Buscar
Opinión

Lectura 5:00 min

Viajar y vivir de prisa

 Portada El Mundo Ilustrado. El Lavatorio. Foto EE: Especial

Portada El Mundo Ilustrado. El Lavatorio. Foto EE: Especial

El ejemplar del semanario El Mundo Ilustrado que salió a la venta el 14 de abril de 1912, todavía hablaba de la Semana Santa. En su portada, una foto titulada “El Lavatorio” del Templo del Carmen y en su muy gustada columna “La Semana”, firmada por Carlos González Peña, una crónica del retorno del escritor a la ciudad de México, presumiblemente después de sus santas vacaciones que decía lo siguiente:

“Y partió el tren. Allá quedaban atrás los campos familiares. Acurrucado en mi asiento, mientras el tren devora kilómetros y kilómetros, camino de la ciudad, pienso, con un poco de nostalgia, en mis días rústicos. Pasan por mi imaginación sobrexcitada por las vigilias, las visiones campestres de los días santos, de paz y de tregua, de ostracismo delicioso en que sorbí aire puro y mis pupilas se embriagaron de cielo abierto. Junto a mí, amén de dos amigos, veo desconocidas gentes, remotos viajeros con los cuales por primera y última vez me encontraré.”

No sabemos si tanta poesía y romanticismo habrán servido de consuelo a quienes  ya habían regresado a sus labores cotidianas o resultado un alivio después de haberse gastado todo en mucha diversión y penitencia. Favorita de muchos, aquella publicación, que costaba 30 centavos por número suelto en la Ciudad de México y pedía un peso por suscripción mensual, llegaba a varios estados de la provincia y era muy popular entre ciertos sectores de la población: los que buscaban recomendaciones para vacacionar, arreglarse, entretenerse y presumir de actualidad. Lectores que ya sentían nostalgia por todo lo perdido –a punta de pistola– y añoraban el brillo (del oro y el oropel) de otros tiempos.

Como bien lo apunta Martha Eugenia Alfaro Cuevas, en su investigación “Revisión histórica del semanario El Mundo Ilustrado (1894-1914)”, esta publicación resultó una de las más emblemáticas del Porfiriato porque su primer dueño, Rafael Reyes Spíndola, se propuso colocar a su semanario a la altura de cualquier otro que se editara en Europa y los Estados Unidos y lo logró. Hacía honor a su nombre, porque además de incluir en sus editoriales noticias nacionales e internacionales, todas sus páginas estuvieron perfectamente ilustradas, ya fuera por dibujos realizados especialmente por sus colaboradores o por fotografías, que todavía provocaban el contento de la modernidad y el asombro de tan maravillosa técnica.

Además, su contenido era para todos los gustos. Se hablaba de ciencia, poesía, teatro, personajes admirables y contaba con secciones especializadas. Una muy amplia, titulada Páginas Femeninas, donde se daban consejos de belleza y vestimenta (“Los sombreros primaverales –afirma Margarita, la autora– continúan siendo el objeto principal de la atención femenina, de modo que ahora daré a mis lectoras algunos apuntes sobre tan importante capítulo de la toilette femenina. Las flores son, como siempre, el adorno predilecto de los sombreros en esta hermosa estación, pero no solamente, pues en un raro capricho de la moda, las plumas siguen reinando en el mundo del buen gusto”) y también una especializada columna: Consultorio para damas, donde se respondían preguntas que inquietaban a las féminas y que iban desde la confección de un vestido hasta cómo manejar los tormentos del corazón. (“No puedo contestar a sus preguntas con la franqueza que deseo –responde la experta columnista a una atribulada dama– porque temo causarle una verdadera pena. Su novio es de carácter raro, es cierto; pero no hay extravagancia suficientemente rara para explicar el abandono en que la ha dejado a usted desde hace seis meses. Se fue a Europa con una honrosa comisión del gobierno; la ciudad del mundo donde se radicó es uno de los centros más civilizados del viejo mundo ¿por qué no le ha escrito más que una sola carta al llegar a su destino? Todo hace pensar que es usted víctima de una infidelidad, pero no es discreto adelantar certidumbres a este respecto. Procure usted tomar informes exactos”). Y así, semana tras semana, rompiendo corazones, deshaciendo entuertos y componiendo dobladillos, El Mundo Ilustrado se convirtió en indispensable para aquellas familias mexicanas que esperaban enterarse, pero necesitaban la tranquilidad perdida.

Sin embargo, número tras número, –y porque el tiempo no se detiene– las portadas de El Mundo Ilustrado empezaron a cambiar. Si bien la primera de enero del año 1912 presentaba una foto de Justo Sierra, anunciando su nombramiento como Ministro Plenipotenciario en España, en el pueblo de México nadie sabía que el Maestro iba a ser el último reducto, perdonado y vivo, de un régimen que iba a revolucionar todo con lumbre y balazos incluidos. Estaban muy pendientes de averiguar a cuál balneario escaparse para pasar Semana Santa.

El Mundo Ilustrado sobrevivió dos años más. Fue en 1914 cuando las tropas carrancistas, al llegar a la Ciudad de México, incautaron las rotativas para usarlas y todo se acabó. Carranza todavía alcanzó a salir retratado en la portada del penúltimo número y el último texto de “La Semana” comenzó así: “Vivimos muy de prisa…¿Cuántas veces hemos oído repetir esta frase? En una página de novela, en un cuento, en un artículo periodístico, la vemos resurgir como obligado ritornelo. Todo lo hacemos de prisa. Amamos de prisa. Comemos, dormimos, viajamos de prisa. A veces ni siquiera escuchamos o pensamos.”

De recomendaciones para vacacionar, ni una palabra.

Temas relacionados

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete