Lectura 4:00 min
Bayrou y los dilemas del centro político
Los radicales descalifican a los centristas a veces con un furor aun mayor con el que atacan a sus enemigos del otro extremo. Cuentan con una innegable ventaja: los centristas reconocen la complejidad de la realidad y cambian de opinión cuando es necesario.
François Bayrou, el nuevo primer ministro francés, es un tipo en muchos sentidos excepcional. Dueño de una solidez intelectual presente de forma cada vez más insólita en los líderes políticos actuales, este exprofesor de Letras Clásicas es (aun más raro en estos tiempos de populismo rampante) un centrista por convicción. Fue ministro de Educación durante las presidencias de Mitterrand y Chirac y en 2007 y 2012 fue candidato presidencial, aunque cayó eliminado en la primera vuelta. En el 2012 anunció su voto por el socialista François Hollande, lo cual disgustó mucho al entonces presidente Nicolas Sarkozy. Ahora, es el cuarto primer ministro francés en lo que fue el año tumultuoso 2024. Deberá liar con una pavorosa deuda pública y con la urgencia de hacer aprobar el presupuesto en un Parlamento profundamente dividido. Los extremos tanto a la izquierda como a la derecha se le oponen terminantemente. Por eso, la supervivencia del nuevo gobierno dependerá del apoyo tácito, frágil e informal de la izquierda moderada. Nadie le augura una larga vida.
Los radicales descalifican a los centristas a veces con un furor aun mayor con el que atacan a sus enemigos del otro extremo. Cuentan con una innegable ventaja: mientras sus posturas están claramente expresadas en blanco y negro, los centristas reconocen la complejidad de la realidad, dudan, tratan de aprender y cambian de opinión cuando es necesario. Valiéndose de la ventaja otorgada por el simplismo conceptual los radicales han logrado amortiguar al centro, el cual es heredero de una poderosa tradición ideológica: Constant, Stuart Mill, Tocqueville, Popper, Camus, Aron, etcétera. En los turbulentos tiempos actuales el centro aún es vigente, pese a los grandes cambios experimentados en los ejes del debate político, y lo es valorando los derechos humanos, la democracia, el constitucionalismo, el libre mercado y la libertad como valor supremo. Pero se encuentra en entredicho porque ha generado decepción y ha incumplido las expectativas del desarrollo para todos. Estas insuficiencias han dado alas a los populismos autoritarios.
Al centro liberal le urge hacer una autocrítica honesta para entender cómo ha dejado atrás a los electores y contribuido a generar exclusión social por su apoyo, a veces excesivo, a los mercados libres y la globalización. Asimismo, el centro debe aprender a dejar de ser meramente reactivo. No basta con limitarse a la defensa del Estado de derecho y las instituciones democráticas. Debe recuperar su raíz liberal social, la cual tanto coadyuvó en Europa a construir el Estado de bienestar y a promulgar reformas progresistas. La preocupación por limitar la desigualdad debe priorizarse en estos tiempos sobre sobre la defensa irrestricta del laissez-faire y los mercados de capitales. Al caer en una defensa instintiva del statu quo se corre el riesgo de no entender de dónde provienen las amenazas y cómo se pueden combatir. El centro debe salir a la calle para devolver contenido a democracia liberal. Se abusa en el uso de la palabra “polarización” y del falso dilema de “si no estás de acuerdo con el centro político, estás polarizando”. Pensar así es no tener en cuenta los argumentos de la gente, se le niega el mérito político al descontento y de esta forma la misma esencia del discurso democrático se destruye. Nada de “liberal” ni de “democrático” tiene descalificar a priori los argumentos de quienes participan en la contienda política. El declive de la democracia puede comenzar también con la marginalización de los populistas, porque al no ser capaces de enfrentar racionalmente sus desafíos alentamos las tentaciones de las soluciones simplistas, la demagogia y las fantasías nacionalistas.