Lectura 4:00 min
Entre orgullo y retrocesos
Tras dos años de confinamiento, la marcha LGBT+ supuso un acontecimiento decisivo en el escenario de la Ciudad de México. Además del despliegue de color y el enojo por el retraso de la Jefa de Gobierno, los alcances de su dedicatoria hicieron de este 44º aniversario un ejercicio inédito. Con el lema: “¡Las calles son nuestras! Por una diversidad libre de odio, violencia y machismo”, se denunció la discriminación de las mujeres, la falta de reconocimiento al lesbianismo y la inequidad que marca los colectivos transgénero, trasvesti y transexual.
Resulta alentador comprobar que el orgullo trasciende la vía pública y gana cada vez más terreno en la legislación. Nos emociona que el simbolismo inscrito en el arcoiris se replique en centros culturales y comercios, también que podamos ver la kilométrica bandera trans desplegada en uno de los edificios del complejo de Relaciones Exteriores en Plaza Juárez, justo de cara al hemiciclo dedicado al prócer del respeto al derecho ajeno.
A diferencia de sus padres y abuelos, los individuos nacidos en el Siglo XXI, conciben la inclusión como una consecuencia lógica de la razón y la entienden como un deber compartido entre gobierno y sociedad. La realidad es que todavía estamos muy lejos de eso. Nada ha sido sencillo, a pesar de que existan muchos, muchas y muches que se indignen ante la tentativa del trasnfeminicidio de la activista Natalia Lane y otras más. No se puede tapar el sol con un dedo: México sigue siendo, después de Brasil, el país más violento de América para las poblaciones LGBT+.
Como Safo, los integrantes del Batallón Sagrado de Tebas, Sor Juana Inés de la Cruz y Elton John, Magnus Hirshfield se sentía atraído por las personas de su mismo sexo. Nacido en 1868 en Kolberg (Alemania), Hirshfield fue un médico, sexólogo y naturalista judío que se atrevió a afirmar que los seres humanos somos una combinación única e irrepetible de rasgos masculinos y femeninos.
Documentando sus conjeturas científicas con una profunda observación del comportamiento de hombres, mujeres y niños, el intelectual alemán desarrolló la teoría de la intersexualidad y desde muy joven pugnó por una reforma sexual. El también socialista propuso cambios a la ideas del matrimonio, la política demográfica y la información sobre el erotismo. Fundador del Comité Científico-Humano (Wissenschaftlich-humanitäres Komitee), el investigador nunca dejó de militar por abolición del art. 175 del Código Penal Imperial y la criminalización de la homosexualidad.
La paradoja que se cierne en torno a la figura de Magnus Hirshfield nos habla de injusticia y prejuicio, pues lejos de concretar algún avance en los derechos de la diversidad y una garantía para su libre expresión, en la década de los veinte del siglo pasado, el hombre era visto como “un judío corrupto y homosexual”, “renegado de las costumbres” y un “peligro público”. Sucedía algo parecido con su archivo e investigaciones, acusadas de formar parte de una falsa “conspiración judía” y quemadas por los nazis en 1933.
A pesar de haber nacido varón y provenir de una familia conservadora, Hirshfield ostentaba una veta feminista de cualidades proféticas. Como promotor de Liga de Protección de la Madre por la abolición del párrafo sobre el aborto (art. 218 del Código Penal Imperial), su razón empática luchó por el derecho a decidir de las mujeres, argumentando una de las primeras objeciones a la prohibición o más bien, a la existencia de leyes que avalaran la interrupción legal del embarazo.
En estos tiempos oscuros en los que la cerrazón parece ser vanguardia y las naciones históricamente ilustradas y supuestamente afines a la humanidad diluyen todo avance con leyes retrógradas, es necesario revisar los aportes de personajes como Magnus Hirshfield.
Ojalá el mundo no agote su cualidad de aprender y recapacitar.