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Opinión

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Cuando los banqueros centrales se convierten en el objetivo

Con el aumento de la inflación, sería prudente que los banqueros centrales no supusieran que su reputación se recuperará automáticamente y que se restablecerá el statu quo anterior. Deberán ordenar sus defensas de manera más efectiva y no deberían considerar la independencia del banco central como el final de la historia monetaria

LONDRES – ¿Quién querría ser responsable de la política monetaria en 2022? A juzgar por los feroces debates económicos y políticos en curso en todo el mundo, es como si se hubiera declarado la temporada abierta de caza de los gobernadores de los bancos centrales: les están disparando desde todos los lados.

El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell, y sus colegas están acusados de no detectar los primeros signos de una amenaza inflacionaria el año pasado. Todavía en el otoño del 2021 argumentaban que los aumentos de precios eran “transitorios”. Con la inflación anual de Estados Unidos hoy acercándose al nivel de dos dígitos, parece haber sido un mal juicio. Pero ahora que la Fed ha reconocido su error y está aumentando las tasas de interés, muchos la acusan de sofocar la recuperación posterior a la pandemia, colapsar los mercados de acciones y bonos y precipitar una recesión.

El Banco Central Europeo (BCE) aún no ha comenzado a subir tasas, aunque se espera que lo haga en julio. El BCE está acusado tanto de indecisión como de sembrar las semillas de una nueva crisis en la eurozona al sugerir una posible reversión de la flexibilización cuantitativa. El diferencial entre los rendimientos de los bonos de los gobiernos italiano y alemán se ha ampliado considerablemente, amenazando la estabilidad fiscal del sur de Europa. Se ha prometido un arma anti-fragmentación, pero hasta ahora sólo es visible en el tablero de diseño.

El Banco de Inglaterra (BOE) se enfrenta a una hoja de cargos similar a la redactada contra la Reserva Federal, con un par de arrugas adicionales. Algunos han acusado al gobernador del BOE, Andrew Bailey, de lavarse las manos ante el problema de la inflación, al culpar a factores exógenos (la guerra en Ucrania y la escasez de energía) por el aumento de los precios. El Banco también está acusado de “pensamiento grupal”. Tres de los cuatro miembros externos de su Comité de Política Monetaria votaron dos veces por tasas más altas, solo para ser frustrados por los cinco miembros del BOE.

El Banco de Japón está en una posición diferente. Se le acusa de no hacer nada y sólo presenciar una fuerte caída del valor externo del yen.

Es tentador concluir que los banqueros centrales de hoy serán condenados si hacen algo, y también condenados si no lo hacen. Tal vez si se quedan quietos capearán la tormenta. A principios de la década de 1980, el entonces presidente de la Fed, Paul Volcker, era el enemigo público número uno en Estados Unidos, cuando eliminó del sistema la inflación posterior a la crisis del petróleo con tasas de interés de dos dígitos. Pero en sus últimos años fue reverenciado y se convirtió en un tesoro nacional, llamado a asesorar a los sucesivos presidentes en cualquier emergencia financiera.

Pero los banqueros centrales harían bien en no suponer que su reputación se recuperará automáticamente y que se restaurará el statu quo anterior. Vivimos en una era más polémica que la década de 1980. Las instituciones públicas son cuestionadas y obligadas a rendir cuentas con mayor frecuencia por legisladores mucho menos reverentes.

Cuando otro ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, dijo al Congreso que había “aprendido a murmurar con gran incoherencia”, se tomó como un comentario ingenioso. Tal comentario no caería tan bien hoy. Enorgullecerse de ser opaco ya no está de moda. Después de un largo período en el que criticar abiertamente a un banco central independiente no era lo correcto, los políticos de hoy en día a menudo lo hacen con presteza. La Fed y el BCE tienen fuertes críticas en el Congreso y el Parlamento Europeo, respectivamente. Uno de los aliados políticos más cercanos del primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, ha pedido la cabeza de Bailey en el BOE.

Además, ex banqueros centrales se han sumado al coro de críticos. El ex presidente de la Fed, Ben Bernanke, rompiendo la regla no escrita de no reprochar a los sucesores, ha dicho que la Fed actual cometió “un error” al responder lentamente a la inflación. Y los predecesores inmediatos de Bailey, Mervyn King y Mark Carney, también intervinieron con desafíos a la política del BOE. El tejido de la fraternidad de la banca central se está deshilachando.

¿Cobrará fuerza esta desaprobación? ¿Podría fusionarse en una crítica coherente, que tal vez lleve a repensar la independencia del banco central y las metas de inflación?

Aunque los bancos centrales tuvieron un desempeño cuestionable apenas en el período previo a la crisis financiera mundial de 2008, paradójicamente fueron los mayores ganadores después. A pesar de las fallas de los responsables de la política monetaria, los gobiernos de todo el mundo les otorgaron nuevos poderes y responsabilidades, especialmente en el ámbito regulatorio. Salieron más fuertes que nunca.

Pero ahora hay signos ominosos de una reacción violenta, incluso en dos nuevos libros que desafían la política ortodoxa de las últimas décadas. Dos golondrinas no hacen verano, pero dan motivos para preguntarse si el clima está a punto de cambiar.

En El precio del tiempo, (The Price of Time) Edward Chancellor lanza un ataque frontal a las políticas adoptadas por los bancos centrales en los últimos 15 años. En su opinión, al centrarse exclusivamente en la inflación de los precios al consumidor y descuidar los precios de los activos, los banqueros centrales han dañado la inversión y el crecimiento, creado inestabilidad financiera con tasas de interés muy bajas y aumentado la desigualdad a través del QE. El paradigma, argumenta Chancellor, necesita una reelaboración seria. Las autoridades monetarias necesitan objetivos diferentes y una mejor rendición de cuentas.

Jon Danielsson, profesor de Finanzas en la London School of Economics, está más preocupado por la excesiva concentración de poder. En The Illusion of Control, argumenta que poner a los bancos centrales a cargo de la estabilidad financiera es un error porque enfrentan “un dominio de políticas complejo y mal definido para el cual no existe un consenso claro ni sobre el problema ni sobre el objetivo”. Por lo tanto, agrega, el objetivo está condenado al fracaso. Para esa tarea se necesitan agencias separadas, con una responsabilidad política más directa.

Estas revisiones pueden ser exageradas, pero plantean preguntas importantes que los bancos centrales deben abordar. Murmurar con gran inconsistencia no resolverá estos desafíos. Los encargados de la política monetaria deberán organizar sus defensas de manera más efectiva y no deben asumir que la independencia del banco central es el final de la historia monetaria.

El autor

Es presidente de NatWest Group.

Copyright: Project Syndicate, 2022

www.projectsyndicate.org

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