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Inseguridad y lenguaje
La discusión no es si se trata de cárteles o de grupos delictivos, sino por qué el Estado mexicano es incapaz de combatirlos.
La polémica entre el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, y los medios de comunicación en torno a si el de Tláhuac es o no un cártel parece una discusión estéril y sin trascendencia, pero en realidad no lo es. Lo que está en juego no es sólo una palabra o el uso de una palabra.
Nombrar es un acto de poder. Quien pone el lenguaje controla en buena medida lo que se discute y cómo se discute. Los políticos por deformación tienden al eufemismo, a decir las cosas de manera que parezcan lo menos mal posible, a jugar siempre con el lenguaje para decir sin decir, matizar, reducir, evitar el compromiso. Cuando se dice que los políticos mienten, en realidad lo que se quiere decir es que no hablan con la verdad, que eluden decir las cosas como son. Por eso, los políticos en edad de merecer se venden como gente frontal, que no miente, aunque en el fondo ni su madre les crea.
Los medios, por el contrario, tendemos a la exageración, a poner todo en superlativo. A fuerza de exagerar hoy palabras como crisis , masacre , desastre o cártel han perdido todo sentido. No hay día que no escuche en el radio a alguien hablando de la crisis económica. ¿Cuál crisis? La que tienen en la cabeza , diría, torpemente, el presidente Peña. Es cierto, estrictamente hablando, en el sentido económico de la palabra, no estamos en crisis desde el 2008, pero los periodistas siempre encontraremos una justificación para usar la palabra crisis . De la misma manera, desde los medios, cualquier embotellamiento es un caos; todo error es un desastre, y todo grupo de crimen organizado es un cártel.
Miguel Mancera tiene razón: el de Tláhuac no es un cártel. A los cárteles de la droga se les denominó así porque controlaban desde la producción, hasta la distribución y venta del producto. Cártel es un término económico para definir una forma de monopolio. El de Tláhuac es un grupo del crimen organizado, terriblemente violento y que controla algunas actividades delictivas dentro de una zona, como hay otros 270 en el país. Unos más violentos o sanguinarios, que otros, pero estaremos de acuerdo en que por definición no puede haber 27 decenas de cárteles dedicados a lo mismo. Con características de cárteles quedan dos en el país: el de Sinaloa, con todo y sus broncas internas, y el Nueva Generación, que produce y distribuye metanfetaminas, y tienen una posición dominante en el mercado mundial de ese producto.
La discusión no es si se trata de cárteles o grupos delictivos, sino por qué el Estado mexicano es incapaz de combatirlos; por qué hay tantos grupos que ponen en jaque al país. Lo que tienen que explicar Mancera, los gobernadores y el presidente es por qué el Estado no puede frente a los cárteles, frente a los grupos del crimen organizado, frente a las pandillas, frente a las empresas corruptas. Lo que nos tienen que explicar no es el correcto uso del lenguaje, sino por qué el Estado es incapaz de brindarnos seguridad.
Discutamos mejor la palabra impotencia .