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Opinión

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La cultura frente al ruido internacional

Resulta inquietante mirar al mundo y darse cuenta que parece anteponerse una vez más la Torre de Babel ante la comunidad internacional: conflictos identitarios y territoriales, disputas por el control del espacio político y discursivo, debates polarizantes entorno al papel de los nuevos liderazgos globales y locales, violencia sobre grupos periféricos y vulnerables, una recurrente amenaza a la estabilidad ecológica. Hay mucho ruido y poco entendimiento, infinidad de posiciones ideológicas y escaza conversación, un ecosistema comunicativo global y una abrumadora desconexión social.

La diferencia cultural se coloca nuevamente como uno de los mayores retos para el mundo contemporáneo, pero no desde una lógica del choque de civilizaciones como lo sugería Samuel Huntington, sino desde un choque de ignorancia como lo propone Karim H. Karim. Hoy, los problemas globales se enmarcan aún desde la lógica de las alteridades, el otro se construye desde el estigma, como un referente de peligro, miedo; movimientos conservadores, chauvinistas o militaristas toman momento en Europa, Norteamérica, América Latina, el Sureste Asiático y otras partes del mundo. El rechazo a los migrantes se convierte en agenda electoral. Los muros simbólicos y físicos crecen.

Aunque está todo dispuesto para una tormenta perfecta, hay lugares que pueden representar la posibilidad tanto del acercamiento, como de la justicia social. Ese terreno fértil es de la cultura. Parece una paradoja, pero el espacio cultural resulta un referente para cuestionar las fronteras internas y crear, quizá desde la incomodidad, la posibilidad de entendimiento, la creación de referentes culturales compartidos. Esto es parte de lo que pudo observarse en la Conferencia Mundial de la UNESCO sobre Políticas Culturales, MONDIACULT, celebrada en la Ciudad de México en septiembre de 2022, donde se adoptó una declaración que determinó pensar a la cultura como un bien público global y, desde ahí, gestionar la creación de un objetivo centrado en la cultura para la agenda de 2030 hacia adelante.

La importancia del tema cultural parece tener consenso entre los gobiernos, quienes asumen que es relevante para pensar en el desarrollo sostenible. Pero, el reto será construir una agenda que refleje la posibilidad de la inclusión, la conversación desde la diversidad, más allá de un despliegue de alteridades limitadas al espectro nacional. Para ello es necesario consolidar otras voces complementarias y críticas de los actores gubernamentales y sus agendas políticas. Previo a la conferencia de MONDIACULT y en el marco de esta, surgieron diálogos paralelos acerca de la cultura como espacio para otras inquietudes sociales: así, por ejemplo, hubo reflexiones sobre la importancia del rap de mujeres para hablar sobre la violencia de género en algunas comunidades fronterizas; se discutió en torno a la relevancia del teatro para avanzar inquietudes de integrantes de las diásporas; o bien se consideraron las expresiones culturales para visibilizar las consecuencias de la urbanización sobre los mantos acuíferos. Es decir, propuestas que buscaban generar comunidad, solidaridad y diálogo, partiendo de los problemas sociales locales.

Esta es otra manera de pensar en la cultura como medio para la conversación crítica y la convivialidad con los otros en un mundo ruidoso. No se trata de hacer del espacio cultural una panacea para resolver los problemas globales, pero sí de considerarlo un espacio creativo para generar imaginación colectiva y movernos a la acción frente a nuestras preocupaciones compartidas, desmantelando los determinismos que se arropan en las sociedades contemporáneas.

*Internacionalista, coreanista y comunicólogo, colaborador de Globalitika.

geopolitica@eleconomista.com.mx

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