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Arte e Ideas

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Los poetas de la revista que todo lo cambió

Los Contemporáneos fueron el grupo de mayor influencia cultural en el siglo XX mexicano.

¿Sabes, Carlos, que lo malo de ti es que eres no un poeta, sino dos? le escribió un día José Gorostiza a Pellicer. El que me gusta a mí, le decía es el poeta de los sentidos. Ojalá que fueras siempre ese poeta. En el edificio de nuestra poesía, eres la ventana; la ventana grande que mira al campo, hambrienta, cada noche, de desayunarse un nuevo panorama, cada día. Nosotros, tú lo sabes , somos las piezas de adentro. Xavier (Villaurrutia) el corredor. Los demás, las alcobas. Hasta la última, la del fondo, que es Jaime Torres Bodet, está amagada de penumbras, con una ventanita alta a la huerta, y dentro, en un rincón, la lámpara en que se quema el aceite de todas las confidencias. ¿Salvador Novo? La azotea. Los trapos al sol. ¡Y ese inquieto de González Rojo, que no se acuesta nunca en su cama!

Para hablar de los así llamados Contemporáneos solamente otro poeta. Porque para describir a Carlos Pellicer hay mil definiciones: el poeta del trópico, el del corazón en los ojos, el poeta en aeroplano, el del cántico de las criaturas. Lo mismo pasa con todos los de su grupo. El mero acto de leer alguna de las páginas que escribieron, acabar atrapado en sus palabras, enceguecido por sus imágenes, calientito de soles amarillos, ahogado en los nocturnos mares, sin poder aguantar las carcajadas y con ganas de viajar a todos sus paisajes, convirtieron a este grupo en racimo de escritores favoritos. Pleno de poetas mexicanos que más alimentaron el intelecto y el espíritu. Aparecen a cada momento en toda la historia de la poesía mexicana entre la última década del siglo XIX y la sexta del XX, y es un grupo de contemporáneos que fueron el paso más adelantado de la vanguardia y con el tiempo se convirtieron en la página más ejemplar del arte de la escritura de nuestros antepasados.

Salvador Elizondo, en el prólogo de su a introducción a la antología MUSEO POÉTICO de la Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1974, los describe así:

Es difícil ubicarlos en un punto preciso de la cronología. Su influencia aparece a cada momento en toda la historia de la poesía mexicana entre la última década del siglo pasado y la sexta del presente, el grupo de ‘contemporáneos’ conoce un proceso de conglomeración paulatina que va de 1915 en que Carlos Pellicer (1899) publica algunos poemas que encarnan ya un nuevo espíritu indefinido, hasta 1928 cuando la colaboración de todos cristaliza en la publicación de la revista Contemporáneos que aparece de 1928 hasta 1931 y después de lo cual se dispersan, a partir de un punto común a todos, en direcciones diversas. Todos ellos nacen entre 1899 y 1905, lo que parece ser el único dato de referencia común; nadie ha puesto en duda el que más que una suma de afinidades, representan ‘los contemporáneos’ la afinidad de algunas diferencias radicales, las diferencias que singularizan a cada uno .

Sin embargo, tales diferencias entre ellos solamente se establecerían pasado un tiempo. Interesados primordialmente en la literatura y la poesía, todos escribieron crónicas y columnas, otros se interesaron por el teatro, algunos se dedicaron a la diplomacia y a trabajar para el estado y así, describiendo y escribiendo. Jorge Cuesta prologó y participó en la preparación de Antología de la poesía mexicana moderna, Xavier Villaurrutia publicó por algunos meses Ulises y Salvador Novo llenó tomos hablando sobre la ciudad de México para convertirse finalmente en cronista oficial de nuestra urbe durante mucho tiempo. Pero en un principio estuvo la revista que les daría nombre y los presentaría como el grupo de mayor influencia cultural en el siglo XX mexicano.

El primer número de Contemporáneos, con un tiraje de 1,500 ejemplares y costo de un peso, se publicó en junio de 1928 dos semanas antes del asesinato de Álvaro Obregón. Paradójicamente, entre los anuncios de la gran papelería El Modelo (sucursal Santo Domingo), las Revistas Literarias Europeas y Americanas (que se adquirían en la galerías Misrachi), el insecticida Kilem (que no mancha y no es venenoso) y el talco Spic (delicadamente perfumado y le único en su género como deodorizante), aparece recomendado el libro Ocho mil kilómetros de campaña, relación de las acciones de armas efectuadas en 20 estados de la República por un período de cuatro años por el general Álvaro Obregón y descritas por él mismo. En el sumario se encuentra la promesa de poder leer la colaboración Espíritu del héroe de B.J. Gastélum, sonetos de Torres Bodet, el texto La inocente aventura de Enrique González Rojo; ocho poemas de Ortiz de Montellano, la crítica de arte La obra de Diego Rivera de G. García Maroto y la columna Viajes y viajeros de Xavier Villaurrutia.

Se iniciaba, ya en papel impreso y en entregas regulares, la actitud hostil hacia la retórica tradicional , al pensar en vez de recordar que había surgido hacia los 20 en varias partes del mundo. Pero también, como bien lo escribe Marcelo Uribe en la gaceta del Fondo de Cultura en 1978, la promoción de toda una idea de la cultura que abarca la poesía, el teatro, la crítica de pintura, la crítica literaria, las revistas, las ediciones mexicanas de literatura extranjera, el cine. Todo esto contra el muro de oídos sordos del nacionalismo vulgar y enajenante en boga . La puerta para muchas revistas que vendrían estaba abierta (desde Taller, hasta Letras Libres) y también una nueva estructura para los posteriores suplementos y secciones culturales de los diarios de México.

Pero es quizá Guillermo Sheridan quien mejor describe el impacto del grupo y la revista Contemporáneos:

La poesía, la práctica de la escritura crítica dirigida a las letras, a las artes, a los más diversos sucesos culturales, sociales y políticos, el teatro, la narrativa, la crónica, cualquier expresión inteligente ejercida sobre cualquier acontecimiento inteligente fue asumida por este grupo con vigor y rigor casi inusitado en nuestra tradición intelectual (...). Pocos como ellos han hecho tanto para que desde afuera, esta ciudad no parezca un leprosario. Y no sólo por lo que ellos mismos hicieron sino por la indeleble marca que consiguieron dejar en los que vinieron después de que sus precoces obras terminaron de escribirse .

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