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Opinión

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Para leer este verano

Testigo de los acontecimientos más notables de la historia nacional, no es extraño que Manuel Payno tuviera mucho material para escribir, abundantes cuestiones que investigar, hartas tareas que realizar y la determinación de defender ante empleadores, burócratas y biógrafos que había nacido el 21 de junio de 1810, justo empezando el verano.

Con muchos desacuerdos que enfrentar sobre su persona: si acaso era un escritor soberbio que pretendió hacer “obras de arte” sin lograrlo, un liberal confundido que terminó en servidor público o un cronista de tal manera incómodo que hizo del periodismo una tribuna, piense usted, lector querido, que cuando Manual Payno nació, estaba a punto de darse el Grito de Independencia, todavía no había un nombre oficial para la patria y no existían protocolos entre un oficio y otro. Pero quería moverse y conocerlo todo.

En cuanto terminó sus estudios halló empleo como miembro meritorio en la aduana; junto a Guillermo Prieto fundó la Matamoros; trabajó como secretario del general Arista en el año 1840, adquirió el grado de teniente coronel para dirigir una sección en el Ministerio de Guerra. En 1842 el presidente Santa Anna lo envió a Nueva York para estudiar el sistema penitenciario, en 1847 combatió contra los norteamericanos durante la invasión y estableció un servicio secreto de correos entre México y Veracruz, fue secretario de Hacienda en tres ocasiones, participó en el auto golpe de estado de Comonfort en 1857 y fue procesado y aprehendido. Cuando se restauró la República y el orden, fue varias veces diputado, el gobierno de Manuel González lo mandó a París y a su regreso a México, en 1892, fue elegido senador.

Una vida de novela, que hoy no es necesario definir, pues Payno está considerado primordialmente como uno de los escritores más importantes en la Historia de la literatura nacional. Su primera novela, llamada El fistol del diablo, inició en México la llamada tradición folletinesca, es decir, la de las ediciones por entregas, y la segunda, Los bandidos de Río Frío, tal vez la más conocida, es una recreación –con muchas estampas de la vida en México a mediados del siglo XIX, que todavía se parecen mucho a las actuales nuestras– habla de un célebre proceso judicial que atribuló a todos los sectores de la sociedad en su momento y cuyo responsable resultó ser un alto funcionario.

Sin embargo, fue en la prensa donde su “tinta de variado trazo” –como dice Mariana Ozuna– hizo su palabra pública y su pensamiento influyente. Y es que Payno colaboró lo mismo para proyectos culturales como El Museo Mexicano, La Revista Científica y Literaria, como para periódicos de la vida política nacional, unos tan serios como El siglo XIX y El Federalista y otros tan polémicos o especializados como Don Simplicio, El Eco del Comercio, El Boletín de la Sociedad de Geografía y Estadística y El Álbum Mexicano. Su abundancia en colaboraciones en tal variedad de medios, le soltó la mente, la pluma y la opinión, pues lo mismo escribió sobre los colibríes, el pulque y la vegetación, que de política, problemas callejeros y actividades culturales.

Como periodista, muchas veces puso el dedo en la llaga y no se detuvo nunca iniciar o detener una polémica. Basta leer el siguiente extracto de su artículo “La prensa asalariada”, publicado en el periódico El siglo XX:

“El que escribe, aunque sea en favor del gobierno ¿por qué lo ha de hacer de balde? En nuestro país, y con mucha justicia, los abogados y médicos sólo por una consulta cobran honorarios. Los periodistas, que abogan ante el tribunal entero de la nación, lo mismo que los abogados por buenas o malas causas ¿por qué han de hacerlo de a gratis? Pero en el momento en que se sabe que un periodista recibe una remuneración de su trabajo, ya sea de su editor, ya del gobierno, ya de un particular interesado en un asunto se le llama vendido y asalariado. ¿Por qué no se le dice vendido y asalariado a un abogado que redacta un escrito, al médico que receta flor de tila y al ingeniero que levanta un plano o hace el dibujo de una fachada? ¿Qué no es un trabajo noble, hermoso, delicado y sumamente laborioso el de un escritor público que estudia las cuestiones, que revuelve las bibliotecas y que procura arrojar la luz y la claridad en las más importantes cuestiones sociales? Vender la conciencia, y las opiniones, y la justicia, es lo intrínsecamente malo, ya sea el abogado, el magistrado, ya el escritor público, pero escribir conforme a los sentimientos, a la verdad y aun a ñlas afecciones privadas con una sana conciencia nos parece legal, permitido y decente. Y bien ganado el dinero que se logra con una labor tan dura e importante. Nadie hace nada por nada. La caridad misma busca su recompensa en el cielo”.

Tan vigente sigue siendo Manuel Payno como para leerlo este verano. También, para admitir por fin que todo pasado fue igualito ¿no le parece a usted es así lector querido? 

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