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Capital Humano

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#8M y trabajo sexual: Justicia y dignidad, legado de las mujeres trans al movimiento

Desde su experiencia en la calle hasta su activismo en las instituciones, Natalia Lane es clave en la lucha por el reconocimiento y el respeto de los derechos del trabajo sexual en México.

Ilustración EE: Nayelly Tenorio

Ilustración EE: Nayelly Tenorio

Algunas trabajadoras cuentan que el primer día les va súper. Pero Natalia Lane estuvo parada en un par de tacones por más de ocho horas sobre la Calzada de Tlalpan, con menos frío sólo cuando se quitaba la lluvia, y apenas ganó 200 pesos.

“Pero me aferré porque tenía que pagar la renta y los gastos de la universidad”. Catorce años después, Natalia Lane, mujer trans de 32 años de edad, sigue ejerciendo el trabajo sexual. Es comunicóloga con especialización en periodismo y defensora de derechos humanos.

En 2022 sobrevivió a un intento de transfeminicidio en el ejercicio del trabajo sexual. Desde entonces está en una lucha por el acceso a la justicia y la reparación integral del daño para ella y las víctimas a quienes les quitaron la vida.

Natalia Lane insiste en la necesidad de contextualizar los transfeminicidios de trabajadoras sexuales en el marco de la “putofobia”. Es decir, si esos casos se cometen y no son investigados es porque son “putas y travestis”.

La criminalización contra el trabajo sexual ha provocado “discriminación, violencia, inseguridad, abuso, falta de oportunidades y acceso a derechos”, ha señalado el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred).

También ha indicado que “debe ser entendido como un trabajo no asalariado según lo dispuesto por el artículo 10 de la Constitución Política de la Ciudad de México, que reconoce el derecho a realizar un trabajo digno y a su regularización y formalización en términos de ley”.

Pero antes de hablar del reconocimiento de esta actividad como trabajo, el primer paso es la descriminalización, explica Natalia Lane.

Por ejemplo, en la Ciudad de México donde probablemente haya una mayor organización, el movimiento no comenzó para exigir que se reconozca como trabajo. Las mujeres trans “simplemente trataban de hacer frente a las redadas y detenciones del Gobierno central”. Así comenzaron a unirse, apunta Natalia Lane.

“El movimiento del trabajo sexual en América Latina lleva varias décadas conformándose y no podría pensarse sin la participación de las mujeres trans y travestis”, dice la activista sentada en su cama, como si la entrevista no fuera tal, sino una pijamada. 

Los tres clósets de Natalia. El tercero

Tres veces ha salido Natalia Lane de un clóset en el que ella no se metió. El último fue muy doloroso, ocurrió en 2016.

El 30 de septiembre de aquel año, Paola Buenrostro, mujer trans y trabajadora sexual de 25 años, fue asesinada en la avenida Puente de Alvarado, en la Ciudad de México. El 2 de octubre, un juez liberó al transfeminicida. El 13 de octubre, Alessa Flores, trabajadora sexual trans de 28 años y activista, fue asesinada en un hotel.

“Fue mi despertar político. Yo conocía a Alessa y al saber de esos dos asesinatos me di cuenta que las putas no estamos a salvo”. Durante siete años, Natalia Lane había ejercido el trabajo sexual con una carga de culpa y vergüenza debido a la estigmatización social e institucional.

Pero si en la criminalización del trabajo sexual el único discurso que se oye es el abolicionista, nunca más tendría su silencio: “desde entonces, comencé a asumirme públicamente como trabajadora sexual”.

Tres peticiones de las trabajadoras sexuales

En México está cocinándose una coalición de personas trabajadoras sexuales. El pliego petitorio es amplio pero si se tuviera que destacar tres puntos el primero sería eliminar toda forma de criminalización.

“Que no sintamos que estamos haciendo algo ilegal y que dejen de criminalizar implícitamente a los clientes, que paren las extorsiones”, dice Natalia Lane.

El segundo es una reforma a la ley general contra la trata de personas, pues “no contempla la realidad del trabajo sexual al considerar a todos los establecimientos como espacios de trata de personas con fines de explotación sexual” y no todos los comercios tienen a personas contra su voluntad.

“El tercero es uno de los temas que más nos preocupa y es la seguridad social en el más amplio sentido”. Es decir, que cuenten con servicios integrales de salud y previsión social.

En cuanto al tema de salud, su trabajo les provoca diferentes riesgos y enfermedades que van desde las infecciones de transmisión sexual (ITS) y el VIH hasta problemas gastrointestinales y musculoesqueléticos.

“Trabajar en la noche afecta el sistema digestivo y la alimentación no es buena, comemos cualquier cosa de la calle y tomamos varias tazas de café. Yo tengo problemas de columna por estar parada en tacones de 25 centímetros. Obviamente sufrimos de depresión por la violencia que vivimos”.

La seguridad social también incluye una pensión por jubilación y el acceso a la vivienda “y es lo que queremos. Muchas trabajadoras viven en hoteles y en la pandemia nos les permitieron seguir ahí. Cuando intentan alquilar, les piden un comprobante de ingresos fijos o fiadores”, requisitos que no pueden cumplir.

El segundo clóset

“Ahora me llamó Nina y soy una chica trans”, le dijo su amiga del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH). En esa etapa, Natalia usaba maquillaje porque era gótica, se vestía con pantalones entallados y en general ropa andrógina, pues era la estética de esa tribu urbana.

Nina le explicó qué es ser una mujer transexual y luego le planteó una serie de preguntas. “Fue cuando me di cuenta que lo dark era sólo una transición para poder ser Natalia. Me di cuenta que no era un hombre gay, sino una mujer trans”.

Un par de años después fue la primera mujer abiertamente trans en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La lucha por la justicia

“Ve al Metro Nativitas, pregunta por el Milton, él te va él te va a decir qué show”. Natalia Lane fue a buscar al hombre que le permitiría laborar en esa zona de la calzada de Tlalpan. Así comenzó en el trabajo sexual.

“Fui solita, por eso hago Tik Toks hablando sobre la introducción a la putería, trato de compartir los consejos que yo no tuve”. Y ahora trata de lograr la justicia que otras no tuvieron.

En la madrugada del 15 de enero de 2022, Natalia Lane fue atacada en una habitación de un hotel cercano a la estación Portales. El hombre la acuchilló en la nuca, cara y manos. También apuñaló a dos trabajadores del hotel que intentaron ayudarla.

Su caso es el primero que se enjuiciará como tentativa de transfeminicidio. Sin embargo, hasta ahora las audiencias se han retrasado una y otra vez.

La impunidad en los casos de feminicidios y transfeminicidios de trabajadoras sexuales se debe a “la putofobia”, dice. “La putofobia es asumir que no tenemos capacidad de organizarnos, que somos foco de ITS. Es decirnos que debemos buscar un trabajo honrado”.

El protocolo para la investigación de feminicidios indica que toda muerte violenta de una mujer debe ser investigada como probable feminicidio. “Pero eso nunca pasa con nosotras, siempre hablan de una rencilla, de un problema que tuvo con el cliente”.

El primer clóset

“Yo no viví una infancia trans, sino una infancia marica. En los años 90 en Naucalpan era recibir agresiones por ser jotito”, recuerda Natalia Lane.

Tendría ocho años de edad cuando empezó a ver con la ilusión del enamoramiento a algún compañero, a los 12 o 13 años tuvo mayor conciencia de lo que vivía y se asumió como homosexual.

El intento de transfeminicidio se llevó una parte de Natalia, confiesa. Pero así como los tejidos se han ido regenerando, ella también. El amor de sus amigas, la justicia que ha de conseguir y todos los planes que tiene por cumplir la están reconstituyendo.

En su infancia se dio cuenta que existe siempre “una complicidad de los maricas y las trans con las mujeres y las niñas”, que buscan la manera de protegerles de agresiones en la escuela y otros entornos. Quizá ahora es momento de que las mujeres recuerden esa complicidad.

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