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Opinión

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Las reflexiones, un día después

Este texto está dedicado a la gente que sabe dar. Siempre inspira.

“¿Por qué estamos aquí? es la pregunta más importante a la que debe enfrentarse un ser humano. Creo que la vida tiene significado a pesar de las muertes sin sentido que he visto. La muerte no tiene sentido, la vida sí.”

 Elie Wiesel

Cada 27 de enero me confronto con mi humanidad, pero también con la imposibilidad de sentir y empatizar lo suficiente, o por lo menos, lo proporcional a la desgracia del asesinato sistemático de más de diez millones de seres humanos. Sí, el dato es correcto: entre 1939 y 1945 se puso en marcha un aparato de deshumanización que concretó el asesinato de seis millones de judíos y cuatro millones de muertos más, entre gitanos, homosexuales, comunistas, testigos de Jehová y personas con discapacidad, todos ellos exterminadas por cuestiones raciales, religiosas e ideológicas.

Por más que me resisto e intento convencerme de que este evento corresponde al pasado, y repetirme “que el mundo ha cambiado”, la Conmemoración del Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto, me pone en pausa y vulnera mi mente con una molesta serie de reflexiones y cuestionamientos:

Después de un siglo lleno de muerte y dolor: ¿Qué fue lo que no aprendimos? ¿No fue suficiente la lección de dos grandes guerras, sangrientas revoluciones, invasiones y los excesos del totalitarismo? Y al pensar en México: ¿Cómo se vive en un país donde hay once mujeres víctimas de feminicidio cada día? ¿Por qué la trata, el abuso y la explotación de niños y niñas? ¿Es justo tolerar la desaparición forzada de cientos miles de personas?  ¿Por qué un trato tan inhumano a los migrantes?

Las respuestas brillan por su ausencia. Al fin y al cabo, siempre existe alguien más que las responda, una voz supuestamente sabia que nos aclare lo que sucede y señale un perpetrador impune e inaccesible. En pocas palabras, el responsable de las violaciones, de los feminicidios y de las desapariciones, opera en la distancia y hace de las suyas en un horizonte lejano, donde no puedo hacer nada más que observarlo pasivamente y cuidarme.  Y así todo irá bien, hasta que me toque a mí ser la víctima.

La invasión rusa a Ucrania esta por cumplir un año y desde marzo de 2017, el pueblo rohinyá es vejado y perseguido en el poco conocido genocidio de Myanmar. Este nuevo genocidio, basado en la discriminación y la persecución religiosa a través de las redes sociales, se ha materializado con la violación de mujeres y niñas, la quema de mercados, el bloqueo de los accesos a las tierras de cultivo y centros de abasto para provocar la inanición y la tortura y la muerte de miles de pequeños y adultos rohinyás en manos del ejército myanmaro.

Uno de los aspectos que más llama la atención de este crimen de lesa humanidad, es que los discursos de odio que han provocado el asesinato sistemático de los rohinyá, se exacerban y difunden a través de dispositivos móviles.

Puesto en nuestra cotidianeidad, esto nos suena grave y lejano. Pero la verdad es que, si somos sinceros y ecuánimes al analizar nuestro día a día en las redes sociales, tendremos que reconocer que muchas veces somos testigos mudos de una agresión y preferimos no responder y optamos por no comentar. Se nos hace más ético permanecer al margen, ni en contra ni a favor.

La operación de limpieza étnica efectuada por el ejército y la policía budista de Birmania contra los musulmanes rohinyá en el estado de Rakáin en Myanmar, nos deja claro que el odio que se difunde en las redes sociales ha convertido a este pueblo “la minoría étnica y religiosa más perseguida del planeta”. Por eso, antes de permanecer indiferentes ante una descalificación o minimizar los alcances de una campaña de agresión verbal -como las que escuchamos todos los días-, preguntémonos: ¿Estaré promoviendo el surgimiento de un nuevo genocidio?

Si las experiencias previas sirven de algo y lo que vemos, leemos y percibimos coincide con alguna práctica discriminatoria y violenta, organicémonos y denunciemos.

Quizá consigamos prevenir una mancha más en la historia de la humanidad.

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Linda Atach Zaga es historiadora de arte, artista y curadora mexicana. Desde 2010 es directora del Departamento de Exposiciones Temporales del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.

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