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Opinión

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¡Seis años más para Putin!

Hace unos días Vladimir Putin anunció su postulación para las próximas elecciones presidenciales a celebrarse en marzo. Serán los primeros comicios tras el inicio de la invasión rusa a Ucrania y también tras la reforma Constitucional la cual permite al actual presidente competir por quinta vez. Nadie duda del resultado final. La maquinaria del Kremlin es demasiado poderosa: domina a la autoridad electoral, controla a la mayoría de los medios de comunicación y gestiona un gigantesco andamiaje clientelar. Además, la mayoría de los principales líderes de oposición están encarcelados, exiliados o muertos, siendo el caso del hoy preso Alexei Navalny el principal ejemplo.

Solo cabe esperar la participación de candidatos postulados por formaciones leales al poder como lo han sido el Partido Comunista y el ultranacionalista Partido Liberal-Demócrata. Sin embargo, el Kremlin quizá permita la participación de dos candidatos “incómodos”: el liberal Boris Nadezhdin, aspirante con una clara postura antiguerra, y de Igor Girkin, ultranacionalista crítico de Putin por la forma “demasiado amable” como lleva a cabo la guerra.

Al dictador se le ve tranquilo. Aparentemente ha logrado consolidar su poder tras la surrealista rebelión y sospechosa muerte de Prigozhin, Rusia ha podido contener la contraofensiva ucraniana y está organizando sus propios ataques y aunque miles de sus soldados (algunas fuentes hablan de hasta cien mil) han muerto inútilmente en el frente hasta la fecha tal tragedia no parece hacer mella en la popularidad presidencial. Putin piensa obtener una victoria abrumadora con un 75-80 por ciento de los votos y una participación de al menos un 70 por ciento. Quiere unas elecciones rituales con un electorado leal y obediente y los disidentes puestos, otra vez, en clara minoría.

 

Sin embargo, a pesar de todas sus ventajas las elecciones podrían darle problemas a Putin. Aunque los resultados son ineludibles las elecciones en Rusia a veces han representado un punto de inflexión cuando el sistema político ha estado vulnerable. Sucedió en 2011, cuando tras la celebración de unas elecciones parlamentarias estallaron virulentas protestas populares en varias ciudades. Si se manipula una elección de forma demasiado obvia se frustra el objetivo “legitimador” y se corre el riesgo de desencadenar manifestaciones.

Y aunque hasta hoy las bajas en la guerra no han sido un problema, la guerra no es precisamente popular entre la mayoría del electorado. Además, las elecciones son inherentemente desestabilizadoras, incluso cuando son controladas. No deja de haber ciertos niveles de debate y desacuerdo y ello, quiérase o no, crea espacios para la polémica generalizada.

La guerra, el creciente autoritarismo, la crisis económica, todos estos incómodos temas estarán sobre la mesa, aunque se codifiquen con cautela. Si bien el resultado favorable a Putin en las urnas es un hecho, todo el proceso podría por acabar siéndole incómodo.

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