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Opinión

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De la Piedra del Sol a Ovidio. México y sus símbolos

"Los logros del hombre descansan sobre el uso de símbolos", Alfred Korzybski, filósofo y lingüista polaco.

En un intento por validar mis propósitos y leer más y mejor, empecé el año en una librería de viejo. A diferencia de visitas previas, ésta fue un éxito porque, en lugar de llegar con prisa, preguntar por un título y seguir con la travesía, dediqué el tiempo para hurgar en sus estantes, hojear sus empolvados volúmenes de piel y revisar más de una veintena de libros y antologías que conservaban sus páginas gracias a la magia del espíritu santo.

Las búsquedas amorosas obtienen resultados certeros. Quizá por eso me acerque al anaquel dedicado a la obra de José Vasconcelos y ahí, adherido al Ulises Criollo, encontré el maravilloso “México y sus símbolos”, un minúsculo libro rojo de hojas amarillentas, forrado con plástico grueso.

Publicado en 1961 por Editorial Avante, el ejemplar de la profesora Carmen G. Basurto está dedicado a los preparatorianos, pero más aún, a los maestros del país, a quienes la autora invita a difundir “el ideario de la mexicanidad”. Inspirado en la enciclopedia de historia “México a través de los siglos” (1884) e ilustrado con dibujos al estilo de la Escuela Mexicana de Pintura, el compendio de Basurto explica la historia de la bandera, el himno, el escudo nacional y ofrece consejos pedagógicos con el propósito de despertar el patriotismo en los niños.

El libro me remitió a la primaria y me hizo a evocar la ceremonia de los lunes, también me ayudó a comprender las dinámicas educativas y la cosmovisión del México de los sesenta, pero, sobre todo, reforzó mis ideas acerca de la importancia del uso de los símbolos para sembrar el nacionalismo que formó a millones de niños y jóvenes hasta finales del Siglo XX y que unió la entonces modernidad con el mito fundacional, la herencia prehispánica y las etapas insurgente y revolucionaria.

Esto justifica que las personas nacidas entre 1965 y 1980 hayamos construido nuestra identidad a través del verde, el blanco y el rojo, el águila, el nopal y serpiente, los niños héroes, Juárez y Madero, pero también gracias a las torres de satélite, los museos de Chapultepec, el Estadio Azteca, el Palacio de los Deportes y la gran fuente en forma de paraguas que diseñó José Chávez Morado para el Museo de Antropología.

Las cosas han cambiado, y mucho. En el Siglo XXI se ha vuelto complicado pensar en identidad y no es malo, sino natural: cada vez somos más ciudadanos del mundo y nuestras preferencias se han regularizado gracias las redes sociales y al magnífico fenómeno de la interconexión económica, política, social, pero sobre todo tecnológica que entendemos como globalización.

Lo rescatable es que, además de aprovechar las ventajas de esta interconexión, los países aún conserven sus particularidades y sus ciudadanos se sigan enorgulleciendo de los emblemas que los definen. Por eso Francia todavía se identifica con la Torre Eiffel, los países árabes con las místicas arenas del desierto, los Países Bajos con los tulipanes y la oficialización del comercio y la India con los rituales del río Varanasi y la maravilla del Taj Mahal. Para mí, México la Piedra del Sol, el segundo piso del Periférico, Chichén Itzá, el himno nacional, el INE, la alternancia que se logró en el 2000 y un saludo respetuoso cuando pasa la bandera. No sé si algo parecido a esto aplique para los jóvenes y niños de nuestro país, impactados con la magia de los Avengers, el Checo Pérez, el Chucky Lozano y las leyendas del narco, pero también por una realidad que les llega de primera mano con las víctimas de feminicidio, homofobia y transfobia, las escenas de migrantes varados y maltratados -en el mejor de los casos-, los accidentes en el metro y el espectáculo del crimen organizado, que hace que México sea escenario de una violencia que podría pasar por el set de una película de acción y muerte, de esas que salpican la sangre por todos lados.

Los inicios de año son buenos para los cuestionamientos: ¿Qué nos dice México? ¿Se ha convertido Ovidio en un símbolo nacional? ¿Qué están aprendiendo los niños?

Aún es temprano para entender los efectos de lo que vivimos, así que dejo abierta la reflexión. Mis mejores deseos para el año que inicia. 

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Linda Atach Zaga es historiadora de arte, artista y curadora mexicana. Desde 2010 es directora del Departamento de Exposiciones Temporales del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.

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