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Opinión

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No fue broma

El 16 de junio del 2015, Donald Trump subió a su torre de 202 metros de altura en Nueva York para enviar un mensaje al mundo: Voy a ser el presidente proempleo más grande que Dios haya creado . Durante un año, la élite política de Washington interpretó como broma la intención del magnate.

El 16 de junio del 2015, Donald Trump subió a su torre de 202 metros de altura en Nueva York para enviar un mensaje al mundo: Voy a ser el presidente proempleo más grande que Dios haya creado . Durante un año, la élite política de Washington interpretó como broma la intención del magnate.

A lo largo de la campaña ocurrieron varios mensajes anómalos que tuvieron que ser tomados en cuenta por la clase política. La primera anomalía sucedió el sábado 16 de febrero del presente año. Jeb Bush declinó. Los seguidores del partido republicano no estuvieron a favor de prolongar la dinastía Bush. El segundo mensaje fueron las sorpresivas declinaciones de apoyo a Trump por parte de prominentes políticos republicanos: George H. W. Bush y John McCain, por citar sólo dos nombres. En ese momento, Trump cambió las coordenadas. Sin anunciarlo, convirtió su campaña en una batalla campal en contra de la clase política. De manera paradójica.

El tercer mensaje fue la revelación monotemática de la campaña de Trump: luchar en contra de la globalización comercial y financiera. Para tangibilizar su promesa, utilizó a México para ejemplificar sus intenciones: construir un muro fronterizo y terminar con las deslocalizaciones para nacionalizar el sueño americano. Trump seguramente no leyó a Thomas Piketty, pero entre su equipo alguien le pasó una tarjeta que decía lo siguiente: el 20% de la población estadounidense acumula 86% de la riqueza, mientras que 20% más pobre se queda con 0.1 por ciento.

Un cuarto suceso fisuró la ventaja competitiva de su rival Hillary Clinton: política exterior. Bajo la estela del Brexit, Trump prometió que hará pagar a la OTAN los servicios que le presta Estados Unidos. Para Trump, la política exterior es una externalidad más de la burocratización. Así que lo mejor para él será replegar a su ejército.

A través de sus maximalismos: acabar con el Estado Islámico, dar marcha atrás al pacto nuclear con Irán, cerrar la frontera a los refugiados sirios y darle carpetazo al tema del cambio climático, entre otros casos: Trump redujo la política exterior de Estados Unidos a la talla mínima de cualquier país emergente.

El 20 de enero del 2017 comenzará una nueva era de la que hoy no tenemos seguridad sobre el rumbo que tomará.

La última carta para aquellos que le temen a Trump es su pragmatismo y su carencia de convicciones. Si corrige sus inconsistencias, el gobierno de Trump será el mejor guion de una serie de televisión.

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