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Personal docente, entre la tarea de educar y el estrés personal por la pandemia
Durante toda la emergencia sanitaria por la covid-19, las maestras y los maestros han asumido los costos personales, físicos, emocionales y hasta económicos de educar a una generación que tuvo que confinarse en casa.
El lunes pasado, temeroso pero emocionado, el profesor Fernando Martínez volvió a su secundaria rural en el municipio de Aculco, Estado de México. Para el jueves comenzó con fiebre y el viernes lo confirmó: tenía covid-19. Regresar a clases presenciales “es sobre tu propio riesgo, con tus propios medios y recursos, no hay apoyo para docentes”, dice en entrevista.
“El estrés lo tengo al tope. Me siento agotada física y mentalmente, y apenas arrancó el ciclo. Pero es más la preocupación de no traer el virus a casa”, cuenta la maestra de kínder Karina Veytia.
México era uno de los pocos países en la región, y en el mundo, que no había regresado a clases, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). A un año y medio del cierre de escuelas, el gobierno federal ordenó el reinicio de clases presenciales del nivel básico para el pasado 30 de agosto. El presidente Andrés Manuel López Obrador reiteró que sería de manera voluntaria, pero es imposible negarse, señalan profesoras y profesores.
En este tiempo afrontaron el cambio a la virtualidad, a veces sin saber cómo usar las tecnologías; otras, sin tener equipo para utilizarlas. Han tenido que gastar en computadoras, Internet y para hacerle llegar el material a sus estudiantes que no pueden conectarse. Las profesoras que son madres han visto duplicar o triplicar sus jornadas de trabajo.
“Me dividí en muchos personajes: me conectaba con mis hijos para apoyarlos en sus clases, yo daba mis clases, atendía grupo de whats, por Classroom, mail, la comida, el aseo de casa, etcétera”. Karina Veytia es profesora de preescolar en la Ciudad de México, cuando le pregunto sobre sus condiciones laborales me responde expresando su preocupación por el rezago que sus estudiantes tendrán debido a las medidas que se tienen que implementar en las clases presenciales.
Esta primera semana de vuelta a la escuela ha quedado afónica. Por las ventanas y las puertas que deben permanecer abiertas entra el ruido de la calle y su voz, menguada por el cubrebocas, tiene que competir con los sonidos de una ciudad que cada vez está más en acción.
Salarios bajos y una enfermedad costosa
Antes de la pandemia, los salarios de los maestros en México, de preescolar hasta secundaria, estaban por debajo del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). A nivel medio superior, están por encima del promedio, de acuerdo con ese organismo.
El maestro Fernando Martínez, profesor de una secundaria pública, gana 15,000 pesos al mes y está afiliado al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE).
Sin embargo, su horario de trabajo se extiende a unas 12 horas al día, sábados y domingos. Ya ha gastado más de 15,000 pesos en consultas y el concentrador de oxígeno rentado, “porque en el hospital público no te dan nada ni te atienden bien”. Y sí, le otorgaron días de incapacidad, pero el director de la escuela le pidió que deje actividades a su grupo y, por supuesto, que las revise.
Una semana antes del regreso a clases, al profesor le tocó hacer el aseo y pintar la dirección junto con el conserje. “Me comentó que uno de sus familiares estaba malo de covid, pero que ya iba saliendo. ‘Qué tal si es asintomático’, pensé, pero no le dije nada”, a pesar de que se quitaba el cubrebocas porque decía que no le dejaba respirar.
Fernando Martínez piensa que ahí pudo haber ocurrido el contagio. “El gobierno disque te provee de un kit de limpieza, pero es una cajita con un litro de cloro, desinfectante como de un litro, gel, un litro de alcohol y un par de guantes... y esto es para toda la escuela y todo el ciclo escolar”.
La situación para el personal docente que labora en escuelas particulares es quizá más precaria, pues no cuentan con seguridad social y si enferman, dejan de percibir su salario.
“Me ha estresado mucho el regresar a clases”, cuenta Mariana Chávez, maestra de primaria y universidad. El gobierno y la Secretaría de Educación Pública nos piden volver, pero no ofrecen seguros para todos los maestros” y mucho menos se los proporcionan las escuelas privadas para las que trabajan.
Ella gana 120 pesos la hora de clase en la universidad privada en la que trabajaba. Para completar una remuneración que alcance a sustentar sus gastos también trabaja en una escuela primaria.
Computadoras para el home office
“Al principio, fue totalmente nuevo para todos”, recuerda Karina Veytia. Las niñas y niños de preescolar podrían ser un grupo difícil para quienes tienen que dar clases en línea, “pero hicimos uso de videos con efectos expresándoles la importancia de estar en casa. Aprendieron de este virus, de los cuidados y se formaron en hábitos”.
Al final, se adaptaron a la forma de trabajo, dice. “Hasta el último día del ciclo, no faltaron y esperaban ansiosos sus sesiones. A pesar de la pantalla, teníamos un acercamiento de mucha complicidad y confianza”. Aunque ha sido agotador y “sí, perdí privacidad también, pero todo estamos vivos”.
Sin embargo, la pandemia obligó a la profesora, madre soltera de dos hijos, a reducir su presupuesto. “Tuve que hacer ajustes para renta, comida, servicios”.
La maestra Mariana Chávez tuvo que comprar una computadora y aumentar su plan de Internet para dar clases en línea. Esos gastos corrieron por su cuenta. Pero el mayor costo ha sido en su salud mental, “toda esta situación me causó ansiedad; afectó mi convivencia familiar, pues no tengo tiempo para ellos ya que en el trabajo no me respetan horarios”.
Docentes que atienen a estudiantes de escasos recursos, como el maestro Fernando Martínez, imprimen el material y la información que presentan en clase virtual y lo llevan hasta las casas de sus alumnos y alumnas. “El gasto de esas fotocopias en más de un año han corrido por nuestra cuenta y, a la larga, sí es bastante”.
De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 52% de las y los estudiantes de educación básica en México contaban con computadora al inicio de la pandemia; el promedio de los países de la OCDE es de 82 por ciento. Y el 68% tenía acceso a Internet, mientras el promedio en la OCDE era de 92 por ciento.
Ahí vamos de nuevo, más cambios
“Las nuevas condiciones han requerido que el profesorado utilice plataformas y metodologías virtuales con las que no necesariamente se encontraba familiarizado”, señala la Cepal en su reporte La educación en tiempos de la pandemia de covid-19.
En México, el 77% del personal docente de nivel básico había recibido formación en el uso de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para la enseñanza en la educación inicial ante de la pandemia, de acuerdo con la Encuesta internacional sobre enseñanza y aprendizaje (TALIS) de la OCDE.
Sin embargo, probablemente esa capacitación no estaba pensada para llevar el 100% de las clases en línea, como tuvo que ocurrir por esta emergencia sanitaria por la covid-19. “Aprendí a manejar Classroom”, cuenta el maestro Fernando Martínez.
“También tuve que saber cómo es el diseño de proyectos y de cuadernillos para los niños con los que no me comunicaba por Internet, debido que ellos no tenían acceso. Y pues la computadora yo la tuve que adquirir, incluso todavía la estoy pagando”.
Pero el regreso a clases es de nuevo un cambio, porque no es volver a lo conocido. “Es muy difícil estar en presencial en preescolar, porque todo el objetivo de esta etapa escolar se pierde: no hay recreos, no hay lunch durante la jornada, no podemos compartir material, no pueden jugar entre ellos”, lamenta Karina Veytia.
De lunes a jueves atiende al grupo que cursa modalidad presencial. Los vienes asiste al kínder para abrir una “mesa de ayuda para los que se quedan en casa, que son el 80% del jardín de niños”.
El personal docente ya no dará clases en línea, por lo que será complicado darle un seguimiento a quienes no apuntaron para asistir al plantel, “cada alumno tiene un proceso, un desarrollo”, señala.
“Tenemos miedo sí, y mucho, porque tenemos hijos y nos están esperando en casa. Todo el ciclo pasado trabajamos virtual y jamás se paró la educación y nuestro trabajo y testimonios de padres de familia nos respaldan”.