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Buscar la paz en tiempos obscuros
Caminar en nombre de la justicia y de la paz, caminar en busca de la verdad, caminar en pos de una respuesta a meses y años de afanes en oficinas y ministerios públicos sordos, caminar hacia el zócalo en busca de una mirada que reconozca la hondura del quebranto y la violencia. Caminar para construir la paz, creando lazos entre mujeres y hombres que siguen buscando a sus hijos e hijas, a sus padres y madres, hermanos y hermanas. Caminar carreteras, avenidas y plazas para abrir un espacio a las voces que reclaman “Verdad, Justicia y Paz” y recordar juntos los nombres y rostros de sus seres queridos.
Caminar en busca de un México habitable, de una sociedad menos violentada y violenta. Esto y más hicieron las personas que el domingo llegaron al zócalo a entregar en Palacio Nacional una propuesta para alcanzar la justicia (alguna justicia) y una bandera cubierta de balas y sangre, símbolo del estado actual del país. Algunos caminaron desde el jueves, otros se unieron el domingo. Llegaron de Morelos, Chihuahua, Estado de México, Oaxaca, Quintana Roo, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Baja California... de todos los rincones del país donde el asesinato y la desaparición desgarran familias desde hace más de una década.
Mujeres y hombres, niños y niñas, familias dislocadas por la violencia homicida, feminicida, por la desaparición y la ausencia de justicia, caminan en busca de Vanessa Martínez Fragoso, desaparecida en Tecámac a los 18 años en el 2013; de Eribaldo Nieves Marroquín, desaparecido en el 2014 en Michoacán; José Luis Rabadán, desaparecido en el 2016 en Puente de Ixtla; siete policías federales y un civil desaparecidos en noviembre del 2009 en Zitácuaro; otro policía federal, Juan Serafín Hernández, desaparecido en el 2018... y muchos más. Familiares y amigos claman justicia para Javier Valdez, periodista asesinado en Sinaloa en el 2017; para Paulina Camargo Limón, desaparecida a los 19 años en Puebla; para David y Miguel, secuestrados en Guerrero... Nombres y rostros de éstas y cientos de personas que cobran vida en los pasos silenciosos de sus familiares, en las mantas que gritan “Los millones de corazones en luto no son un show” o “Derecho a la vida: verdad, justicia y paz”; en los carteles a mano que afirman: “Me dueles México”, “Los muertos y desaparecidos no son show”, “Porque queremos justicia, sembramos memoria”.
Lo menos que merecen estas personas es respeto, admiración incluso, por su largo caminar del que esta marcha es sólo un fragmento. Al llegar al zócalo, sin embargo, reciben gritos desaforados, injurias. Quienes encabezan la marcha se detienen, piden silencio. Pacífica, la marcha retrocede; lenta, se dirige hacia la esquina opuesta a quienes reúnen firmas para “enjuiciar a los expresidentes”. Desde el templete ante Palacio Nacional, Julián LeBarón afirma: “Somos seres humanos luchando por sobrevivir... la paz nace en el corazón”...
“¡Fuera Sicilia!”, grita del otro lado un grupo que también corea: “¡Es un honor estar con Obrador!”. “¡Mentiroso!”, repiten sin escuchar al poeta activista que lee su carta al presidente que se ha negado a recibir a los caminantes. Los confrontadores cantan el himno, gritan “¡Traidores!”, “¡Fuera!”, impiden oír lejos del templete. Una feminista con 30 años de lucha contra la violencia les pregunta: “¿Saben que quiénes están protestando son víctimas?”. No. Los creen contrarios al presidente. “¡Fuera los rateros!”, “¡Obrador, Obrador!”... Como bien les dice ella: “¡Qué triste y qué vergüenza que no se solidaricen con las víctimas!”.
Tiempos obscuros en que el fanatismo o la falta de dignidad y criterio propio impide solidarizarse o callar ante el dolor ajeno, así se menosprecie a los voceros de la marcha, estigmatizados por la voz oficial. Sicilia, la familia LeBarón y quienes marcharon con ellos merecían respeto. A todos los caminantes les dio la espalda el presidente. Los gritos e insultos de sus partidarios, pocos o muchos, duelen y preocupan.
Justas y necesarias, las exigencias de paz, verdad y justicia no podrán acallarse.