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El enigma de la inmigración en el mundo rico

Row,Of,Migrant,People,Walking.,Refugees,With,LuggageCopyright (c) 2022 Andrey_Popov/Shutterstock. No use without permission., Shutterstock

Catorce países de altos ingresos han demostrado cómo la inmigración puede ayudar a compensar la caída de las tasas de fertilidad y mantener los niveles de población. Pero con el creciente sentimiento antiinmigrante, los políticos de estos países enfrentan una elección difícil: dar la bienvenida a los extranjeros o enfrentar los desafíos económicos que trae consigo el envejecimiento de la población.

WASHINGTON, DC. Las poblaciones de todo el mundo están envejeciendo, a medida que caen las tasas de mortalidad y fertilidad. Si bien el aumento de la longevidad representa un logro notable de la medicina moderna y la salud pública, la pronunciada disminución de la fertilidad en las últimas décadas es motivo de preocupación.

El colapso de las tasas de natalidad puede atribuirse a poderosos factores estructurales –como la urbanización, los avances en la educación y la mayor participación de las mujeres en el mercado laboral–, así como a la percepción de que la maternidad es más manejable con un menor número de hijos. Como resultado, los esfuerzos de los gobiernos por revertir la tendencia han sido insuficientes.

Sin embargo, los países con tasas de fertilidad en descenso llegan finalmente a un punto de inflexión demográfico, como lo demuestra nuestra investigación reciente, y el ritmo al que los diferentes países se acercan a este umbral varía significativamente. Dividimos el mundo en tres grupos. El primero incluye 52 países –41 en África, 10 en Asia y Papúa Nueva Guinea en Oceanía–, donde la tasa de fertilidad sigue siendo superior a 2.9 hijos por mujer. Las proyecciones indican que la población de estos países –casi todos ellos de ingresos bajos o medios bajos, con la notable excepción de Israel– seguirá creciendo hasta finales de siglo.

El segundo grupo comprende 94 países –ubicados en todos los continentes y que abarcan todos los grupos de ingresos– donde la población ya está disminuyendo, como en Italia y Japón, o se espera que disminuya en algún momento de este siglo. Sesenta y cuatro de estos países ya tienen tasas de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo de 2.1 hijos por mujer, y los demás se están acercando a ese umbral. Hasta la fecha, ningún gobierno ha revertido la tendencia de caída de los nacimientos una vez superado ese umbral.

Pero no todo es pesimismo. El tercer grupo, que comprende 14 países de altos ingresos, demuestra que la inmigración puede ayudar a compensar la disminución de las tasas de fertilidad y mantener los niveles de población. Los extranjeros representan más del 10% de la población en todos estos países –incluidos Estados Unidos, Canadá y Australia–, con una sola excepción (la República Checa). Aunque en esos países el número de muertes superará al de nacimientos, es posible que sus poblaciones sigan creciendo durante algún tiempo, dada su capacidad para atraer inmigrantes.

El envejecimiento de la población de un país plantea dos desafíos económicos. El primero es lo que llamamos la trampa fiscal geriátrica. Dado que la mayoría de los sistemas de seguridad social pagan beneficios predefinidos a los jubilados, el gasto en pensiones tiende a superar las contribuciones a medida que disminuye la proporción de la población en edad de trabajar. El gasto público en salud también suele crecer como proporción del PIB.

Para reducir este desequilibrio fiscal, las autoridades se verán obligadas a aumentar los impuestos, especialmente a medida que los votantes de edad avanzada se conviertan en una potente fuerza política. Con menos ingresos disponibles, es probable que la generación más joven tenga menos hijos, lo que reducirá la base impositiva futura y hará que la situación fiscal se deteriore aún más.

El segundo desafío es la caída de la productividad. Las personas que impulsan el conocimiento científico, incluidos los inventores y los ganadores del Premio Nobel, y los empresarios exitosos que implementan estas ideas en el mercado, por lo general, tienen menos de 50 años. A menos que aprendamos a aumentar la inteligencia fluida de los adultos mayores, permitiéndoles pensar creativamente y resolver nuevos problemas, el envejecimiento de la población podría reducir el ritmo de la innovación, lo que resultaría en una menor productividad y un menor crecimiento económico.

Se podría imaginar que nuevos avances tecnológicos, como la inteligencia artificial, conduzcan al desarrollo de máquinas que mejorarían y aumentarían el ingenio humano. No obstante, la inmigración ofrece actualmente la mejor defensa contra el envejecimiento de la sociedad; ya ha sido una bendición para los países ricos que pueden –y están dispuestos– a recibir a los extranjeros. A pesar de los terribles titulares sobre el aumento de los flujos de refugiados y los cruces fronterizos ilegales, nuestra investigación ha demostrado que la inmigración contribuye a un mayor crecimiento económico en los países de destino, en parte al reducir la carga de una población que envejece.

En los Estados Unidos, por ejemplo, la población nacida en el extranjero tiene niveles de escolaridad promedio más altos que su población nativa (lo que sin duda contribuye a la fuga de cerebros en sus países de origen). Además, el extraordinario desempeño de la economía estadounidense en los últimos dos años no habría sido posible sin el aumento de la inmigración después de la pandemia. El sentimiento antiinmigrante ha ido en aumento en muchos países ricos, lo que ha mejorado las perspectivas electorales de los partidos de extrema derecha en Europa y convirtiéndose potencialmente en un factor decisivo en las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre. Esto plantea un enigma para los políticos. Deben convencer a sus votantes de que facilitar la inmigración beneficia a todos, o corren el riesgo de enfrentar los desafíos económicos provocados por el envejecimiento de la población.

El autor

Otaviano Canuto, exvicepresidente y director ejecutivo del Banco Mundial, director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, vicepresidente del Banco Interamericano de Desarrollo y viceministro de Hacienda de Brasil, es investigador principal no residente de Brookings Institution e investigador principal del Policy Center for the New South.

El autor

Eduardo de Carvalho Andrade es profesor asociado del Insper Institute of Education and Research.

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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