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Diplomacia epistolar
La carta de la presidenta Claudia Sheinbaum a Donald Trump presentada en su mañanera es un ejercicio de diplomacia epistolar, a mi juicio, muy poco efectivo. Lo es porque reaccionar a la amenaza de imponer aranceles del 25% a productos mexicanos con un mensaje que parece más diseñado para consumo interno que para influir en el próximo gobierno estadounidense refleja una estrategia endeble. Lo es también porque el tono aleccionador de la misiva difícilmente resonará con un bully como Trump. Finalmente, lo es porque un ejercicio de retórica rústica no puede sustituir la eficacia de una llamada telefónica entre jefes de Estado.
Es un hecho que se vienen meses muy complicados para el mundo y para México en particular. La megalomanía de un personaje como Trump, sumada al control de su partido sobre el Congreso y la Suprema Corte en Estados Unidos, dejan poco margen para el entendimiento y la negociación. Más aún, el hecho de que una publicación en redes sociales detone una serie de reacciones entre líderes políticos, mercados e inversionistas confirma que la era Trump 2.0 será harto complicada, impredecible y peligrosa.
México puede y debe negociar con Trump, pero no mediante el intercambio epistolar. Una diplomacia efectiva exige interacciones personales constantes entre funcionarios de todos los niveles, coordinación con el empresariado de ambos lados de la frontera y un entendimiento cabal sobre la naturaleza transaccional del personaje. Además, sería muy provechoso colaborar con Canadá, algo que el gobierno mexicano parece haber descuidado, incluso antes de que Trump asuma la presidencia.
Un apunte a propósito de la representación de México en Washington: la presidenta aún no nombra a un nuevo embajador en Estados Unidos. Un puesto clave para asegurar un diálogo efectivo con la Casa Blanca. Sobre el Embajador actual, Esteban Moctezuma, el Financial Times subrayó en una nota reciente su bajo perfil y el hecho de que en los últimos seis años ha tenido “poco impacto en el Capitolio”. Es hora de un relevo.
Sobre los aranceles, se trata de algo más que un buen soundbite como aquello de que son “la palabra más bonita del diccionario”. Los aranceles son, de hecho, la piedra angular del programa económico de Trump. Una realidad que no debe subestimarse. Coincido con los analistas que advierten que una guerra comercial con México y Canadá es indeseable y potencialmente perjudicial para la región de Norteamérica en su conjunto. Gravámenes repentinos a las importaciones tendrían un impacto directo en los consumidores estadounidenses, al tiempo que golpearían a sectores altamente integrados como el automotriz.
Sin embargo, aunque el argumento de que los aranceles tendrán un efecto autodestructivo es lógico y convincente, no es suficiente para desestimar las promesas del trumpismo. Para Trump, los aranceles son mucho más que una herramienta de política económica: representan una pieza central de su visión del mundo y una forma de ejercer poder sobre otros países. Su enfoque económico se basa en una narrativa de ganadores y perdedores, donde un gran déficit comercial se interpreta como una derrota para Estados Unidos.
¿Un golpe arancelario del 25% desde el primer día? Tal vez sí, tal vez no. Es posible que muchas de estas amenazas se desvanezcan en negociaciones comerciales más amplias, pero lo cierto es que no hay ninguna garantías de que esto ocurra. Por el contrario, todo indica que basta una publicación en redes sociales para que alguna de estas amenazas se cumpla.
Eso sí, el tono de las misivas y las declaraciones de la presidenta podría ser útil internamente. El nacionalismo mexicano, especialmente frente a los Estados Unidos, es fortísimo. Afirmaciones como que, mientras Estados Unidos enfrenta una crisis por el consumo de fentanilo, México es una potencia cultural donde las familias se valoran y quieren, podrían resonar con las bases del morenismo, no así con los tomadores de decisiones al otro lado de la frontera. Es tiempo de unidad, sí, pero también de liderazgo e inteligencia.