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Arte e Ideas

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Sin público no hay festival

¿Por qué un encuentro tan fabuloso como el Hay falla en atraer a la gente?

Podría hablar del punk. Sí, el punk más solitario de Querétaro, que con sus jeans gastados y su penacho rojo espera frente al Teatro de la Ciudad la charla de Nadya Tolokno, una de las Pussy Riot encarceladas por el gobierno de Vladimir Putin, la activista que piensa que el arte existe para cambiar al mundo y a sus 28 años lleva varias vidas cargando, después de estar dos años en la cárcel más inhumana de toda Rusia.

Sí, podría hablar del punk porque la verdad es que sin público no hay festival.

O podría empezar hablando de las calles atestadas del centro de Santiago de Querétaro, sus calles de piedra y sus plazas amables en las que se escuchan risas de niños a las 10 de la noche. Podría perderme en todo eso pintoresco: las gorditas de migaja, las muñecas otomíes, en fin, todo eso. Porque sin sede y sin público no hay festival.

Quiero hablar de James Rhodes, de sus dedos finos y su modo tan inglés de decir groserías en su charla pública y su modo de platicar sobre Bach o sobre “ fucking Beethoven”, sobre su libro genial, Instrumental , en el que cuenta cómo la música que llamamos clásica le salvó la vida.

También quiero habla de Julia Carabias, que en jeans y suetercito camina tranquila por la calle Madero después de dar una exposición sobre conservación del medio ambiente y sustentabilidad; olvidado en algún cajón su pasado de secretaria de Estado, sin guaruras, sin prepotencia.

Puedo, y debo, hablar de Lionel Shriver, maravillosa, su sonrisa diabólica cuando dice que Donald Trump le robó la idea del muro, pues ella lo escribió antes en su novela distópica Los Mandible . “Sólo que es un muro para que los gringos no se pasen a México”.

Sin invitados fascinantes y sin público no hay festival.

Tengo que reportar sobre los jóvenes voluntarios, estudiantes de universidad, que buscan por todos los medios hacerle el rato amable a los visitantes. A todos les dan la bienvenida, les iluminan el paso cuando el teatro está a oscuras, organizan algo que sin ellos sería un caos.

Sin hospitalidad y sin público no hay, de ninguna manera, festival.

Y ése es el problema. ¿Un festival que endiosa el poder de la conversación puede existir sin público?

Por alguna razón —falta de promoción, aventuro— el Hay Festival edición mexicana (que está cumpliendo su segundo año en Querétaro) no alcanza a la gente. Gente que pasa por la plaza principal de la ciudad y ve las grandes letras de colores que rezan “Hay Festival” y ellos leen y se preguntan en voz alta: “¿Hay festival? ¿Dónde?”.

El Hay tiene que sobrevivir

No hay en México un festival como el Hay, con esa horizontalidad, ese desenfado. Nada de discursos del gobernador ni despilfarros. Son charlas públicas, encuentros entre pensadores y la gente.

Tampoco hay que exagerar: es cierto que los eventos del sábado y el domingo tuvieron más audiencia que los de jueves y viernes. Y se diría que qué bueno, es lógico, pero lo cierto es que en la noche queretana hay mucha gente en la calle. ¿Cómo meter a toda, o a alguna, de esa gente al Hay? Es el reto que el festival debe tomarse en serio.

Las personas que no escucharon, por ejemplo, al escritor estadounidense Ben Fountain, se perdieron la oportunidad de conocer a un autor agudo, divertido, un tanto snob (herencia, supongo, de su pasado como académico). Su novela El eterno intermedio de Billy Lynn es considerada por los críticos como una de las grandes obras de la nueva guerra, esa que Fountain llama “una fantasía en la que vivimos de manera virtual”.

También sucede que hay charlas que prometen y resultan un fiasco. Caso de estudio: la conversación sobre el 50 aniversario del Sgt. Pepper’s , disco clave de los Beatles. ¿Qué es más atractivo que la beatlemanía y Hanif Kureishi, Rulo y Joselo de Café Tacuba? Fue aburridísimo. Un hogar para el lugar común y la vaguedad. Y no, no se llenó.

También se perdieron de Lionel Shriver y eso sí que es un delito. Shriver, autora del rompeventas Tenemos que hablar de Kevin y Los Mandible , tiene un sentido del humor malicioso y es una grata conversadora. Estuvo también en la charla sobre cine y literatura —con Kureishi y Guillermo Arriaga— y habló de las sorpresas y decepciones de ver su novela ( Tenemos que hablar de Kevin ) convertida en cine. Curiosamente ésta fue una de las conversaciones con más público. El jale de Arriaga.

De no perderse era igual la charla entre Jon Lee Anderson y Lydia Cacho, uno de los grandes momentos del festival. Ambos periodistas, quienes se distinguen por su trabajo a contracorriente, debatieron sabroso sobre el término “posverdad”, tan orwelliano y tan real en tiempos de Trump y Peña Nieto.

El Hay Festival México tiene que sobrevivir. Sus siete años en nuestro país han sido luminosos. Es un espacio para descubrir autores, confrontar ideas y hacer activismo. Un momento conmovedor fue cuando una señora llorosa se acercó a Nadya Tolokno, la Pussy Riot, para pedirle ayuda para encontrar a su madre y hermana, desaparecidas en Querétaro (sí, en esta ciudad tan apacible también suceden estas cosas). Nadya, intérprete de por medio, la escuchó.

No es la primera vez que el activismo surge en el Hay. Recuerdo una edición en Xalapa en la que un grupo de estudiantes de música le pidieron ayuda a Elena Poniatowska. En el Hay se habla con libertad de violencia, persecución y esperanza. Suena cursi, pero es cierto.

Pero sin público no hay festival que dure, a menos que sea desangrando el erario. Y eso sería una vergüenza para el Hay, siempre tan independiente.

Por favor, el año que viene visiten el Hay Querétaro. Se la pasarán bien y regresarán a casa cargados de historias, ideas y con la imaginación lista para inventar mundos.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

amp

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