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Hagamos del 2023 el espacio para romper las barreras invisibles de la salud mental
Hoy tenemos un modelo establecido de emergencias en salud mental con un enfoque algo desactualizado, principalmente orientado a la contención de patologías y no en el mejoramiento de la salud, lo cual no es suficiente.
El enfoque que tenemos sobre la salud mental es incorrecto en al menos dos niveles. El primero de ellos es la estructura existente de atención e intervención, que por lo general es inoportuna o inexistente en muchos casos. El otro es la preocupante falta generalizada de educación sobre salud mental en todos los niveles de la sociedad. Estos están ciertamente entrelazados, y ambos deben evolucionar.
La pandemia y pospandemia han servido para resaltar la fragilidad social en torno a la salud mental y cuán crítica es para nuestra existencia. Las estimaciones de la OMS previas al Covid-19 indicaban que los trastornos mentales le costarían a la economía mundial al menos 6,000 millones de dólares en términos de pérdida de productividad para 2030 y que una de cada cinco personas en todo el mundo desarrollaría una afección de salud mental a lo largo de su vida. Además, se estima que la pandemia ha provocado un aumento del 25 al 27% en la prevalencia de la depresión y la ansiedad en todo el mundo.
Si bien tales predicciones transmiten una sensación de urgencia y necesidad de tomar medidas inmediatas, también pueden resultar abrumadoras y desalentadoras, como si no hubiera vuelta atrás. Para mí, la buena noticia es que hay acciones muy concretas que podemos implementar lo más pronto posible. Todo comienza con amplificar la perspectiva, atreverse a tener las conversaciones pendientes sobre la salud mental y tomar un estandarte en pro de la educación, la prevención y los tratamientos integrativos.
Para hacer un contraste más claro, consideremos por un momento cómo funciona actualmente el sistema de atención médica física: Tenemos campañas de salud pública y en las escuelas usualmente se enseñan los fundamentos de la nutrición y la importancia del ejercicio. Las vacunas son una práctica habitual durante la infancia, al igual que las visitas de niños sanos al pediatra. Como adultos, tenemos exámenes físicos y exámenes de rutina para asegurarnos de que estamos detectando los problemas de salud a tiempo. Tenemos programas de bienestar en el trabajo para incitarnos a comer bien y movernos, mantener un peso saludable y abstenernos de comportamientos que afectan la salud, como fumar. Todo esto es para tratar de limitar las lesiones y enfermedades y proteger nuestra salud.
Dicho esto, inevitablemente, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, ocurren enfermedades, dolores y lesiones. ¿Y qué pasa? ¿Tenemos que ocultarlos por vergüenza? No, podemos ir libremente a un médico o centro de atención y pedir ayuda a cualquier persona que entenderá rápidamente a qué nos referimos. Si necesitamos más, vemos a un especialista. Y, si ya estamos en crisis, tenemos la sala de emergencias, que realmente está pensada como una intervención inmediata en casos muy graves y no está diseñada para ser la característica principal de nuestro sistema de salud.
Ahora comparemos eso con el sistema de atención para la salud mental. Históricamente, nos hemos enfocado en intervenir sólo cuando las cosas ya se sienten muy mal y cuando los síntomas están causando un deterioro significativo en nuestras vidas. Muchas veces nos quedamos luchando solos, tratando de conseguir algo de ayuda sin saber cómo articularla adecuadamente o peor, recurrimos a mecanismos de defensa y afrontamiento nocivos, como las drogas, el alcohol, el tabaquismo, la comida en exceso, las relaciones tóxicas, la agresividad, etc.
¿Te suena? No existe realmente un enfoque preventivo, de autocuidado y de educación psicoemocional correcta. Si empezamos a sentir que algo no funciona, no lo atendemos oportunamente porque no sabemos qué es lo que nos pasa, incluso recurrimos a nuestras diferentes creencias religiosas para “curarnos”. Es normal, tratamos de aferrarnos a cualquier nivel de certeza que podamos. Pero imagínate que en pleno siglo XXI le pidieras a tu dios que te cure de una apendicitis.
Hasta hace poco, las conversaciones sobre la salud mental han tratado el tema como si fuera algo que sólo es relevante para quienes padecen una enfermedad mental diagnosticada en lugar de algo que se aplica a todos. Incluso hemos centramos los esfuerzos científicos en estudiar y abordar las patologías, con el objetivo de restaurarnos a la línea de base (que es realidad es un estado muy dinámico y contextual). Eso es importante, sin duda, pero también es el equivalente de la medicina que sólo se enfoca en tratar la enfermedad cardíaca después de que haya ocurrido un ataque en lugar de tratar de prevenirlo en primer lugar.
En resumen, tenemos un modelo establecido de emergencias en salud mental, con un enfoque algo desactualizado, principalmente orientado a la contención de patologías y no en el mejoramiento de la salud. No es suficiente, con eso no lograremos abarcar las posibilidades expansivas que tenemos como seres complejos y conscientes.
¿Cómo sería si abordáramos la salud mental de la misma manera que la salud física? Tenemos que normalizarlo de la misma forma que hacemos cuando alguien se decide a ir a un gimnasio, un nutriólogo o hacerse exámenes clínicos de rutina”.
Centrémonos intencionalmente en construir un entorno en el que animamos a otros a cuidar sus cerebros, sus consciencias y su perspectiva de la realidad cotidianamente. Es primordial para generar una sociedad más saludable, de la misma forma que necesitamos aire puro, agua y alimentos saludables.
Prevención y optimización, elementos claves
Nuestros cerebros son increíblemente delicados, de hecho, los científicos no terminan de ponerse de acuerdo en el origen de nuestra consciencia, es un fenómeno muy extraño que requiere la atención más plena y la amplitud de perspectiva más honesta.
A pesar de esto, sabemos que la rapidez del mundo moderno nos priva del sueño, nos incita a pasar demasiado tiempo sentados frente a pantallas, nos aísla y nos empuja a búsquedas superficiales. Ya no vivimos en comunidades solidarias, conectadas a los ritmos de la naturaleza. Desafortunadamente, esa desconexión social tiene un costo muy real en nuestro sistema nervioso. Las demandas del trabajo y de la vida contribuyen al estrés crónico, que no es un estado para el que estamos diseñados a largo plazo.
¿Dónde están las campañas de educación pública, los cursos masivos, los programas de salud y las conversaciones diarias centradas en la ciencia básica del cerebro y el bienestar psicológico? ¿Qué tan asombroso sería si todos tuvieran un conocimiento básico de cómo funciona su mente y cómo cuidarla adecuadamente?
Necesitamos considerar la prevención y la optimización al igual que hacemos con nuestros cuerpos. Aplastemos el estigma de las enfermedades mentales y seamos creativos en las formas de prevenir y brindar una intervención temprana y efectiva para las dificultades de salud mental.
Para lograrlo tenemos que implementar una estrategia que permee en todos los niveles, acompañando toda la vida de un individuo con una perspectiva siempre preventiva, proactiva y amplia para que podamos empezar bien, dando nuestros primeros pasos en entornos sanos y amorosos donde nuestros sentidos sean desarrollados en toda su amplitud. Posteriormente, seguir desarrollándonos bien con sistemas educativos conscientes, que aborden la complejidad psicoemocional desde sus bases fundamentales y que sostengan una cultura que promueva la reflexión, la empatía, las conversaciones difíciles y los buenos hábitos de higiene mental.
Todo esto para que podamos entonces vivir y trabajar bien, creando sustento y valor a través de prácticas equilibradas que prioricen la creatividad a través del contacto con el mundo interno, que den espacio para la recuperación, el ocio y la búsqueda del sentido, pero ya desde una forma más madura y educada que ha sido forjada desde los primeros años y en todos nuestros círculos.
Así, podremos llegar a nuestros últimos años y envejecer bien, resguardados por una tribu que aprecia nuestras contribuciones a la sabiduría colectiva con paciencia y reverencia, dando utilidad a nuestra experiencia completando el ciclo a través de la transmisión a las nuevas generaciones.
Empezar, desarrollarnos, vivir, trabajar y envejecer bien. Para que todo esto suceda necesitamos pequeñas acciones en cada trinchera, ahí donde estás puedes contribuir. Lo que nos toca es la búsqueda de claridad interna y el atrevernos a sostener las conversaciones complejas en cada grupo social, hay que partir por la autorreflexión y las preguntas que nos orienten a trabajar en los círculos abiertos que tenemos en nuestra psique, ahí nos encontraremos con que la mejor forma de descubrirnos es pedir ayuda, y en esa petición comienza el camino. Sigamos adelante.