico del próximo gobierno, que buscará mejorar los mediocres resultados de los últimos seis años.

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