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Opinión

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¿En qué pensarán los que no piensan?

Foto: Especial.

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A casi 120 años del nacimiento de Marguerite Yourcenar

Cuando Marguerite Yourcenar empezó a escribir, creyó estar correspondiendo a los deseos de su madre, pues le habían dicho que había indicado, antes de morir, que no se le impidiera a su pequeña hija hacerse religiosa si así lo deseaba. Nada más equívoco, nada tan lejano a la verdad. Dedicarse a la literatura, tan profunda como una religión, tan apasionante como un milagro, fue la respuesta de la niña Marguerite Clenewerck de Crayencour, huérfana de madre a los diez días de nacida y educada por su padre, Michel-René Clenewerck de Crayencour, a base de letras clásicas, crónicas de viaje y lecturas compartidas.

Nacida el 8 de junio de 1903, Marguerite tuvo que esperar 16 años para encontrar el nombre con el que firmaría sus escritos y lo halló conjuntamente con su padre: un anagrama del apellido de ambos al que le quitaron una “c” y terminó en Yourcenar. Así apareció en sus dos primeras obras, publicadas en 1921 y 1922, los poemarios El jardín de las quimeras y Los dioses no han muerto, pero su nombre completo, Marguerite Yourcenar, quedaría tal cual hasta la fecha y para la eternidad.

En 1929, publicó su primera novela, “Alexis o el Tratado del inútil combate”, calificada como un escándalo, pero también como una belleza de estilo novedoso y preciso. Se trata de una larga carta en la que un hombre, un músico de renombre, confiesa a su esposa su homosexualidad y su decisión de dejarla en aras de la verdad y la franqueza.

Viviendo en Ostende junto con su padre, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, se trasladó a los Estados Unidos, para impartir clases de literatura, tradujo a escritores como Henry James, Mishima y Virginia Woolf; pero no dejó de escribir nunca. Se convirtió en la primera mujer que ingresaría en la Academia Francesa de Letras, después de la publicación, en 1951, de Memorias de Adriano, obra en la que trabajó más de una década, y quizá su novela más famosa.

La vida de Marguerite Yourcenar fue un itinerario siempre en movimiento – quizá por las crónicas de su padre y la idea de que, si la isla es un principio de soledad, el viaje era un principio de conocimiento. Incluso, alguna vez escribió que en el hombre parecía existir la vital necesidad de sentirse en otra parte. En las jornadas de la escritora hubo mudanzas, pero también exilios. También vacaciones, viajes de placer, travesías de dolor infinito, excursiones académicas, andanzas amorosas y muchas peregrinaciones de ida y vuelta entre el sentimiento y la razón. Muchas de ellas sin alejarse de su escritorio. Sus escritos son ejemplo: “El denario del sueño” se desarrolla en Italia; “El tiro de gracia”, en los países bálticos; los Cuentos orientales en la antigua China, Japón, los Balcanes y Grecia. Europa, África septentrional y el Medio Oriente son los escenarios de “Memorias de Adriano”; “Opus nigrum” se desarrolla en Flandes, Italia y Alemania durante el Renacimiento y “Un hombre oscuro”, en la isla de los Montes Desiertos y los Países Bajos. 

Pocos tiempos y lugares faltan: sólo los que la propia Marguerite Yourcenar reservó para sí misma. (Y mire lector querido, que existe una anécdota de un encuentro entre ella y Jorge Luis Borges en 1986, seis días antes de la muerte del escritor argentino, donde supuestamente Yourcenar le preguntó: "Borges, ¿cuándo saldrás del laberinto?".  Y cuentan que él le respondió: "Cuando hayan salido todos". Ese mismo año, la autora dictó una conferencia sobre Borges en la Universidad de Harvard.)

Tampoco era afecta a dar consejos. Alguna vez, en una entrevista, le preguntaron a la Yourcenar qué recomendación le daría a un joven. Y ella, fiel a sí misma, contestó: “Le diría: no te apegues. No te apegues nunca. Demasiadas servidumbres encontrarás en tu vida que te forjarás libremente y al azar, sin saber adónde te conducirá el compromiso asumido. Por el bien de los otros como por el tuyo propio, no te apegues. La desdicha consiste en que se requiere haber estado frecuentemente apegado para conocer el precio de no estarlo».

Sin embargo, más allá del desprendimiento y su amor por viajar, Yourcenar respetaba profundamente la razón. Más allá de la inteligencia, admiraba la capacidad de pensamiento. Famosa, una frase suya que, resignada, decía de vez en cuando: “En todas las épocas hay personas que no piensan como los demás. Es decir, que ni siquiera piensan como los que no piensan”.

Marguerite Yourcenar falleció en diciembre de 1987, en su casa “Petite Plaisance”, en Mount Desert Island, en el estado de Maine, en Estados Unidos. Emprendió su último viaje todavía preguntándose -y sin saber- en qué pensarían los que no piensan.

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