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Opinión

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Cómo lidiar con el populismo

El caso de Brasil muestra que las democracias necesitan instituciones fuertes, que eviten la concentración del poder, para absorber los movimientos populistas sin riesgo de colapsar.

En Brasil, el más reciente episodio de populismo parece estar llegando a su fin. La fuerte ola antisistema, motivada por la desconfianza del público brasileño en los políticos tradicionales, ha perdido buena parte de la fuerza que llevó a Jair Bolsonaro a la presidencia en 2018. Bolsonaro no solo hizo una campaña populista de extrema derecha, como gobernante apostó por el conflicto, la polarización y el abuso del Estado de derecho. Sus tendencias autocráticas han sometido a las instituciones democráticas brasileñas a una dura prueba.

Ahora busca su reelección por un periodo adicional de cuatro años, en las elecciones presidenciales cuya primera ronda se celebrará el próximo 2 de octubre. Sin embargo, las encuestas muestran un enorme desencanto con la forma de gobernar del excapitán de artillería del Ejército Brasileño, que hiciera una larga carrera en la Cámara de Diputados como representante de Río de Janeiro. También prevalece entre el electorado una opinión negativa del rumbo que lleva el país.

Peor aún, Bolsonaro enfrenta la competencia del expresidente Luis Ignacio Lula da Silva. Lula, quien gobernó Brasil entre 2003-2010, se postuló de nueva cuenta como candidato presidencial, después de que, en marzo de 2021, la justicia brasileña lo exonerara de cargos de corrupción relacionados con el caso de sobornos a políticos y empresarios, conocido como Operación “Lavado de Autos”.

Brasil tiene un sistema de segunda vuelta para las elecciones presidenciales. Si ningún candidato gana más del 50% de los votos el próximo 2 de octubre, los dos más votados pasan a una segunda ronda, que se celebraría cuatro semanas después. Sin embargo, Lula lleva una ventaja tan grande en la intención del voto, que las casas encuestadoras le asignan una probabilidad significativa de ganar la elección en la primera ronda.

A sus 75 años, Lula sigue siendo el político más popular de Brasil. Sus dos periodos como presidente de la República coincidieron con la fase alcista del ciclo de commodities en los mercados internacionales, que propulsaron a la economía brasileña. La bonanza permitió crecer y distribuir. Lula pudo así financiar los programas sociales, que fueron el sello distintivo de su gobierno.

Bolsonaro, en cambio, llega al fin de su mandato con una economía estancada. Después de una fuerte recuperación del 5% en 2021, la tasa de crecimiento se desplomó. La OCDE pronostica que el PIB crecerá 0.6% este año y 1.2% en 2022. La inflación, que ronda el 12%, ha provocado una fuerte pérdida de poder adquisitivo de la población. Al mismo tiempo, ha obligado al banco central a subir las tasas de interés –un balde de agua fría a la inversión en proyectos productivos–.

Los movimientos populistas, como el que encumbró a Bolsonaro en 2018, son fenómenos recurrentes en los sistemas democráticos. Reaparecen cada cierto tiempo, fruto del hartazgo con los políticos de siempre. Se alimentan de la percepción que el sistema ha dejado de trabajar para la gente y sirve solo a los intereses de las élites. El populismo puede dejar reformas que fortalecen a la democracia, pero también pueden destruirla y llevar a la implantación de regímenes autocráticos, como ocurrió en Venezuela.

El caso de Brasil muestra que las democracias necesitan instituciones fuertes, que eviten la concentración del poder, para absorber los movimientos populistas sin riesgo de colapsar. La Constitución brasileña de 1988 estableció un robusto modelo político consensual, que ha sido la clave para contener la más reciente ola populista. Está basado en instituciones que al mismo tiempo dispersan y obligan a compartir el poder.

Bolsonaro nunca supo cómo navegarlo. Lula, en cambio, aprendió que quien se radicaliza pierde. Aunque hizo campaña como un populista de izquierda en el pasado, supo después gobernar desde el centro. Aprendió que para conseguir resultados había que moderarse, en lugar de intentar destruir las instituciones.

*Profesor del CIDE.

Twitter: @BenitoNacif

El Dr. Benito Nacif es profesor de la División de Estudios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Fue Consejero Electoral del Instituto Nacional Electoral (INE) del 2014 al 2020 y del Instituto Federal Electoral (IFE) del 2008 al 2014.

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