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Cumpleaños para agarrar la onda
Dicen que la onda ya no está en onda. Aunque todavía existan quienes digan “onda” para todo, sembrando sospechas sobre la edad que tienen. Provocando no saber si ya se les fue la onda, o de plano quieren que agarremos la onda de que “la onda” es otra cosa. No la palabra que sirve para sustituir la estulticia y la falta de vocabulario, sino aquel movimiento literario surgido en México a mediados de los años sesenta y a eso se refieren.
Integrada por notables autores, como Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña y René Avilés Fabila, todos ellos encabezados por José Agustín, llamado el “ondero mayor” -que este jueves 19 de agosto cumple 77 años-, la Generación de la Onda lo transformó todo.
José Agustín (de apellido Ramírez Gómez pero que siempre ha firmado solamente con su nombre) nació en Acapulco en 1944 (mucho que ver con el binomio Acapulco-rock, por cierto). Capturado por la literatura desde pequeño terminó convirtiéndose en uno de los escritores mexicanos más polémicos del siglo XX. En un principio denostado, acusado de hacer “literatura menor” y soez, escribió obras que escandalizaron por su rebeldía y sonaban como “hablaba la chaviza”. Sólo de sexo, ácido, mota, rock and roll y sicodelia describiendo puntualmente todo lo que los jóvenes odiaban del represivo mundo que enfrentaban. La rebeldía pura. Para José Agustín en algún momento fue una friega ser identificado solamente como escritor “de la onda” (o acordarnos de él nada más por su cumpleaños, sabiendo que la edad lo jode, como ha dicho). Pero luego todo eso pasó. A él nunca le han importado ni el prestigio ni las loas, ni los premios o los títulos. Pero sí, y mucho, su labor como escritor.
Cuando apareció su novela La tumba, en 1964, los lectores encontraron en sus palabras atrevidas y su historia descarnada el propósito perfecto para la rebeldía y el rompimiento. Un aliento para que los jóvenes tomaran el poder y llamaran a las cosas por su nombre, así se escandalizaran desde sus mamás hasta Dios padre. Muchos de ellos crecieron y cuando los lectores supusieron habían superado sus necedades juveniles, se encontraron con que después de ese libro seguirían varios más y la labor de José Agustín no se había interrumpido sino acelerado: apareció otra novela llamada De perfil, otra más, Inventando que sueño, algunas obras de teatro, guiones cinematográficos, ensayos, artículos, entrevistas, dos tomos de crónica bajo el título Tragicomedia mexicana, una autobiografía que se llamó El rock de la cárcel y artículos que aparecían quincenalmente en la prensa nacional.
“No he parado de escribir desde los ocho años”, dijo en entrevista en el año 2004, cuando estaba a punto de cumplir cuarenta años de ser un escritor profesional, “pero muchos más de ejercer el oficio.” En aquella hablábamos de la aparición de su antología Cuentos Completos 1968-2002, que tiró a la lona de felicidad a todos aquellos que habían sido sus fanáticos y no habían tenido la oportunidad de leer sus cuentos en orden cronológico. Y ya por si esto no bastara, también de disfrutar una narración inédita, Los ojos de los demás, un relato donde, abordando la ciencia ficción, José Agustín presenta un panorama del México del futuro bajo la mirada de un personaje que puede transmigrarse y que, para ver mejor, se va quedando ciego.
Sobre su labor como escritor dijo: “Tengo una visión personal de la literatura que se ha ido creando a través de la decantación de una concepción del mundo. Mi estilo incluye juegos de palabras, albures, picardías, pero también hay todo un estrado bastante amplio del tratamiento tradicional de la literatura. Incluso, es nada más una manera innovadora, provocativa o irreverente de presentar el lenguaje: Hay un uso de estructuras y personajes que parten de la tradición literaria. Lo central de lo que escribo es la tensión que existe entre tradición y rebeldía. Y son muchos los autores que contribuyeron a esta manera que tengo de escribir: Walter Scott, Fitzgerald, Navokov; los poetas malditos, en especial Rimbaud; Neruda, Brecht, Ionesco, Jean Paul Sartre y Camus, y obviamente, los beatniks: Kerouac, Ginsberg, Burroughs...”.
Han quedado lejos los tiempos en que la gente decía a José Agustín que sus escritos eran como La Familia Burrón con tapas de libro, o que leerlo era como ir a una feria, pasearse en la rueda de la fortuna, empacharse de palomitas y cacahuates para al final salir absolutamente vacío.
Hoy ya sabemos que es uno de nuestros primeros escritores capaz de escuchar el verdadero significado y sonido de las palabras, tratar temas que no se tocaban y romper con la literatura tradicional a través de un lenguaje que estaba casi prohibido.
Hoy –estamos casi seguro–, José Agustín todavía escribe, aún le gustan los Rolling Stones y su hogar sigue siendo la casa del sol naciente. Habrá que festejar su cumpleaños, –aunque no le guste– leyendo o releyendo sus libros y, en buena onda, intentando agarrar la onda de una vez y para siempre.