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De las renuncias masivas, las ventanas y otros demonios…
Relatos apocalípticos señalan que se viene “la gran renuncia", donde miles de trabajadores dejarán sus empleos como consecuencia del ejercicio autónomo de su voluntad y que las empresas se verán con una sobreoferta de puestos para los que no encontrarán candidatos.
Leo las tendencias en materia de capital humano y resulta inevitable que me resuene en la cabeza la voz de Paula, mi mamá, diciendo: ”¿Y acaso si los demás se tiran por una ventana tú lo vas a hacer también?”. La respuesta a ese reto de lenguaje de madre se cuenta sola.
Producto de la discusión sobre el “regreso a la oficina” , algunos han levantado la voz para decir que el nuevo empleado –el pospandémico— tiene un derecho, un merecimiento a exigir de la empresa las condiciones de trabajo que quiera, el jefe que quiera y la modalidad que quiera. Los estudios, que no la realidad, dicen que más del 74% de los empleados preferirán renunciar antes de regresar a sus lugares de trabajo. Una especie de anarquismo colectivo que privilegia a la persona sobre la empresa, que promueve un nuevo autoempoderamiento; una especie de revolución de las masas, pero no colectiva sino individual.
Relatos apocalípticos señalan que se viene “la gran renuncia” (The Great Resignation), donde miles de trabajadores dejarán sus empleos como consecuencia del ejercicio autónomo de su voluntad y que las empresas tendrán una sobreoferta de puestos para los que no encontrarán candidatos. Creo que el análisis de esta profecía, porque no es más que eso, merece bastante más granularidad, especialmente en los países en vías de desarrollo, incluyendo tanto a México como al resto de América Latina.
Como primera medida, los altísimos niveles de desempleo, la inexistencia de sistemas de seguridad social que estén dentro de la 'liga de la decencia', las precarias condiciones del empleo informal y la dependencia de la fuente de empleo presentan un panorama completamente distinto e incomparable a Europa y Estado Unidos".
Por otro lado, este nuevo derecho del empleado a escoger está limitado a unas élites cuyo trabajo no dependerá de un espacio físico; los que hoy podemos trabajar desde casa tenemos, para empezar, casa. La población que cuenta con los espacios físicos y emocionales para el trabajo remoto, con electricidad, con Internet y todo lo demás que se requiere, se encuentra reducida a una décima parte de la población trabajadora.
¿Acaso los trabajadores de las minas, las enfermeras, los conductores de medios de transporte, los cajeros de los bancos y los tenderos alguna vez han podido escoger sus condiciones de trabajo? Seamos francos, esto de la flexibilidad y el trabajo remoto no es un fenómeno de masas, es un microcosmos en el mundo del empleo.
Es cierto que las nuevas condiciones, y el futuro del trabajo, tendrán a un ser humano más empoderado y a unas empresas que tendrán que velar por el bienestar y la dignidad de las personas. Esto es y va a ser el factor de supervivencia de la empresa: el humanismo como eje necesario de la actividad mercantil. Nos espera un renacimiento del ser humano, un retorno a lo esencial de la persona, eso no tiene duda. Quien no lo entienda está destinado a morir como empresa.
Ahora, de ahí a decir que –en el lenguaje marxista– se viene una revolución del proletariado que no va a tomarse las empresas (el capital) como propias sino, por el contrario, va a abandonarlas, es una broma triste en el contexto en que vivimos los países en vías de desarrollo.
Por el contrario, encontraremos que ese ser humano individualista y empoderado se dará cuenta de que de la misma manera en que tiene derechos, tiene deberes, usando el lenguaje de Francis Fukuyama. Un deber para con la sociedad, para con su familia y, por encima de todo, un deber consigo mismo y su propósito. Y ese poder será para encontrar una mejor vida a través de la empresa, no abandonándola.
No se trata de decir que las empresas no tienen tarea que hacer, sí que la tienen y es grande. Más bien se trata de señalar que es a través de la concertación, no de la renuncia, como vamos a lograr mejorar las condiciones sociales de millones de personas que nutren su bienestar desde el trabajo.
En la metáfora materna no se trataba de la ventana o de los suicidas, que no existían; el punto era, como lo es hoy, un llamado a la sensatez –a no atender cantos de sirenas–. Puesto de manera clara, a no obedecer a los llamados irresponsables de quienes proclaman la libertad individual a cambio del riesgo de someterse al esclavismo terrible del desempleo.