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Cuando Junot lo soltó
Amo a Junot Díaz y ahora lo amo todavía más.
Para Diego, siempre brillante. Para Diana, que me salva de mí misma de forma cotidiana.
La primera vez que fui al psiquiatra tenía 17 años. Era un desastre, no estudiaba, no trabajaba, no encontraba qué hacer conmigo misma. Estaba rodeada de gente que me hacía daño. Las circunstancias eran complejas, demasiado complejas para mi psique de adolescente.
El doctor Mario Zumaya, en paz descanse, me dijo: “Los adolescentes están locos por naturaleza, así que no sé qué diagnosticarte”. Fueron varias sesiones con él, un hombre inteligente aunque impaciente con “los niños”. Un día me dio una tarjeta: llevaba el nombre de Diana Morales Heinen. El doctor Zumaya lo sabía: esa tarjeta me iba a salvar la vida.
La psiquiatría tiene sus detractores, hay quien piensa que es resolver tus problemas con drogas. Yo tengo otro punto de vista. Sin la psiquiatría yo estaría muerta.
Estaba pensando en cuánto le debo a Diana, mi shrink, esta semana precisamente cuando leí este artículo en la New Yorker escrito por Junot Díaz (dense: www.newyorker.com/magazine/2018/04/16/the-silence-the-legacy-of-childhood-trauma).
Amo a Junot. Aunque no escribe mucho (regreso a esto más abajo), sus libros son fundamentales en el panorama literario estadounidense. No es por presumir, pero yo conocí a Junot cuando era muy joven —los dos, él y yo—y andaba por el Claustro de Sor Juana como espíritu buscando su tumba, tratando de hacer plática con su mal español y preguntando por libros de ciencia ficción mexicanos en la Primero Sueño, la librería de entonces en el Claustro.
Un día compré Negocios, su primer libros de cuentos, (título original: Drown), porque estábamos los dos en la librería y quise halagarlo (se veía puteado, la verdad). Le dio gusto y me lo firmó. Ésa es mi pequeña historia con Junot Díaz.
¿Ya leyeron el artículo? Bien.
Si no, les echo un empujón: Junot hace una confesión terrible. De niño, allá en República Dominicana, lo violaron. Un adulto en el que confiaba plenamente le destrozó la vida. La literatura lo salvó. Bueno, lo salvó a medias. Su vida personal se volvió un caos. No podía mantener una relación seria con una mujer. ¿Han leído This is how you lose her, su última colección de cuentos, o más bien una novela escrita en cuentos? Eso no es ficción, es su vida. De mujer en mujer, comportándose como un patán, deprimido casi siempre.
La razón por la que Junot no escribe mucho es casi la misma por la que le cuestan las relaciones: está emocionalmente trabado. Bueno, ésa es mi conclusión después de leer el artículo. O es mi sueño como lectora de Junot, que la psicoterapia lo convierta en una bala de la literatura. Venga, Junot, necesito otro libro tuyo.
Hay otra cosa importante: Junot Díaz jamás habría hecho ese texto hermoso y brillante y valiente si no hubiera tomado terapia. Esa observación la hizo mi muy querido amigo Diego, los dos fans de Junot.
Regreso a mi relación con la psicoterapia. Diana, mi shrink, no sólo es la onda (es inteligente, amable, chistosa, a veces a su pesar), también es muy buena en su profesión. Cuando llegué con ella, rota por dentro, Diana supo qué botones apretar para que poco a poco yo regresara a la vida. Gracias a Diana comencé a disfrutar de verdad de la universidad, encontré un empleo y también una vocación. Gracias a ella estoy aquí platicando con ustedes.
Junot hace su propio #MeToo en ese texto de la New Yorker. El movimiento en contra de la masculinidad tóxica no sólo es cosa de mujeres, debemos entender que es un problema que nos concierne a todos. Sí, como feministas debemos defender a nuestras hermanas, pero también debemos animar a los hombres a contar sus propias historias de abuso. Debemos terapearnos unos a otros, si hace falta.