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La verdadera reforma fiscal es Pemex
En distintos momentos de este sexenio, Pemex se ha ganado las distinciones globales más vergonzosas: el mayor ‘ángel caído’; la petrolera más endeudada; la empresa con más muertos por covid-19; la (¿única?) compañía de perfil global que prácticamente duplicó sus emisiones de gases de efecto invernadero; la compañía que incendió el mar.
Ya no hay lugar a duda, además, de que incumplió escandalosamente las promesas de subir su producción. Quizás ya ni quiera acordarse, pero unas semanas antes de que López Obrador asumiera la presidencia, su ahora director general juraba que Pemex cerraría el sexenio produciendo 2.48 millones de barriles diarios de crudo. A noviembre del año pasado, andaba en 1.55; 1.84 si generosamente le sumamos los condensados.
Al sueño de la autosuficiencia gasolinera no le fue mejor. Ningún discurso político cambia la realidad de que, en la república mexicana en 2023, se produjeron apenas 18.5% más gasolinas y diesel que en 2018. Pero eso sí, en combustóleo crecimos a más del doble de eso: 40.7 por ciento. Y en gas licuado la producción cayó en más de 16 por ciento. Si no ha habido desabastos más frecuentes es sólo porque hay otros importadores y suministradores.
Claro que a estas alturas es trágicamente razonable preguntarnos, ¿ya qué más da, si los mexicanos ya nos acostumbramos a tener una Pemex fracasada? Desde su pico de producción en 2004, van casi dos décadas ininterrumpidas de malas noticias, predeciblemente aderezadas con discursos engañosos. No faltará el que individualmente se lo haya creído.
Pero, colectivamente, difícilmente somos tan ingenuos como para habernos creído en cualquier momento que Pemex ya estaba estabilizada, que ya se había reformado, que ya se había limpiado de corrupción o, ahora, que ya está rescatada. Más bien parece que, como con los escándalos de tesis, títulos y plagios, ya estamos hartos. Casi mejor creer que ya no importa, que somos tan grandes que podemos darnos el lujo de tener una gigantesca petrolera fracasada.
Hasta que no. Los pasivos de corto plazo de Pemex –es decir, los que vencen en menos de un año– se han casi triplicado en este sexenio. Ahora superan los 62 mil millones de dólares. Esto es mucho más que los ingresos totales de todo Pemex en 2020. Y está muy cerca de los de 2019 y 2021 si se quita el efecto de las inyecciones gubernamentales. ¿Habrá una compañía de esta envergadura en el mundo sin quebrar con esa proporción?
Es insostenible. Pemex ya no sólo es un tema político de orgullo/vergüenza. Está empezando a ser un tema crítico para la viabilidad de las finanzas públicas. Como Ernesto Revilla, de Citi, advirtió la semana pasada “se necesita una reforma fiscal con la siguiente Administración, pero no la reforma fiscal que muchos están pensando que es IVA, renta, impuestos; la reforma fiscal que se necesita es arreglar Pemex y que deje de perder dinero y deje de presionar las finanzas públicas”.
Y luego: “Pemex va a ser un tema para la próxima Administración. Sigue sin una solución… si simplemente extrapolamos esa situación de Pemex, hacia adelante México eventualmente Pemex pierde el grado de inversión.”
No es que el futuro no sea eléctrico. Pero si la candidata que será presidenta quiere evitar una crisis financiera de proporciones históricas, vale la pena que también le dedique un poco de tiempo a este tema petrolero.
Ni repetir que Pemex está rescatada y seguir mandando salvavidas financieros, ni pretender convertirla en Petrobras e insistir en que México necesita rondas resuelven ninguna dimensión sustantiva de este problema en específico. Por difícil y doloroso que sea, realmente hay que pensar en Pemex.
@pzarater