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Ryder Cup: entre el orgullo y el patriotismo
Esta cita representa el prestigio internacional entre los mejores golfistas del mundo.
En el mundo del golf, la Ryder Cup es lo más parecido a lo que en el futbol significaría un Mundial o en el deporte amateur unos Juegos Olímpicos. El evento que se juega bienalmente entre Estados Unidos y Europa desde 1927, se ha posicionado como uno de los eventos más vistos en el planeta, sólo por detrás del Mundial de Futbol y de la justa olímpica.
De acuerdo con datos del Comité Organizador de la Ryder Cup 2010, el evento pudo llegar a 65 millones de hogares en 180 países diferentes y tuvo una inversión de unos 126 millones de euros. Y no es sólo una de las citas favoritas para la afición, sino también para los golfistas que esperan ansiosamente la llegada del evento para tener la oportunidad de representar a su país o continente, en el caso del equipo europeo.
Porque jugar la Ryder Cup supone un prestigio internacional casi innato, además del atractivo de jugar en equipo con los mejores y contra los mejores golfistas del mundo. Aunado a ello, cada uno de los jugadores que participan en la competencia se sienten cobijados por el público.
Nada como esta competencia para elevar al máximo el orgullo nacionalista en el caso de los estadounidenses que con su Tour PGA han buscado dominar el mundo del golf y que convirtieron el torneo en un monopolio de años, desde 1927 hasta 1983, sólo permitieron que los de Gran Bretaña se adjudicaran el título en tres ediciones. Un evento prácticamente suyo.
Mientras que por el lado europeo luchan por el orgullo continental que impuso casi como tradición la pareja española de José María Olazabal y Severiano Ballesteros y que este año buscan demostrar su supremacía al agrupar a los rankeados en los primeros del orbe: Rory McIroy (1), Luke Donald (3) y Lee Westwood (4).
Del mismo modo es la cita favorita de los aficionados que miran con fervor el evento en el cual incluso han llegado a ser protagonistas, como en la Ryder Cup de 1999. No importó entonces la cortesía, la educación y todo el protocolo que rige a un torneo de golf, porque los fans apoyan a muerte al equipo local.
Ocurrió en 1999 en Brooklyn cuando los aficionados estadounidenses invadieron el campo al embocar Justin Leonard, un putt que casi finiquitaba su partido contra José María Olazabal, capitán europeo en aquella edición que dejó perplejo al español sin posibilidades de embocar su tiro.
Por eso, la Ryder Cup es todo esto: una mezcla de orgullo, talento, patriotismo e identidad. Una muestra de magia y misticismo, que son la esencia de este torneo internacional.
cristina.sanchez@eleconomista.mx