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La tercera independencia dominicana
Ser isla en el Caribe -bajo el imperio de los combustibles sólidos importados- era sinónimo de falta de soberanía energética: la condición de insularidad imponía como destino nacional estar a expensas de las fluctuaciones en los precios del petróleo.
Ante el paisaje productivo pospandemia regresa la voluntad de emanciparse respecto a aquel “determinismo geográfico” y la modernización del sector eléctrico reaparece en la lista de prioridades gubernamentales. La tercera independencia dominicana se medirá en kilovatios.
Hace un año el pueblo dominicano decidió que Luis Abinader sería su presidente y la efeméride es propicia para la evaluación de los méritos de su gestión en el campo de la energía. La acertada elección del ingeniero nuclear Antonio Almonte como ministro de Energía y Minas significó la inclusión de un perfil técnico en el gabinete con una trayectoria marcada por la voluntad de transparencia y el compromiso con la racionalidad en el gasto público, una biografía que funciona como aval para la obtención de un precio razonable de la luz.
República Dominicana ha incorporado a sus instituciones el lenguaje de la eficiencia energética y pronuncia en foros internacionales su deseo de subirse a las nuevas olas de innovación que traen consigo una menor dependencia del exterior.
Actualizó su marco jurídico -a través del pacto nacional para la reforma del sector eléctrico (2021-2030)- con lo que favoreció la percepción de certidumbre y mediante la asunción del principio de eficiencia administrativa generó un entorno de inversión más confiable. Además, reconsidera los gastos exagerados en las empresas distribuidoras y despliega líneas argumentales para amortiguar los efectos nocivos de las llamadas perdidas no técnicas.
Un enfoque que tiene como objetivos principales la reducción de los costos operativos empresariales y abrir vías para el establecimiento de un modelo eficaz de subsidios. Entre los proyectos para robustecer el sistema eléctrico dominicano destacan la construcción de dos plantas de gas natural, una terminal gasífera y el desarrollo de un ámbito regulatorio que incentive el interés privado en renovables. Planteamientos para consolidar a la República Dominicana como el principal receptor de la inversión extranjera directa en el Caribe.
Desde la campaña han sido subrayados los lugares comunes entre energías limpias, calidad del empleo y rentabilidad, vocabulario que al adquirir tono presidencial expresa sentido de responsabilidad con las generaciones presentes/venideras y provoca sinergias interministeriales de “crecimiento verde”.
Intento de adecuación a un tiempo en el que los gigantes tecnológicos son los mayores compradores corporativos de la producción de energía libre de carbono y en el que se pronostica -a medio plazo- un agotamiento o desplome en la demanda de crudo. Manifestaciones oficiales frente a una atmósfera global que exige pasar de los compromisos ético-normativos a la enunciación de hojas de ruta detalladas de descarbonización y en la que los grandes bloques económicos discuten la pertinencia de incorporar cláusulas de condicionalidad medioambiental a sus próximos tratados comerciales.
La República Dominicana aprecia en México la fisonomía de un socio confiable que aleja cualquier temor al fantasma de la recolonización. Es por eso que actividades como la sesión informativa “Oportunidades de inversión en el sector de energía y minería en la República Dominicana” organizada por la Embajada de la República Dominicana en México, solidifican la relación bilateral y clarifican los procesos de licitación pública internacional. En un contexto en el que se exploran las formas de cooperación del futuro, la iniciativa dominicana en México supone una formula diplomática con la que trascender la nostalgia del mundo prepandémico.
*Doctor por la Universidad Carlos III de Madrid y colaborador en Globalitika.
@AlfredoKramarz