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Opinión

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¿Para qué queremos a la aviación?

En la reciente reunión de la Asociación Latinoamericana de Transporte Aéreo (ALTA) se pusieron en la palestra algunos de los retos más importantes que enfrentará la región en los siguientes años. Sabemos que desde el inicio de este siglo, el desempeño del sector en la región había sido notable y en cierto casos espectacular, tanto en crecimiento como en conectividad, renovación de flotas, modernización de infraestructura y nuevas regulaciones. 

Sin embargo, derivado de la pandemia hubo un retroceso en la conectividad y posterior a ello se perciben algunas trabas al desarrollo que se reflejan en tasas altas, regulaciones restrictivas y otros obstáculos al crecimiento de la industria. Para que logremos que América Latina se desarrolle tanto en crecimiento como en sustentabilidad y en tecnologías de punta, se requiere de lo que suele llamarse “voluntad política” para que los gobiernos de la región trabajen con el sector privado en una agenda común.

En México hay muchos puntos que deberían abordarse con un criterio más técnico que político. Por ejemplo, en su momento se mostró cómo en el sureste mexicano era muy rentable desarrollar una aerolínea que pudiera cubrir los destinos de la zona a un precio mucho más asequible que la construcción del tren maya que, como se sabe, ha implicado más costos de los previstos, devastación de zonas que deberían reservarse o al menos cuidarse, y una serie de problemas concomitantes, en tanto que el haber usado recursos como los que se han destinado a Mexicana de Aviación y aprovechar la infraestructura YA CONSTRUIDA de aeródromos y aeropuertos en toda la península y estados como Chiapas, Campeche y Tabasco, se hubiera logrado una conectividad inmediata a un costo muy razonable.

Lo mismo puede decirse del resto de los proyectos ferroviarios. No hay país en el mundo, ni siquiera Suiza donde el poder adquisitivo es uno de los más altos del mundo, donde el ferrocarril sea autosuficiente (ya no digamos rentable). México no sólo no será la excepción, sino que debido a nuestra orografía los obstáculos técnicos/financieros se multiplican.

Y sucede lo mismo que en el sureste: nos sobran aeropuertos, muchos de ellos no aprovechados y hoy en manos de las fuerzas armadas. Son infraestructuras que ya están ahí y que podrían ser aprovechadas para conectar al país de muchas formas, ya sea con aerolíneas regionales o alimentadoras y, si logran crecer lo suficiente, con troncales en aquellos puntos que pueden convertirse en polos de desarrollo.

Hace algunas décadas existió un plan de desarrollo turístico, por ejemplo, que tenía como brazo ejecutor a Fonatur, agencia que hacía desde planeación hasta compra de tierras, desarrollo de infraestructura, promoción de inversiones y de atracción de turismo.

No podríamos explicarnos destinos como Cancún, Ixtapa, Huatulco, La Paz, Los Cabos, Vallarta, etc., sin Fonatur. Esos destinos son hoy los que aportan la mayoría de los ingresos por turismo, son referencia a nivel mundial y generadores de empleo y divisas como pocos proyectos.

Cuando se habla de una política de Estado, de una política pública, estamos hablando de eso: de una intención clara del Estado, apoyado por los sectores privado y social, que se aboquen a un proyecto que se convierta en generador de desarrollo. Todo lo demás, se queda en buenas intenciones.

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