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Los Stones a la mitad son una borrachera
Llegué tarde al concierto de los Stones. No importa. Mick Jagger y compañía a la mitad equivalen a 1,000 botellas de cerveza
El Viaducto va a full. Waze nos lleva por aquí y por allá. Nada: 36 minutos faltan para el Foro Sol y ya son las 9. No vamos a llegar. En el carro una pareja de mis amigos discute: "Siempre es lo mismo, compramos los boletos desde noviembre y no vamos a llegar". Otra pasajera del carro sufre de mal de amores y espera que el concierto sea catártico. Sentimientos exaltados.
Y sí, llegamos tarde. Cuando pasábamos enfrente del Foro Sol ya se oía "Tumbling dice". Los Rolling Stones comenzaron puntuales su primer concierto en la Ciudad de México. Son los Stones, la épica.
Nunca los había visto en vivo. Mis nervios en el coche eran absurdos, sentía que me los perdía. Y es que, además, esta reportera iba con la encomienda de hacer una reseña. No vamos a llegar.
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Por fin, puerta 6 del Foro. Nos bajamos del coche y corremos entre puestos de camisetas de a 50 y revendedores que tienen, ¡todavía!, la esperanza de recuperar su inversión.
La tragedia: me tuerzo un tobillo mientras a lo lejos (bueno, ni tan a lo lejos, el sonido del concierto es perfecto, prístino) suena mi canción favorita de los Stones: "Wild, wild horses couldn't drag me away..." canta Mick Jagger y sus 72 años se notan en su voz. Pero no mucho. Quien quiera oír las canciones como grabación que se quede en casa con los discos.
Adentro, al fin
Llegamos mientras los arabescos de "Paint it black" dominan. Por supuesto, el sitio está hasta la madre. Olor a mota. Nunca he ido a un concierto en México donde no huela a mariguana, pero en este caso el aroma parece redención. Los Stones son los últimos hombres en pie de una época en la que el rock lo pudo todo, hasta parar una guerra. Fue en su concierto en Altamont cuando los 60 perdieron la inocencia cuando a cuchillo los Hell's Angels derramaron la sangre de un pobre espectador.
Aquí no hay sangre, pero debería haberla: los Stones, viejos o no, siguen oliendo a peligro. Estamos en la cancha del foro, a cientos de metros del escenario. Ni modo, pantalla, que desde aquí Mick y Keith parecen unos monitos de Lego. No importa. La banda más grande de todos los tiempos trae una tecnología que parece hechizo. Esas pantallas son mejores que las del cine. Tienen un delay, un retraso de un microsegundo, casi imperceptible.
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Uno voltea a la gradería y es la postal más linda de un concierto de rock: todos bailan, todos cantan. El rock tiene mucho de comunión y cuando el artista es grande, el sueño de que habrá eucaristía a guitarra se cumple.
Mick ensaya su español y sus dotes de comediante: "Sean Penn vino al hotel. Quería entrevistarme pero me escapé". Si hay un capo de todos los capos ese es Mick Jagger. O no, quizá sea Keith Richards, quien ahora se acerca al micrófono: el vampiro va a cantar.
Me dice un amigo que ha ido a decenas de conciertos de los Stones que es un momento muy especial cuando canta Keith Richards. Las luces bajan, Keith y Ronnie Wood son cómplices de una sinfonía. ¿Cómo es posible que logren ese sonido apenas con un par de instrumentos? El Foro calla. Keith canta "Before they make me run" con su voz de lija y es como ver a alguien que se saca el corazón por la garganta. Es blues y es otra cosa: es un legado. Es mi momento favorito de la noche: ese cowboy vampírico solo en escena, dominando su destino. Y también el nuestro, que lo vemos como a un espectro.
Los Stones también fueron disco
Después del par de canciones de Keith, Mick presenta a toda la cofradía, a los Stones, claro, pero también a los excelentes músicos de gira que los acompañan. Chuck Leavell, el tecladista, se luce cada vez que interviene; las canciones suenan nuevas cada vez que él las toca. Mi Stone favorito, además de Keith, es Charlie Watts. El baterista es el más viejo del grupo y seguramente el más fuerte. Es siempre la persona más tranquila del escenario.
Mick comienza con otra icónica: "Miss you". Muchos fans odian reconocerlo pero los Stones también pasaron por su era disco y "Miss you" es el resultado: lo que alguna vez fue hit de discoteca ahora es una gran canción de estadio. Todos coreamos el gritito característico de la rola. Es un lugar común de los conciertos: el cantante grita un ritmo y ahí vamos todos como rebaño a seguirlo. Pero, caray, es Mick Jagger: llévanos a donde quieras, Mick.
Un coro gospel canta la esperada "You can't always get what you want". Esperada porque es hermosa, esperada porque es un himno de esperanza, pero triste porque marca el final de la noche. Los Rolling (es más bonito decirles los Rolling, ¿no?) se tienen que acostar temprano.
Repetirán la proeza en dos días, cuando otros 60,000 discípulos de Satán vengan a adorarlo.
Pues sí, vi a los Rolling a la mitad y me siento crudísima. Es rock como alcohol del más bruto. Y es también un show de una teatralidad muy especial. Fue mi primero, espero que no sea mi último.
concepcion.moreno@eleconomista.mx