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Opinión

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El Estadio Azteca: una casa de 56 años

Si fuera de carne y hueso podríamos decir que lanzó su primer grito el 29 de mayo de 1966 con una muy elegante media hora de retraso. Quizá nada más para sentar el precedente de cómo iba a ser todo suceso relacionado con él: no siempre a tiempo, pero siempre colosal y protagónico, escenario de grandes alegrías y terribles decepciones, anhelado recinto deportivo y, finalmente, icono arquitectónico de la Ciudad de México.

La construcción del inmueble inició en 1962 como parte del proyecto para obtener la sede de la Copa Mundial de Futbol de 1970 y con el firme propósito de que no se repitiera lo que había sucedido en México durante el II Campeonato Panamericano de Futbol: un sobrecupo en el que habían entrado poco más de 100 mil aficionados, contra una capacidad 73 mil espectadores, mientras que a las afueras del estadio de Ciudad Universitaria –el único recinto deportivo– más de cuarenta mil personas sin boleto pretendían entrar. Las autoridades fueron insuficientes para contener a la gente y el Departamento del Distrito Federal pidió a Telesistema Mexicano que transmitiera los encuentros por televisión, pero también se empezó a gestar la idea de construir un estadio de enormes dimensiones. Respondiendo a sociedades, proyectos y grandes fortunas, el diseño del inmueble corrió a cargo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez –que ya sabemos solía confundir lo grandioso con lo grandote, como diría Ibargüengoitia— y muy pronto llegaron cantidades extremas de trabajadores y materiales. En su construcción se utilizaron 100 mil toneladas de concreto, 8 mil toneladas de varilla de alta resistencia y1200 toneladas de acero laminado para la cubierta. En cuanto al material humano 10 arquitectos, 34 ingenieros, 15 técnicos y 800 obreros de todas las especialidades fueron los encargados de afinar todos los detalles. Muchos decían que la empresa había sido el equivalente a una odisea casi mítica: el inmueble, edificado sobre el terreno que ocupó el extinto Volcán Xitle cargó con la leyenda de que la fuerza poderosa (y futbolística) de varios de sus partidos, porque se decía que el estadio, emanaba de la energía que alguna vez tuvo el volcán.

Una vez que el flamante estadio estuvo terminado, para bautizarlo se hizo una encuesta ciudadana, y mire lector querido que eran tiempos donde aquello de encuestar a la ciudadanía era considerado un disparate.

El nombre con mayor número de menciones sería el ganador y el que lo hubiera sugerido primero, conforme al orden en que se recibieran las sugerencias, sería acreedor de un premio de por vida. Fue así como el guanajuatense Antonio Vázquez Torres, ganó dos asientos de plateas durante 99 años y en muchos sentidos fue considerado el padre del Estadio Azteca.

En el proceso, el inmueble se hizo de múltiples sobrenombres –entre benéficos y maléficos, como diría Augusto Monterroso– como “el coloso de Santa Úrsula"–majestuoso; “el Gallinero”, –despectivo– “el nido de las águilas” –complaciente– pero nunca, ninguno, pudo borrar su nombre original, el que ganó el concurso y le ganó el nombre de Estadio Azteca.

El primer partido en el Estadio Azteca fue un encuentro entre las Águilas del América y el Torino de Italia que quedó empatado a dos goles. Sin embargo –algo nos queda de dignidad– el primer gol no fue del  América sino del brasileño Arlindo, que en ocasión de este cumpleaños declaró, todavía con los ojos aperlados de lágrimas: “Recuerdo más o menos cuando pegué el tiro en aquella jugada, recuerdo cómo se elaboró la jugada, fue una colaboración de todos mis compañeros, de la defensa salió un pase para los medios de contención, de ahí salió al extremo derecho y éste mandó al centro delantero, la mayoría de los jugadores tuvimos parte en la culminación de este gol, de ahí paré el balón y lo acomodé para tirar a gol”.

Memorias miles y estadísticas espectaculares existen en relación con el Azteca: es el único estadio que ha sido escenario de dos finales de Copas del Mundo, México 70 y México 86. La primera, el espacio de la consolidación de Pelé como el "rey" del futbol y la segunda cuando fuimos testigos de la consagración teológica de Diego Maradona al atribuir su fraudulento gol a la mano de Dios. Fue en el Estadio Azteca donde probamos la gloria de ver cómo, en la final de la Copa Mundial Sub17, de hace ya algunos años, por primera vez jugamos y ganamos como nunca. Más de cincuenta años han pasado desde su construcción y la mayor gracia del Estadio Azteca es seguir siendo, esencialmente, la casa del futbol, que como bien dijo Eduardo Galeano, es la única religión que no tiene ateos.

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